sábado, 29 de agosto de 2020

Mis cristoaventuras

 Cristo vino a mí y cambio mi vida. Esa es probablemente la última frase que, quien me conozca, esperaría escuchar de mis profanos labios. Soy un feliz ateo que a la pregunta de ¿por qué soy ateo? Respondo que porque me criaron católico. Pero hubo una ocasión, oh, hermanos míos, en que estuve así de cerquita.

Debía estar en sexto de primaria y mis papás, con bastante frecuencia, no podían ir por mi a la escuela debido a esa enfermedad del mundo adulto llamada trabajo, o laburo, en dialecto argentino. Cuando había lana, o pasta o plata, contrataban al señor del transporte escolar que nos montaba en una combi que iba más apretujada que las del transporte público, y nos daba un espacio fantástico que era una extensión de la escuela más allá de lo escolar, ibas con los compañeros, con los uniformes, pero sin maestras y con un adulto que iba más atento al camino y a entregar sus ruidosos paquetes, que a guardar una disciplina "pedagógica". En ese lindo limbo entre la escuela y la casa, desarrollábamos habilidades tan importantes como masticar papas fritas hasta tener una masa espesa en la boca, que luego sacábamos entre los labios formando un churrito, al tiempo que un compañero movía la mano junto a tu cabeza como girando una manivela, simulando una especie de máquina de puré de papas fritas que hacía a la mitad de la compañía renegar de asco y a la otra mitad, partirse de risa. Pero había veces que en la casa andábamos brujas (que en dialecto chilango quiere decir vacío de dinero) o alguna otra cosa, que no se podía lo del transporte escolar. Entonces le pedían a los papás, o jefes, de mis amiguitos que nos llevaran a su casa, donde comíamos y jugábamos y evitábamos hacer la tarea hasta que mis papás podían ir por mi.

Bueno, un día llegó a la escuela un niño migrado de tierras con nombres extraños, Ciudad de México y Guadalajara, que traía un defecto análogo a mi catolicismo, era cristiano. Nos hicimos amigos sin pensar demasiado en esos asuntos de las religiones, mismos que aún nos parecían muy naturales y no cuestionábamos del todo. En algunas ocasiones, mis padres le habrán pedido a los suyos que los apoyaran, o tiraran paro, recogiéndome de la escuela. Y pues resulta que a mi amigo lo pasaban a votar a los grupos juveniles de la iglesia y a mí, con él. Para mí era muy interesante, una experiencia casi antropológica, estos cristianos por lo menos sí leían su biblia y no la murmuraban de manera soporífera entre gritos admonitorios del infierno y del mal del pecado (mito que, afortunadamente, luego desenmascaré), pero, sobre todo, tenía un grupo de pares con quienes convivir por las tardes. Mi infancia fue en su mayoría muy solitaria, pasé muchas tardes en el pequeño negocio de mis papás, inhalando involuntariamente los solventes y tinturas que se utilizan en una imprenta y que alguna de sus propiedades estupefacientes habrá predispuesto mi joven mente al pensamiento teórico y filosófico que cuajó en mi peluda adolescencia.

Y bueno, pues así las cosas, que le agarré gusto a acompañar a mi amigo a la dichosa iglesia cristiana. Un día, o debo decir casi una noche, porque la luz ya se iba, a los líderes de la congregación les pareció buena idea mandarnos a evangelizar, o algo así. Aunque no recuerdo la instrucción precisa que nos hayan dado, el objetivo era volver con nuevas almas para el rebaño o, por lo menos, esparcir la buena nueva con suficiente fe como para que los desprevenidos peatones pudieran, tarde o temprano, sentir el llamado. Armados con unos trípticos que habrán impreso con el espíritu del cartucho de la impresora, porque no se veía ni madres, o casi nada, y nuestros pueriles rostros doceañeros, nos dejaron ir libres por las calles en parejas de dos y tríos de tres.

Hoy por hoy miro ese momento y supongo que debieron ser verdaderos creyentes, porque mira que dejar a un grupo de quince o veinte niños bastante menores de edad dispersarse en grupos pequeños por las calles para hablar con desconocidos, bueno, no se explica por otra cosa que mucha fe o mucha irresponsabilidad, o la particular mezcla de las dos juntas que es tan común. Total que salimos a realizar la obra y los otros cristianitos iban comentando a voces que volverían con ríos qué digo ríos, mares, qué digo mares, océanos de nuevas y felices almas que encontrarían por las calles, deseosas de ser convencidas.

Obvio valían pa puras madres, o casi no le logró el objetivo, pero eso mi amigo y yo no lo sabíamos. Caminábamos los dos por la colonia aledaña evitando peatones, porque la instrucción era ir con la gente que encontráramos, pero si nosotros casualmente cambiábamos de banqueta y la persona, oh, mala suerte, seguía caminando por la banqueta original en lugar de cambiar también para encontrarnos del otro lado, entonces se podía decir que, técnicamente, no habíamos encontrado a nadie. Pero conforme Tonatiuh descendía del cielo y diositocristojudáico lo miraba con celos por no poder ser el único dios sobre la faz de la tierra, yo me preocupaba por mi amigo que volvería a la iglesia sin haber convertido ni una sola alma, ni al alma de un perrito callejero. Así que tomé valor y le dije, con la voz de pito que todos tenemos a esa edad, que yo quería, que a mí me convirtiera.

El pobre se quedó de a cuatro, o de a seis o muy pinches confundido, y titubeante dijo que él suponía que entonces teníamos que hacer una oración. Y supongo que algo oramos y nos regresamos a a la iglesia donde ninguno de los otros mocosos había traído ni a una de las mil personas que prometieron llevar y, yo, que ya había hecho mi oración.

Y nada, que toda la siguiente semana no sabía cómo decirle a mis papás que era cristiano, o traía un pedo atravesado. En algún momento solté ante alguno de ellos un escueto y vozpitero, "creo que quiero ser cristiano". Eso ya les habrá asustado bastante, pero nada como la tarde que llegaron los papás de mi amigo, o le cayeron, con sendos libros de cristianismo que debían continuar la labor, o jale o talacha, que había empezado su hijo, o chilpayate. A mí ni me avisaron que estaban allí ellos, y supongo que a ellos les habrá caído el veinte al ver la jeta de mis rucos, que nanáis niguas con sus rollos. Igual dejaron unos libros con portada de nubecitas y yo los guardé en mi librero sin la más remota intención de leerlos.

Lo que sí pasó, fue que luego llegó una tía mía, mujer muy culta y formadora de lectores, que tenía rato que me prestaba sus libros más adecuados para niños y me regaló El Mundo de Sofía. Estuvo a toda madre, o muy chido, y fue mi primer puente para leer libros que hablaban de filosofía, o mariguanadas, y de historia y de sociología y de pedagogía, o profesiones poco rentables. Supongo que mis apases le habrán contado el asuntito y ella, que era más atea que el pinche diablo, habrá dicho, mejor que este niño sea chairo a que sea aleluyo. 

Y de ahí pal real, o desde aquel entonces, me clavé en esas onda y hasta terminé enseñándolas. ¿No fue a caso Cristo quien me enseñó el camino, aunque fuera !pal otro lado!?

Los caminos del señor son inescrotables.

miércoles, 5 de agosto de 2020

¿Quiénes son lo parásitos? (II)

Quedó pendiente de la entrada anterior el tema del asesinato del señor Park por el señor Kim y cómo eso también encaja en la teoría de que los parásitos son los Park. La definición biológica dice que el parásito se alimenta del huésped debilitándolo, pero sin llevarlo a la muerte. Los Park, como parásitos, no llevan a ninguno de sus sirvientes a la muerte.

Primero veamos un poco el riesgo de muerte. A los pobres, el riesgo les viene de los otros pobres, como cuando la familiar Kim y Moon-gwang y su marido pelean, pero también les viene nomás por existir, por necesitar un lugar donde vivir. Los Kim viven en un sótano miserable en el que es difícil acceder al internet que utilizan para conseguir trabajo (que es condición para la vida) y que se inunda cuando llega la gran lluvia, misma que entre los ricos Park no tiene ningún efecto más que arruinarles el día de campo. O sea, hasta la naturaleza se los madrea.

Para Moon-gwang y su esposo, un tipo completamente raro, no es posible completar los dos ingresos que les permitan tener un hogar propio, así que viven escondidos en el bunker secreto de la casa, lo que al cabo los deja vulnerables ante la llegada de los Kim y conduce a ambos a la muerte. Por cierto, que si el hijo de los ricos Park creciera para convertirse en un tipo igual o más raro que el esposo de Moon-gwang, no quedaría en tal situación de vulnerabilidad. Las familias ricas con miembros inadaptados, pueden cuidarlos y procurarlos por toda su vida, sin mayor riesgo. Así que son los pobres los que están constantemente a disposición de los otros y, además, en riesgo de muerte, como los huéspedes.

Pero viene la cuestión del asesinato. Y aquí hay que aclarar algo, nada de esto pretende justificar las acciones inmorales de ricos ni de pobres, dentro ni fuera de la película. Luego van a decir que justifico el asesinato del personaje rico porque soy comunista y no. Quien miente, miente. Quien mata, mata. Quien se gana el pan, se gana el pan. Lo que pretendo, es explicar que no es lo mismo mentir, matar o ganarse el pan siendo los ricos Park que siendo los pobres Kim y que eso no tiene nada que ver con el esfuerzo que ponen unos u otros, sino con la condición social en que nacieron, por eso desde la entrada anterior insisto que los Kim trabajaban más duro que nadie.

Justo antes del asesinato, el señor Park y el señor Kim está agazapados detrás de los arbustos, listos para fingir que son indios en el juego de vaqueros del hijo de los Park. El señor Park dice algo así como: “Qué cosas ridículas hay que hacer por la familia” Y lo dice disculpándose, como si le diera penar poner al señor Kim a hacer eso.

¿Cómo habrá entendido esa declaración el señor Kim? Para ese momento el señor Kim ya había tenido que ser un experimentado chofer de lujo, y lo hizo por su familia, ya había fingido no estar emparentado con su familia, y lo hizo por su familia, ya había peleado cuerpo a cuerpo contra otro hombre, y lo hizo por su familia, y podríamos agregar mil cosas más a la lista. El señor Kim es un hombre de familia, más que muchos otros y habiéndoselo ganado a pulso (de hecho, su familia entera es una “familia de familia” dispuestos a apoyarse hasta el final). Es más ¿qué no daría el señor Kim por tener un jardín en el que poder hacer fiestas con los amigos de la familia durante las cuales hacer cosas ridículas que alegren el ánimo de todos? Parecería que esa vergüenza que el señor Park muestra, hace dudar al señor Kim sobre quién es su interlocutor. ¿Quién será esta persona que se dice padre de familia y que no puede mostrar el entusiasmo más básico?

Entonces el señor Kim regresa a un tema que ya habían tratado antes, y dice algo así como: Usted sí ama a su mujer, si está dispuesto a esto. Parecería que el señor Kim está dispuesto a entender que tal vez la personalidad del señor Park le impide sentir demasiado entusiasmo por la idea de disfrazarse durante la fiesta, al fin y al cabo, todos tenemos nuestros caprichos. Y esto parecería comprensible, en el marco del amor a la familia y, en especial, a la mujer. Como decir “bueno, entiendo que no te fascine jugar a los indios y vaqueros, pero no pasa nada si lo haces por amor a la familia”.

Esa frase es como si el señor Kim extendiera la mano y dijera “venga, sí somos muy diferentes, pero más allá de ser rico y pobre, podemos tener esto en común.” Si pudieran coincidir en ese aspecto del amor a la familia, el señor Kim podría encontrar un punto en el que sentirse identificado con el señor Park y trazar una alianza más allá de la clase social. Pero en lugar de una respuesta que le deje ver que hay un valor compartido, el señor Park omite el tema y le ofrece dinero a cambio de esas horas de trabajo fuera de lo normal.

¿Cómo habrá entendido esa declaración el señor Kim? El señor Kim acaba de explicar lo que para él debe ser el valor más alto por el que actúa un hombre y, a cambio, recibió la respuesta del dinero. La ocasión anterior en que había preguntado por el mismo tema, el señor Park decidió evadir al asunto con un tono como diciendo “usted no lo entendería”, en un tono que claramente implicaba que no estaba enamorado de su esposa y, tal vez ya poniéndole mucha imaginación, que agregaba algo como “usted que es gente simple no lo entendería”.

Al vivir en esa grande y moderna casa ¿cuál es el punto de tener todo lo que se quiere, si no se quiere todo lo que se tiene? Tal vez esto le revela al señor Kim que esa vida de los Park, no es la vida bella de una familia feliz que está adicionada con dinero, así como a un buen taco se le adiciona salsa para mejorarlo y sin modificar su esencia. Sino que el dinero es, en realidad, todo lo que hay allí; la felicidad de los Park es una ilusión construida sobre el estatus y el dinero y si esto se acabara, probablemente los Park no sobrevivirían manteniendo el tipo de unidad que mantiene a los Kim juntos a través de la dificultad.

El señor Park no sólo logra bloquear toda posibilidad de identificación entre él y el señor Kim, sino que además logra que el señor Kim quede en la actitud correcta para, unos instantes más tarde, identificarse con el raro esposo de Moon-gwang, despertando esa consciencia de clase que la escuela soviética aplastó con entusiasmo.

Viene la escena de acción de la película. El esposo de Moon-gwang emerge del sótano y toma un cuchillo, camina hasta el jardín, donde, antes de que el señor Park y el señor Kim puedan montar la escena de indios y vaqueros, acuchilla a la hija de los Kim. Tras ver el asesinato, el hijo de los Park cae desmayado. Un invitado, suponiendo que el esposo de Moon-gwang es sólo un loco, intenta detenerlo, pero el hombre se defiende y lo acuchilla. El padre de los Park corre y levanta a su hijo desmayado con la intención de llevarlo al hospital, pasando junto al cuerpo de la hija de los Kim, acuchillada en el corazón, sin pensar siquiera en llevarla también. El padre Park recuerda que no trae las llaves del auto y se las pide al señor Kim, quien en ese momento intenta detener la hemorragia de su hija con las manos. El señor Kim le arroja las llaves al señor Park pero, en medio de la refriega, la madre de los Kim apuñala al esposo de Moon-gwang y las llaves quedan bajo del hombre moribundo. Entonces, el señor Park se acerca y gira al moribundo para sacar sus llaves, pero no puede tolerar el olor del hombre que ha vivido los últimos años encerrado en un sótano y se tapa la nariz para poder terminar de tomar las llaves.

¿Cómo habrá entendido esto el señor Kim? El señor Park pasó junto a un niña que acababa de ser apuñalada en el corazón y la ignoró, en cambio, tomó a su hijo que sólo se había desmayado (y no digo que un padre no se preocupe por su hijo en esa situación, pero en lugar de pedirle las llaves a Kim, pudo decirle, “ven corre, trae a tu hija y llevemos a todos al hospital”). Además, el señor Park le acaba de demostrar hace unos segundos que el amor por la familia no le resulta realmente valioso. Es decir, Kim presencia a un hombre que ignora la vida a punto de perderse de alguien y que ignora el entregarse por amor, pero que, en medio de una situación así, sí tiene tiempo de hacerle fuchi al olor que la gente pobre tiene porque ese es el olor de quien vive en circunstancias duras.

No hay que olvidar que el señor Park ya se había quejado antes del olor del señor Kim – en aquella escena en que la familia Kim está debajo de la mesa de sala, mientras el matrimonio Park tiene relaciones sexuales en el sillón. Y antes aún, el hijo Park había dicho que todos los empelados domésticos olían del mismo modo (llevando a la familia Kim a inventar alguna locura para cambiar su olor corporal, porque incluso eso es necesario para entrar al mundo de los ricos).

Entonces es que el señor Kim se da cuenta que para los ricos, los pobres son todos iguales, todos apestan. El gesto del señor Park revela que a los ricos no les molesta que los pobres vivan en condiciones difíciles, sino que la pobreza interrumpa su experiencia estética de vida pulcra e inmaculada. (Hay que recordar cómo hace unos días uno de los asistentes a la marcha del frente anti AMLO dijo en su tuiter, haciendo referencia a los autos de lujo en los que muchos circularon, que la marcha fifí había sido más estética que las marchas chairas.)

Es entonces que queda claro para el señor Kim no sólo que no hay un solo punto de coincidencia social en la que pueda identificarse con el señor Park, sino que en esa pobreza que lo hace igual al esposo de Moon-gwang, ni siquiera en la muerte merece respeto por parte del señor Park. Entonces lo mata. El parásito nunca mata al huésped, porque lo necesita para vivir, pero el huésped mata al parásito cuando se han cansado de que le chupen la sangre.


viernes, 17 de julio de 2020

¿Quiénes son los parásitos? (I)

*Espóiler aler*

Ya tiene rato que salió "Parásitos" de Bong Joon-ho, ya sé voy tarde. Pero es que después de meses, estuve hablando con unos conocidos y resulta que entendimos toda la película completamente al revés. Según estos conocidos (y parientes) míos, los parásitos son la familia Kim, los pobres, y según yo, lo parásitos son la familia Park, los ricos. Luego pregunté entre más amistades y sólo unos pocos habían entendido lo mismo que yo. Así que decidí escribir una entradita sobre el tema, pero resultó que en el proceso, pues salieron dos entradas. Y aquí va la primera.
Tras ver la película se pensará, bueno, la familia Kim no tenía trabajo, mientras que la familia Park tenía mucho dinero. Y la familia Kim se las arregló para sacarles dinero de una manera que muchas veces implicaban mentir y fingir. ¿No es eso ser unos parásitos? Pues no es así, los parásitos de la película son la familia Park y me propongo demostrarlo, para lo cual necesito que se tenga en mente una definición de parásito que dice que se trata de un organismo que se alimenta de otro organismo huésped sin llegar a matarlo.
Pensando en esa definición, comienzo. En la película, los pobres se pelean por servir a los ricos. Las detalladas estrategias de la familia Kim para lograr que los Park despidan a todos sus sirvientes, son propiamente planes de guerra con recolección de inteligencia y ejecuciones con la precisión de un grupo de fuerzas especiales (por no hablar de los momentos en que de hecho los Kim pelean físicamente – y hasta la muerte – con la vieja ama de llaves y su marido), pero, de nuevo, todo este increíble despliegue de estrategia y fuerza – que los ricos Park no tienen que hacer para conseguir nada – está destinado a nada más que quedarse con lo que en la mesa de los ricos son mera migajas.
Aquí tengo que conceder que los Kim sí que comen de los Park, lo que parecería indicar que los Park son el organismo huésped y los Kim son los parásitos que se alimentan. Veamos antes de apresurar conclusiones, unas cosas más. Cuando hay un huésped y un parásito, el que pelea por la supervivencia y lleva la carga más pesada es el huésped; todo el punto de ser un parásito, es no tener que esforzarse demasiado. Y antes de ver los otros argumentos hay que prevenir otra cosita, la familia Kim es una familia que no deja de luchar para sobrevivir. Un ojo malacostumbrado a no poner atención en las películas, podría concluir que los Kim son unos flojos que buscaron el modo más fácil de ganarse la vida. Pero la primera escena demuestra literalmente cómo antes de conocer a los Park, ya estaban haciendo todo lo que fuera posible para conseguir trabajos, buscando la señal de internet en los lugares más extraños para pedir trabajos y armando montañas de cajas de pizza a cambio de cantidades miserables de dinero. Tanto antes como después de conocer a los Park, los Kim no paran de trabajar. Eso es un comportamiento más de huésped que de parásito.
Volvamos a las fantásticas estrategias de los Kim para deshacerse de los empleados de la familia Park, estas funcionan porque para los ricos, los pobres son reemplazables. Podemos imaginar que incluso si la película no terminara del modo en que termina, tarde o temprano los Park se hubieran visto en la necesidad de reemplazar a sus nuevos sirvientes Kim, y lo habrían hecho igual que con los anteriores, con un dejo de lejana preocupación o incluso de molestia, pero sin tomar demasiado a pecho la pérdida. Para estos ricos, los pobres sólo son piezas que cumplen una función práctica en la comodidad de su vida y, de donde salieron estos, hay bastantes más que están dispuestos a hacer el trabajo. Del mismo modo, son los parásitos los que buscan huéspedes como piezas reemplazables. Los pobres no están en la misma situación, para ellos una familia rica no es meramente una pieza más que sólo cumple una función, no la pueden reemplazar fácilmente por otra.
Aunque parezca lo contrario, los pobres no dependen de los ricos, del mismo modo en que huésped no depende del parásito. Sí es cierto que en un momento dado, los Kim llegan a obtener todo su ingreso de los Park, pero antes de eso aún eran capaces de lograr su manutención, aunque el esfuerzo diera menos frutos. En realidad, si pensamos en todo el empeño que pasaban antes (el armado de cientos de cajas) y el empeño que pasaron después (cumplir con los perfiles de alta exigencia de los padres Park), los Kim hacen casi la misma cantidad de trabajo antes y después de conocer a los Park. Lo que sucede es que da mejor resultado trabajar para los ricos que para la pizzería.
Si los pobres necesitaran a los ricos, como un parásito necesita a un huésped, tendríamos una relación uno a uno, cada familia Kim tendría una familia Park. Pero eso no es cierto, hay miles y miles de pobres que no dependen de una familia rica, sino que se las arreglan por sus propios medios. Por otro lado, al iniciar la película, los Park ya tenían un grupo de sirvientes pobres atendiéndolos y es evidente que si se vieran en la necesidad de hacer todo el trabajo del servicio por ellos mismos, no lo lograrían. Así que los ricos sí necesitan de los pobres, como un parásito necesita de un huésped.
Esta facilidad de reemplazo nos lleva a otra diferencia, los ricos pueden poner cuantas reglas quieran a los pobres, Park Dong-ik (el padre rico) puede darse el lujo de exigir un chofer que pueda conducir por la ciudad mientras él mantiene una taza llena de café en la mano sin que esta se riegue al dar una vuelta ni frenar. Kim Ki-taek (el padre pobre) necesita estar a la altura de las exigencia del señor Park, lo que nos revela que en verdad había sido conductor antes y que tenía una habilidad muy fina para la conducción. Park Yeon-kyo (la madre rica) puede vivir en su mundo fantástico en el que su hijo es un gran artista que tiene una personalidad caprichosa por su genio escondido, y no porque sea un niño demasiado mimado, mientras que Kim Ki-jung (la hija pobre) tiene que inventar y actuar permanentemente un personaje de niñera-experta en arte que le de sustento a esa idea descabellada. Nada de esto quiere decir que los pobres sufran por hacer estas cosas, es cierto que a veces se divierten preparando los engaños que le presentarán a los ricos. Pero sí es cierto que es una situación en la que los pobres tienen que hacer cualquier cosa necesaria para satisfacer las exigencias de los ricos – falsear diplomas, fingir que no son familia, tener excelente habilidades de manejo y esperar viviendo en la pobreza a que llegue el momento de actuar – mientras que los ricos no tienen que hacer nada para satisfacer ninguna necesidad de los pobres (y es que los pobres, más que exigencias o caprichos, tienen necesidades).
Ahora, tampoco quiero decir que la familia Park sean unos buenos para nada, obviamente el padre es muy exitoso en lo que hace y debe tener también habilidades y conocimientos muy importantes, pero una diferencia es que los ricos pueden poner sus saberes y habilidades al servicio de sí mismos y obtener un pastel, mientras que los pobres tienen que poner su saberes y habilidades al servicio de los ricos, para poder obtener las migajas. El parásito pone sus capacidades al servicio de sí mismo, mientras que el huésped las pone al servicio de ambos.
Si pensamos en Moon-gwang (la vieja ama de llaves) ella había logrado que los ricos sí se adaptaran a una de sus necesidades: que no hubiera duraznos en la casa, dada su alergia. Entonces es todavía más significativo que la única ocasión en que una personaje pobre puede mostrar su debilidad, esta es utilizada en su contra como parte de la guerra de los pobres. Y aunque es cierto que la familia Kim engaña a la señora Park para pensar que la enfermedad de Moon-gwang es muy grave y no debería estar cerca de los niños, también es cierto que la señora Park nunca desarrolló un interés genuino y suficiente por su empleada, como para poder corroborar lo que estaba sucediendo. En este sentido los pobres se vuelven personas moldeadas para los ricos, y los ricos son personas que moldean a otras para sí mismos; cualquier imperfección en los ricos se convierte en un capricho que será aprobado y satisfecho por los pobres, cualquier imperfección es los pobres es una debilidad que los pone en riesgo. Así, los Park gozan de todos los servicios de los Kim sin tener que hacer más que pedirlos, y los Kim hacen cualquier clase de esfuerzo descabellado con tal lograr un trabajo.
Todo esto me recuerda a los migrantes indocumentados en los EUA, que cruzan un desierto, un río, huyen de los animales salvajes, sobreviven a la deshidratación, dejan a sus familias, sobreviven al narco y a las policías de todos los países, para poder llegar y tener derecho a trabajar, se chingan como nadie para poder tener acceso al trabajo ¿Quiénes llevan la mejor parte y quiénes se esfuerzan más?
Falta ver cómo encaja en todo esto el momento del asesinato del señor Park a manos del señor Kim, pero eso quedará para la siguiente entrada.

viernes, 10 de julio de 2020

Dark: mi serie conservadora favorita


No lo parece a primera vista, pero Dark es una serie muy conservadora. Justo como plantea la misma serie, lo importante es lo que está más allá de la primera vista, para notarlo hay que ir al origen. ¿En qué sentido lo digo? Y es que eso de conservadurismo puede querer decir muchas cosas, que cambian incluso según la época en la que estemos (guiño guiño). Quiero decir que Dark es una serie conservadora, principalmente, porque su argumento está basado en una idea que rechaza la diversidad. Lo que estoy diciendo tiene que ver y, al mismo tiempo, no tiene que ver (bueno, si vieron la serie, les gustan las apradojas ¿no?) con lo que suele entenderse por diversidad coloquialmente. Es decir, no estoy diciendo que Dark sea una serie homofóbica, ni racista, ni clasista, ni nada de eso, sino que se basa sobre el mismo principio común de todas esas formas de imposición.
Sí es cierto que en la serie podrían señalarse alguna de estas cuestiones, por ejemplo, apuntar a la falta de personajes no blancos y no alemanes. Aunque a esto también se podría responder que en una historia que parte de familias instaladas en un pequeño pueblo alemán desde finales del siglo XIX, con la (no mencionada) segunda guerra mundial en medio, es difícil incluir mucha gente no blanca. Así que la cosa no va por ahí. Todavía más, es cierto que tenemos un personaje trans con un breve, pero feliz, arco que concluye con una existosa aceptación pública de su identidad, pero tampoco es realmente eso a lo que me refiero.
Habrá también quien pueda hacer notar la distinción de género como un principio fundamental de la historia: en un mundo manda un niño y en otro mundo manda una niña, en el mundo del niño el objetivo es destruirlo todo, como lo dicta la dureza del macho; mientras que en el mundo de la niña, el objetivo es salvar al mundo que ha dado la vida, preservar a la fuerza materna, como lo dicta la maternidad de la hembra. Este reforzar los roles de género en una "guerra de los sexos" - guerra espaciotemporal de los sexos - bien apunta a un entendimiento más conservador de cómo funcionan las cosas, dividiéndolo todo en dos que están en "natural" conflicto. Bueno, esto se acerca más a lo que quiero decir, pero aún es un nivel en el que, como dirían Claudia y Eva, no hemos entendido cómo jugar este juego.
Y a lo que vamos, pues lo que la serie nos dice es que había un mundo original que estaba bien hecho, hasta que alguien que no supo dejar ir la muerte de sus seres queridos, y lo rompió por aferrado. Es esto lo que Claudia encuentra, que ni el mundo de Eva ni el de Adán son, por decirlo así, verdaderos, sino que son consecuencia de un error cometido en un mundo "original". Cuando HG Tannhaus del mundo original intenta volver el tiempo atrás para revivir a su hijo, su nuera y su nieto, "rompe" su mundo original creando dos réplicas. Cada réplica es una versión deficiente del mundo original, por lo que no pueden evitar terminar en un cataclismo apocalíptico, algo así como el alcohol adulterado que por ser una copia deficiente, no puede evitar llevar a quienes lo consumen a la ceguera. Son cosas imperfectas que no pueden tener más que un destino imperfecto.
En estos dos mundos, además, se replica el "pecado original", que fue la incapacidad de dejar ir. En la medida en que ningún personaje de la serie quiere dejar ir sus errores del pasado, impiden que se rompa el ciclo. Es como si una taza se cayera de la mesa y se rompiera en dos partes, cada una que es un fragmento imperfecto de la versión original. Si cada pedazo de la taza tuviera voluntad propia y se aferrara a seguir siendo un pedazo de taza rota, si no se dieran cuenta de que antes ambos pedazos pertenecían a una unidad original, no sería posible ponerles pegamento y restaurar la primera taza; al mismo tiempo, ningún pedazo puede cumplir con la función de una taza real y contener café.
Esto nos sugiere que hay una versión original de las cosas, que es una unidad perfecta, y que las alteraciones sobre esa versión son imperfecciones que no pueden funcionar y que deben ser evitadas a cualquier costo. En la serie esto representa incluso el costo de renunciar a uno mismo (como Claudia renuncia a sí misma permitiendo su muerte, y como Jonas y Martha renuncian no sólo a su propia existencia, sino a la existencia de su amor). El asunto puede funcionar bien para las tazas, pero si se lleva esta lógica a casi cualquier situación social, se tiene un conservadurismo totalitario. Si asumimos que hay una versión original del deseo, la heterosexualidad, y que cualquier variación de eso es deficiente, pues terminamos ya sabemos con qué modo de discriminación. Lo mismo si asumimos una religión verdadera. Mismo con un color de piel correcto. Y agréguenle lo que quieran, si se parte de asumir que la unidad es el principio sagrado máximo que debe ser salvado a toda costa, se deriva lógicamente, que todo lo que no sea unidad, no es válido. Unidad tiene que ver con uno, así que es uno el que está bien, pero más de uno, la pluralidad, la diversidad, está roto y hay que evitarlo. No sorprende así la obsesión de las mentes conservadoras con demostrar que la homosexualidad no es natural, así no es genética, no es original, no es parte de la unidad perfecta y sí es parte del error de la multiplicidad, es factible de ser corregida. (No nos sorprendamos tampoco del corporativismo del PRI, por ejemplo, con su presidencialismo y su "quien quiera la silla, que se forme". Es parte de lo mismo.)
Bajo esta óptica, cuando Claudia y los escritores de la serie nos dicen que hay que dejar ir aquello que somos, incluso al amor imperfecto que construimos, con tal restaurar el balance original, se parece demasiado a quienes dicen que gays o lesbianas necesitan pasar por terapia de reconversión y dejar ir su identidad y sus amores con tal de privilegiar el modo "original" del amor; o recuerda también a la ley del "one drop" que decía en los EUA que un hijo de blanco con negra - o al revés - era ya negro y por lo tanto esclavo, que el niño debía renunciar a su identidad de herencia doble con tal de legitimar el sistema "original" de razas, evitando que la frágil taza del sistema polítco-económico esclavista se rompiera.
También bajo esta óptica, resulta bastante amargo ese juego de que en los mundos imperfectos, alguna de las hijas de Hannah es sordomuda, al policía Wöller le falta un ojo o un brazo y a Helge una oreja o un ojo, mientras que en lo que alcanzamos a ver del mundo original, no hay gente a la que le falten miembros o el uso de algún sentido, incluso a Wöller le preguntan del accidente con el ojo, pero se trata de un accidente donde no pierde nada, como si la gente con estas condiciones corporales perteneciera a mundos imperfectos, como extendiendo demasiado literalmente la metáfora de las tazas rotas a las personas, negando un poco la diversidad de cuerpos.
Es por esto que afirmo que Dark es una serie conservadora: para aceptar la solución al problema de la trama, hay que aceptar un principio que tiene por consecuencia la negación de la diversidad. Tengo que apuntar que no me gusta demasiado andar marcando esa diferencia entre liberales y conservadores, en realidad creo que conservadores y liberales están metidos en un nudo espacio temporal similar al de Adán y Eva en Dark, nudo que yo mismo no sé desenredar, pero que no hay que tomarse demasiado en serio en lo que esperamos a que llegue una Claudia que lo entienda. Mientras tanto, sí que creo que un par de cosas se pudieron hacer diferente con el nudo de la serie.
El rechazo a la diversidad en Dark viene del origen mismo, de ese origen que es la resolución de los problemas de la serie, después de todo, ¿qué el principio no es el fin y el fin es el principio? Mientras Jonas/Adán y Martha/Eva intentaron cambiar las líneas de tiempo de sus mundos con tal de lograr sus objetivos particulares, no lograron más que repetir el ciclo de los sucesos. Esto sucede porque cada uno de los dos estaba buscando la solución a los problemas sin pensar fuera de la caja, Jonas/Adán buscaba destruir todo trayendo el final, mientras que Martha/Eva buscaba preservar el inicio; representaban dos fuerzas opuestas sólo en la apariencia. Aunque es cierto que eran opuestos en la medida en que actuaban uno contra el otro, ninguno de los dos cuestionaba la posibilidad de que el origen se hallaba en otro lugar, en un tercer mundo. Así, su "oposición" sólo lograba perpetuar la situación. Lo que descubre Claudia es que ambos estaban equivocados, que mientras ambos pensaban que el origen era la relación amorosa entre los dos, Claudia cae en cuenta de que incluso esa relación es producto de algo más primigenio y que mientras no se atienda ese problema más fundamental, no importa cuántas vueltas le des al nudo, este seguirá allí.
Esta es una lógica fundamental de toda la serie, si entiendes el principio de un problema, puedes lograr su final. No podemos terminar una pandemia, si no entendemos que su origen está en un virus, en el ADN. Sin entender eso, no somos más que médicos medievales que pueden hacer mil cosas que no alterarán las consecuencias fatales del virus puesto que no entienden que la solución no es la quema de cadáveres, las máscaras de ave, las sangrías o las plegarias, sino la vacunación y el distanciamiento físico. Podemos decir que ni Adán ni Eva habían logrado ver el lado genético del problema del virus, por eso aunque hacían una complicada danza de piezas de ajedrez, no lograban cambiar las cosas. Sólo Claudia logra ver ese aspecto genético, por cierto, que genético viene de génesis que quiere decir, origen.
La serie parece entonces quedar allí, la doctora Claudia da una explicación viable del virus, da un diagnóstico acertado, prescribe una receta, manda a Jonas y Martha a administrar la medicina adecuada y ¡zas! la pandemia se acaba. Además, en medio de todo esto, nos dan una bonita máxima de filosofía milenial "tienes que dejar ir, desprenderte" o como diría san Juanga "no te aferres, ya no te aferres a un imposible, ya no te hagas, ni me hagas más daño, ya nooooooo". Esta misma noción de dejar ir circula mucho en algunos iluminados posts de mandalas con mensajes espirituosos de los que comparten algunas gentes de mi generación antes de continuar con su clase para instructores de yoga y después de su vaso mañanero de combucha. Pero que, bueno, la noción tiene mucho de cierta más allá de quién la diga, de hecho, es tan tan cierta, que habría que dejar ir la idea de que Claudia acertó en su receta. Aunque definitivamente acertó en el diagnóstico, su receta me parece poco afortunada.
Si la taza se rompe al caer de la mesa, quiere decir que la taza no es una unidad perfecta. Si la taza realmente fuera una unidad perfecta, no habría fuerza capaz de romperla. Como todos sabemos, la taza es una amalgama de partículas de barro, cerámica, vidrio, etc. La taza en realidad siempre fue una multiplicidad de millones de partes que dan la apariencia de unidad, por los procesos de cocción o de fundición del material con el que se hicieron. Cuando la gravedad y el suelo rompen a la taza en dos, no han destruído la unidad ni creado una imperfección, sólo han revelado la diversidad que estaba contenida allí adentro. Quiero decir que la unidad es una ficción, creada por nuestras mentes que son buenas para encontrar patrones. Me parece más lógico pensar en la taza como una especie de confederación de partículas que bajo las condiciones correctas de calor y de un molde, conforman una taza, y que su unidad no es original sino que es el resultado de su coordinación bajo esas condiciones correctas.
Pienso que Adán y Eva en realidad estaban más cerca de la respuesta correcta, que Claudia. Adán y Eva pensaban que el origen estaba en la relación amorosa de ambos. Adán decidió destruir la relación y Eva decidió conservar sólo un lado (Claudia eligió que se renunciara a la existencia de la relación), pero creo que la respuesta más humana habría sido fortalecer la relación amorosa ¿qué mejor pegamento para dos pedazos de mundo que el amor? Esa sería la primera gotita de pegamento entre las dos tazas, pero sería necesario traer más, hacer más viajes donde se conocieran más personas de distintos mundos y se enamoraran. En una de las escenas finales, Ulrich y Franziska le dicen a Martha del mundo de Eva que puede salvar a Jonas si elige la lealtad al mundo de Adán, este juego de lealtades estilo cámara de diputados es lo que me parece que termina por arruinarlo todo. Si los personajes renunciaran y dejaran ir su obsesión con arreglar las cosas y dejaran de ser serviles a líderes obsesionados con el poder de solucionarlo todo desde sus individuales cabecitas (¿suena otra vez al PRI?), y utilizaran sus viajes en el tiempo para establecer lazos sólidos, hacer la paz con su pasado y garantizar las relaciones amorosas entre personajes, en lugar de destruirlas como parte del camino hacia el poder ¿no se habría tenido incluso una comunidad lo suficientemente fuerte como para hacer frente al apocalipsis?
Todos, como individuos y como sociedad, estamos en alguna medida rotos, de algún modo somos una taza que se cayó y no hay posibilidad de volver al pasado para arreglar ninguna de esas cosas. En lugar de dejar ir la diversidad en el nombre de la sacrosanta unidad, yo le diría a los guionistas que lo que hay que dejar ir es la ilusión de que todo estaba bien en un principio (de un jardín del Edén, de una época dorada donde America was great) y de que es posible recueprar la gracia perdida, el paraíso del que fuimos expulsados cuando el árbol de la ciencia del bien y el mal (la máquina del tiempo del mundo original) nos sacó hacia el mundo que se dirige al apocalipsis. Dejemos ir esa ilusión de unidad original y aceptamos la diversidad originante, que es no es original, es originante, porque no le importa qué vino antes y no se obsesiona con que el pasado tenga que ser restaurado; si aceptamos que haya sido lo que haya sido antes, hoy existe la diversidad que tenemos, estamos en mejores posibilidades de decidir poner pegamento por acá o por allá, o, incluso, olvidarnos de que la taza servái para contener café y hacer un collage con nuestros platos rotos. Es decir, si somos conscientes de nuestra diversidad, podemos dar origen a una unidad por coordinación de las partes que deciden participar y no por la imposición de un mito fundacional.

lunes, 1 de junio de 2020

El lenguaje lateral y subversivo del que ama (Diario de cuarentena 5)

English version
"Espero curarme de ti en unos días. Debo dejar de fumarte, de beberte, de pensarte. Es posible. Siguiendo las prescripciones de la moral en turno. Me receto tiempo, abstinencia, soledad.

¿Te parece bien que te quiera nada más una semana? No es mucho, ni es poco, es bastante. En una semana se puede reunir todas las palabras de amor que se han pronunciado sobre la tierra y se les puede prender fuego. Te voy a calentar con esa hoguera del amor quemado. Y también el silencio. Porque las mejores palabras del amor están entre dos gentes que no se dicen nada.

Hay que quemar también ese otro lenguaje lateral y subversivo del que ama. (Tú sabes cómo te digo que te quiero cuando digo: «qué calor hace», «dame agua», «¿sabes manejar?», «se hizo de noche»... Entre las gentes, a un lado de tus gentes y las mías, te he dicho «ya es tarde», y tú sabías que decía «te quiero»).

Una semana más para reunir todo el amor del tiempo. Para dártelo. Para que hagas con él lo que quieras: guardarlo, acariciarlo, tirarlo a la basura. No sirve, es cierto. Sólo quiero una semana para entender las cosas. Porque esto es muy parecido a estar saliendo de un manicomio para entrar a un panteón."



Y nada, pues está tremendo esto del Sabines. Me llamó mucho la atención esa parte en que dice, ese otro lenguaje lateral y subversivo del que ama. Me hizo pensar que si hay un lenguaje lateral y subversivo, pues tiene que haber un lenguaje frontal y, no sé qué sea lo contrario de subversivo, sumiso ¿sabes? Como oprimido, quién sabe. Y si el lenguaje lateral y subversivo es esas pláticas del cotidiano, el lenguaje frontal son esos teamos y tequieros grandilcouentes y cuanto más estrafalarias las declaraciones, más frontales y, pues si no son sumisas, lo contrario de subversiva es por lo menos que sigue la corriente, y es eso, entre más quieren salir de lo común, más siguen la corriente. Pero luego lo curioso que hace, es eso de decir que lo subversivo es esa conversación del día a día ¿no? Del qué calor hace, del dame agua, del ya es tarde. No por decir que cualquier cosa ya, por trivial, ya sea el amor, ¡no! Sino, supongo, porque hay momentos en que eso se dice y que vale mucho más que otras cosas, más que los gestos grandiosos. Aunque parecen frases triviales, si las pones en el contexto correcto, hablan de la disposición de la entrega y del cariño amoroso. De estar en esa reunión, donde sabes que la otra persona no quiere estar y le dices que ya es tarde, como si fuera cosa tuya, para que todos los presentes disculpen y piensen que es cosa tuya, pero en realidad es porque sabes que ya se quiere ir. Tan contrario a la impertinencia de los grandilocuentes que detienen partidos de básquetbol para pedir matrimonio en medio de la cancha y para que luego les digan que no. Que no. 
Medio me detengo, mira, pero no mucho, para decir que ni Sabines ni yo - y tengo derecho a hablar por los dos - tenemos nada contra el lenguaje frontal y sumiso del amor, también tendrá su lugar, pero es que quienes aman cada día por convicción vital y no en las coyunturas, por demostrar, saben que el lenguaje lateral puede llegar mucho más lejos.
Y me vino a la mente pensando en las parejas antiguas, esas donde no había mucha posibilidad de divorcios ni de elegir con quién casarte ni nada de eso. Recuerdo que una vez ya nos preguntábamos si en esas parejas había amor o cómo era eso, porque algunas parejas sí que llegaban a viejos sin haberse querido separar nunca, pero lo que tenían no se parecía a lo que de jóvenes nos parecía el amor (que era mucho más frontal), y nos preguntábamos si había algún tenue y perspicaz secreto para durar el amor toda la vida o si lo que había allí era un mero hábito horroroso. 
Esto me recordó también que en mis relaciones me gusta alejarme del lenguaje frontal, que hasta ahora no sabía que eso era lo que hacía, no por no decir te quiero, que sí lo digo, sino que me gusta inventarme cosas raras o resignificar palabras que las sacas del contexto a la fuerza y sólo pueden querer decir "te estoy poniendo atención" porque entre dos que saben por dónde quieren andar, ese ya es el único contexto en que se puede leer cualquier cosa.
Y bueno, pues, esta es la opción que da Sabines, además súper antropológica, súper de la vida cotidiana. Y me quedé pensando eso, si esas parejas que nos parecía que habían caído en la rutina, no habían caído en la rutina, sino que habían encontrado ese lenguaje lateral y subversivo. 
Y subversivo, es lo que más me llamó la atención de todo esto, porque justo donde parece lo más invisible y pequeño e intrascendente es el lugar donde logra acomodar lo más grande y lo más profundo.
Y, además del amor, me deja pensando ¿qué quiero hacer de mi vida? En todo sentido pero, por ejemplo, en términos laborales. El éxito o la influencia que parece que uno tiene que buscar en el trabajo, ese tener un gran puesto en el gobierno o en las corporaciones (bueno, las corporaciones no son para mí) o ser un autor publicado, pues allí no hay lugar para estas subversiones, siempre es la centralidad y la grandeza y no lo sutil del día a día.
Allí estuvo mi problema mucho tiempo, yo habría visto al Sabines decir esto y habría pensado, pinche viejito cursi. Porque viendo el amor desde lo frontal, así fuera para pelearme con él, que es lo que hacía, no veía que cuando se sabe hablar del amor, se habla de la vida.

miércoles, 15 de abril de 2020

Policía de la bonita, las rayas en el piso y el metro (Diario de cuarentena 4)

Hoy fui a comprar algunas cosas a la tiendita. En el suelo habían colocado marcas a más o menos la susanadistancia. Cuando me formé en la fila había tres personas delante de mí y el chavo que estaba justo enfrente, no estaba respetando las marcas. Casi al mismo tiempo, el hombre frente a él y yo, nos reacomodadmos exactamente sobre nuestra marca y entonces el muchacho hizo lo propio.
La palabra policía tiene un origen poco sospechado, no siempre se refirió al grupo respaldado por el gobierno que tiene el monopolio de la fuerza. La palabra viene de politeia, ciudadanía, y en algún momento se refirió a buenas conductas ciudadanas o del individuo. Lejos de la vigilancia o de la represión por un grupo identificable de personas, eran las actitudes que toda la ciudadanía debía tomar para que la ciudad funcionara del mejor modo posible.
En tiempos del covid, queda claro que la definición de eso es mantener una distancia y ayudar a dilatar el contagio. Cuando dos personas de la fila hicimos el gesto explícito de pararnos sobre la línea, tuvimos un acto de policía en ese sentido viejo de la palabra, un acto de civilidad, incluso un acto ético. Más, todavía, tras habernos acomodado de modo visible para la persona que estaba rompiendo la distancia, le recordamos que debía colocarse sobre la marca. Ese acto de policía fue doble, fue el acto cívico de hacer algo por respetar al prójimo y fue el acto educativo de recordarle al prójimo el valor del respeto.
Me gusta de la Ciudad de México que ese tipo de práctica cívica tiene un lugar especial en el transporte público. Ese momento en el que, con el metro o metrobús bastante atestado, le preguntas a la persona de enfrente si "baja en la siguiente", tiene una función de lo más interesante.
Al hacerlo, suele pasar que otras personas no empiezan a hacer, o que la persona que está adelante y no va a bajar, comienza a voltear como buscando si hay más que bajan y que necesitan que se quite, también busca para dónde se va a poder mover. Otras personas que están más atrás, que van a bajar y escuchar la pregunta, aprovechan para enfilarse detrás de la que ya preguntó y salir detrás de ella. Esto es un proceso de organización social autogestiva que surge de la nada en menos de un minuto y desaparece cuando el dragón anaranjado vomita un mar de gente.
Visto como proceso de organización social autogestiva, parte de unas suposiciones interesantes. Cuando lo inicias no tienes ni idea de quién es la persona de enfrente, pero supones que estará en disposición de ayudarte a facilitar tu descenso. Esa persona, es cierto, tampoco es pura bondad y dulzura, al dejarte pasar, se ahorra los empujones o incluso se ahorra la corriente de chilangos que podría empujar fuera del vagón. Aquí tenemos un acto que es tanto a beneficio del individuo, como del colectivo; tanto egoísta como filantrópico. Parecería una especie de átomo de la ética, no porque sea la unidad mínima (que el átomo tampoco lo es en la física) sino porque conjunta dos fuerzas que han sido vistas históricamente como opuestas.
Para la otra suposición, brevemente pensemos en una situación donde las cosas sean más jerárquicas que el vagón del metro, un salón de clases, una misa, una junta de trabajo. ¿Te atreverías a tomar la palabra en en cualquier momento en cualquiera de ellos? ¿Te atreverías a organizar a la gente para cualquier cosa en mitas de a misa o de la clase? Salvo algunas excepciones, en esos espacios ya se tiene muy claro quién puede iniciar los procesos de organización y cuándo, por eso decimos que hay jerarquía. En el metro, lo único que necesitas es ser un pasajero y con eso basta para sentirte con derecho o sentirte autorizado a iniciar ese proceso de organización social, de lo interesante de la parte autogestiva, el vagón es realmente igualitario en ese sentido.
Creo que nos falta extender estas lógicas de policía cívica a muchas otras cosas, por ejemplo, dentro del mismo metro hemos logrado reservar el carril izquierdo de la escalera eléctrica para quienes suben con prisa, pero de tanto en tanto algún soperutano se queda parada bloquéandolo, pues allí deberíamos aplicar la misma de la tiendita o de "¿baja en la siguiente?" Y eso por hablar del metro, que deberíamos llevarlo bastante más lejos.
Estas acciones me gustan porque cada que alguien quiere explicar los problemas del país desde a "cultura" entendiendo por cultura que "los mexicanos somos muy malhechos" o "es que nos falta ser como en el primer mundo", bueno, yo viví un rato en el llamado primer mundo (y dudo que lo fuera) y nunca vi cosas así. En la cultura hay todo tipo de prácticas, unas malas, pero estas dan fe de que somos bien capaces de comprender lógicas de convivencia, de policía en el sentido bonito, en el sentido de que nuestros actos son los tabiques de la ciudad que queremos habitar.

martes, 14 de abril de 2020

Lo del principio va al final y al revés y todo al revés (Diario de cuarentena 3)

Ayer nos escribió la encargada de administrativo, es una mujer muy empática y amistosa. Del sureste, su acento parece lento, pero más bien es tranquilo como el de quien ha probado antes la prisa y ya no le halla mucho caso. Tiene una actitud con importantes toques maternos para con todo el personal del departamento, esos detalles que te dicen que alguien te tiene en aprecio, pasa a cada escritorio a saludarnos de tanto en tanto, trae comidas de su tierra para compartirnos y, dicho sea de paso, averigua todos los chismes de esta oficina y las demás.
Y ayer nos escribió para decirnos que a la señora que hace el aseo no le habían pagado. La señora que limpia la oficina es una persona de esas que son serias la mayor parte del tiempo, pero que cuando sonríen muestran una franqueza que probablemente han guardado desde la infancia. Tiene un cabello negro siempre amarrado en una gran trenza, que a la edad de ella, si no ha perdido el color tan profundo es porque así suele ser con las mujeres de la sierra entre Puebla y Oaxaca. Y en efecto, de allí viene, es mi paisana.
En el trabajo subcontratamos a una de esas grandes empiezas de limpieza que le dan overoles igualitos a sus empleados. Antes platicaba con ella cuando limpiaba mi área, pero luego cambió su rutina y ya casi no coincidimos, siempre me quedé con ganas de preguntarle si le daban prestaciones. Pero de lo importante sí llegamos a hablar, me contó de su familia - cosa que ya no contaré, porque tiene que haber una línea entre las licencias del narrador y la invasión a la privacidad. Baste decir que con el bajo salario que sé que tiene, ha hecho maravillas para que su hija termine la prepa.
Y, pues, no le depositaron. Así que la encargada de administrativo nos pidió una cooperación mientras el departamento correspondiente se ocupa del asunto. Deposité y condené en el guasap de la oficina la falta de empatía de esa empresa (debí ser ligeramente más explícito, algo sobre el tono  de jueputas, tienen contratos millonarios de limpieza, pagan una misera, mandaron a estas personas mayores a limpiar cuando todos ya estábamos en cuarentena y no quieren pagar una quincena) pero a veces la diplomacia prima.
En mi casa hay también una mujer que hace el aseo, viene una vez a la semana, pero desde hace dos le dijimos que no viniera. Le seguimos depositando su salario. Y lo que todo esto me lleva a pensar es ¿quién asumirá los costos?
Ya hemos visto que empresas como grupo Alsea decidieron deshacerse de algunos de sus empleados. Eso no quiere decir que la empresa no asuma ciertos costos, incluso están asumiendo pérdidas económicas. Pero la capacidad de una empresa para resistir estas pérdidas no se compara con la capacidad de las familias de las mujeres que trabajan en la limpieza. Es necesario hacer una nota, en esta crisis de salud, tomamos consciencia como nunca del papel que la higiene toma en la salud, la higiene corporal y la de los espacios, y entonces, todas estas personas casi siempre mujeres, que trabajan en la limpieza ¿no son de algún modo trabajadoras de la salud? 
Cuando estuve en Nueva York y trabajaba haciendo la limpieza para un gran corporativo hotelero, sobra decir, también éramos los de hasta abajo, los más desprotegidos. Cada noche cargábamos bolsas de basura que podían contener vidrios rotos que nos cortarían al tomarlas, bolsas que, en conjunto, deberían pesar cerca de media tonelada. Kilos y kilos de deshechos que cientos de gringos producían en una tarde de alcohol y risas y que ellos mismos no cargarían por la cantidad que cobrábamos nosotros. Las personas que proveen el principio de la salud, la higiene, ¿cómo pueden estar al final?
Mientras las empresas recortan esos gastos para garantizar que podrán volver al mercado, no hay garantía para estas mujeres y tantas otras personas en situaciones parecidas. Mientras que las tiendas cerradas, con sus muebles apilados y sus focos apagados no corren riesgo de enfermar; cuando las personas sin empleo enfermen, y casi podemos tener la certeza de que lo harán, serán sus familias - y el sistema de salud pública - quienes tendrán que responder. Mientras los espacios de las cafeterías será ocupados por alguien al reabrir, porque habrá bastantes que quieran trabajo, los espacios vacíos en las familias no se pueden volver a ocupar.
Al final el costo lo pagamos como sociedad, pero a algunos grupos se les cobra más caro. Esto no es un texto contra los empresarios, porque no son todos, y sí hay empresas que están asumiendo los costos de no despedir a nadie y así evitan transferir los costos más duros a la base social.
También tenemos ciertas redes que pueden ayudar a disminuir el impacto y habemos quienes tenemos la posibilidad de ser nodos que carguen más en esas redes y, en la medida en que tengamos un privilegio, es nuestra responsabilidad hacerlo. Pero incluso de ese modo, lo que podamos hacer no se compara lo que podríamos hacer con una red pública de seguridad social. Nos toca ir viendo cómo armarla, porque en un mundo cada vez más interconectado, esta pandemia no será la última. Si estamos conectados para enfermar, también tenemos que estarlo para resistir y para sanar.


domingo, 12 de abril de 2020

Gatos lectores, no hablaré de Candy Candy y vamos a contar hsitorias. (Diario de cuarentena 2)

Ayer ya no podía más con este estar encerrado, sentía un poco de ansiedad, lo mismo si estaba en mi habitación que en la cocina. Convencí a mi hermana de hacer algo de limpieza, con tal de distraerme, pero tampoco duró mucho tiempo el asunto. Para las cuatro de la tarde me fui dando cuenta de que he pasado la mayor parte de estos días al interior de la casa, cuando tenemos un pequeño jardín. Salí, me tiré en el pasto y me quedé mirando al cielo, de tanto en tanto uno de los gatos brincaba sobre mi panza o intentaba robarse el libro que llevé conmigo - nunca subestimen el interés que los gatos tienen por la gramática de los códices mexicanos.

Y estando allí tirado, sin moverme, me pregunté si algo así sintió él cuando cayó del caballo y quedó tendido sin poder moverse. No hablo de Anthony el de Candy Candy, porque él cayó boca abajo y murió al instante. Hablo de Ignacio de la Llave, a quien casi nadie conoce. Ignacio cayó del caballo porque una bala le destrozó la columna, lo acribillaron por la espalda sus propios escoltas, así, a lo gacho, a lo cobarde y a lo canalla. 
¿Quién era como para llevar escoltas? Pues había sido gobernador de Veracruz y era general del ejército, pero nada como lo que hoy pensamos, no un Duarte ni un gañán de esos. En sus tiempos, Nachito era apodado "el liberal de liberales", lo que quería decir que estuvo dispuesto a luchar, y luchó, contra muchos de los grandes poderes de su época, la iglesia, el partido conservador, la dictadura de Santa Anna, los franceses invasores, los gringos invasores y defendió la causa hasta cuando no había un peso y hasta cuando estaban rodeados y parecían perdidos. O sea, un güey chingón, de esos que hoy por hoy deberían ser gobernadores de Veracruz en lugar de los Duartes.
De la Llave había estado encerrado dos meses, como en cuarentena, pero porque los franceses tenían la ciudad de Puebla rodeada. Y si yo no puedo con estos días y sin cañonazos, no me imagino cómo le fue a a aquellas gentes.Es curioso cómo la batalla más peleada, no es la de los balazos, sino la de las historias, la de lo que se cuenta y los valores y los principios que eso trae. Al respecto de las batallas que hubo en esos tiempos, franceses y mexicanos decían cosas totalmente distintas. Hoy por hoy, la kiwipedia en francés, dice que en la batalla de Camarón se enfrentaron 65 franceses contra 2000 mexicanos armados con las más novedosas armas gringas de repetición y alto calibre, que por eso perdieron los franceses, que estaban muy superados, agregan que al capturar a los últimos franceses, el comandante mexicano Francisco de Paula (también gobernador de Veracruz) dijo sorprendido que esos franceses no eran hombres, que eran demonios. ¡Está muy mamona esa explicación! Onda, resistimos todo un día contra un ejército treinta veces mayor a nosotros y armado como el mejor y resistimos hasta el final y todavía el enemigo dijo que éramos bien chingones. La kiwipedia en español dice que fueron 65 franceses contra 600 mexicanos, de las armas no dice nada, pero hay una carta de Francisco de Paula para Juárez que unos días antes le decía de sus hombres que "no merecen el nombre de soldados, y no cuentan siquiera con el regular armamento".
¿Qué suena más probable en México y en una época que el país fue invadido por no poder pagar sus deudas? ¿Que había soldados de sobra y tecnología de punta? ¿O apenas unos soldados con apenas suficientes armas? Pero los franceses, que se decían el mejor ejeército del mundo, no iba a decir que perdieron contra unos andrajosos malarmados y que probablemente el comandante mexicano lo único que dijo al final de la batalla, fue "nos la pelan, pinche güeritos". Más de ciento cincuenta años después, cada lado sostiene su versión.
Dicen por ahí que cada quién habla como le fue en la feria, pero es más probable que cada quién hable como quiere dar la apariencia de que le fue en la feria. Dice Rita Segato que acabando esta parte de urgencia y cuarentenas del covid, la que se va a armar, va a ser por quién controla las narraciones de lo que pasó. Los gobiernos más represores querrán decir que fueron sus estrategias impositivas lo que les permitió controlar el virus, los más liberales dirán que el fallo fue porque la salud pública está descuidada y hacen falta servicios públicos confiables (créanle a estos últimos), pero en medio de todo esto ¿yo qué? ¿Tú qué? ¿Vamos a ponernos nomás a ver qué historia nos compramos, por cuál votamos, cual periodo electoral internacional?
Nop. Tenemos que hacer nuestras propias historias, por ejemplo, llevar un diario de  la contingencia y compartirlo con nuestras personas cercanas. Contar historias no es un acto de privilegio social o reservado para quienes tienen algún don para la narración, contar historias es un modo de resistencia política, cuando son nuestras historias y cuando las volvemos conversaciones con nuestros seres queridos. Contémonos menos lo que nos repiten las bocinas y las pantallas y hagámosle un espacio a lo que tenemos para decirnos a la cara, los unos a los otros.






Este es Nachito, ahora imagínenselo con unos agujeros de bala, tirado en el suelo y con un charco de sangre, gritando "¿por quéeeee?" mientras suena música dramática y hay un close up sobre su cara.

PS. Bueno, pues Ignacio de la Llave murió dramáticamente después de caer del caballo sin esperarse la traición de sus soldados. ¿Por qué lo mataron? A lo judas, por unas piezas de oro que Nacho le estaba llevando a Juárez para organizar la resistencia contra los franceses. Nadie los sobornó, ningún francés les pagó, la neta eran parte del pueblo sin un peso, de los jodidos y los de abajo, y pues pudo más la pasta que el ideal.
No creo que se hayan dado cuenta que le cerraban una puerta al país, como si hoy nos mataran a Lidya Cacho o Anabel Hernándes (toco y re toco madera), se fregaron a una de las pocas personas decentes y que a la vez ocupara una posición desde la que influir. A cambio, ellos habrán ido a malbaratar esas piezas de oro. Honestamente, con el país en medio de la intervención, aunque hubieran querido, no habrían podido hacer gran cosa con eso. Mataron a un hombre decente pa poder empedarse y meterse a un prostíbulo - sin ofensa alguna al alcohol ni a las magdalenas, que ninguna culpa tuvieron en eso.
 Así hay siempre personas que no ven la trascendencia de actos que parecen pequeños, y espero que esta Era del Covid nos esté enseñando que tenemos algo que decir en eso.

sábado, 11 de abril de 2020

Codornices, feisbuc y casi choco con un camión. (Diario de cuarentena 1)

 English version
Decidí que ayer no entraría al feisbuc. Siempre he sido feisbuquero, pero comencé a a asustarme del tiempo que le dedicaba a estar pegado a la pantallita del celular y de la sobredosis de información que estaba teniendo. Fue bastante difícil durante las primeras ocho horas. Mis dedos se movían, sin preguntarme, hacía el pequeño ícono azul.
Supongo que mi atención se distrajo del celular cuando murió la codorniz. Mi mamá tenía una codorniz, bueno, en realidad ha tenido como cuatro, pero esta es la única que había sobrevivido más de unos pocos días. Resulta que a las aves de corral no les gusta tener mucho movimiento, como a estas que cada mes las llevábamos y las traíamos a Puebla. Resulta  también que las estresa vivir ceca de gatos y perros - predadores - y de ciertos ruidos que aquí son inevitables. Era casi un milagro que esta no se hubiera ido como las demás.
El conocimiento que en la casa teníamos sobre el cuidado de las aves era nulo (casi lo sigue siendo) y esto es una cosa muy rara. Diario comemos huevos de gallina, de tanto en tanto comemos carne de pollo, e ignoramos completamente lo que se necesita para poner cualquier cosa de esas en nuestra mesa. Lo mismo pasa con el feisbuc, sé usar tantas de las cosas que me pone al toque de un ícono, pero ignoro por completo dónde está guardada toda esa información o por dónde pasa en su camino a qué lugar.
De mis experiencias en comunidades rurales, no conozco a un solo campesino que ignore lo que se requiere para poner cierta comida en la mesa y que, cuando le platica algo a un vecino o compadre, ignore lo que podría pasar con esa información en el pueblo.
Los urbanitas vivimos de cadenas de producción y distribución de bienes y servicios, de las que ignoramos casi todo. Vivimos en una burbujita de objetos e íconos que podemos puchar, comer, comprar, colocar, deslizar, agarrar, escrolear, suaipear, conectar y demás, todo al alcance de nuestras manos y fuera del alcance de nuestras mentes.
La última vez que estuve en la Sierra de Puebla, una minera canadiense operaba en al región. No sé bien qué extraían, pero seguro era el principio de una de esas cadenas que luego van a terminar en las burbujitas de alguna ciudad. Tuve un ligero accidente automovilístico porque la minera había puesto a operar unos camiones de transporte pesado que eran demasiado granes para la pequeña carretera serrana de dos carriles, sin acotamiento y llena de curvas y subidas y bajadas, circulaban unos treinta por día (a ojo de buen cubero). En la maniobra de evitar que uno de esos chocara de frente conmigo cuando salió de una curva invadiendo mi carril - cosa que hacían todo el tiempo y en todos lados - le pegué a la facia del carro de atrás.
Yo fui afortunado, porque unas semanas más tarde un niño que vivía a pie de carretera, fue atropellado. La familia de la muchacha que conducía el auto al que le pegué, me comentó que con frecuencia los camiones aplasta autos más pequeños, no se detienen y no es posible hacerlos responder, que una vez un federal de caminos siguió a uno de los camiones hasta el lugar al que llevan la carga, se quedó esperando afuera de la empresa y al final le salieron a decir que tendría que hablar con los abogados de la compañía.
Puede ser que la minera haya traído algunos trabajos a la región - faltaría ver aún sueldos y derechos laborales - pero no adecuó los caminos a sus camiones, no instruyó a su gente a hacerse responsable de nada, no se veía ninguna mejora en servicios de ningún tipo, hasta ese momento habían matado a quién sabe cuánta gente sólo con los camiones y ni hablar de los hoyos en lo cerros que son visibles desde google earth y quién sabe qué le harán al ecosistema de gente que vive en la naturaleza.
Mi pregunta es, cuando la minera llegó, ¿le habrán dicho a la gente que todo eso iba a pasar? Si a caso les dijeron algo, no fue eso. Los que estamos al final de la cadena no sabemos nada de ella y quienes están al principio se enteran demasiado tarde. La sobredosis de información de la que me espanté estos días, es mucha, pero nos dice muy poco. ¿Por qué el desarrollo tendría por consecuencia inmediata la ignorancia y el despojo? 

La imagen es 2007 ¿cómo estará hoy?


martes, 18 de febrero de 2020

14 de Febrero



Catorce de Febrero, es una fecha que, supongo, se ha de escribir así con mayúsculas porque mueve muchas cosas. Como sea, fue viernes de salir de temprano, que es una alegría de los oficinistas. Los patrones que acceden a implementar cosas como esta o como el viernes de ropa casual, se sienten muy progresistas y abiertos, luego – los primeros días – los oficinistas sienten que se les ha concedido un favor y miran a sus jefes como los bebés miran a quien les trae una mamila, pero al paso de los meses y los años, los oficinistas se van convenciendo de que es un derecho laboral mínimo que es a duras penas suficiente para compensar otras miserias del capitalismo, y termina por parecerles un derecho ganado en alguna heroica revolución encorbatada. Antes se ganaban los derechos sociales y hoy nos conceden los viernes de salir temprano, ¿habremos olvidado cómo dejar un poquito nuestra individualidad en el nombre de una causa más grande? ¿Es la individualidad contradictoria a las cosas más importantes?
Libre, como francés tras la Bastilla, fui primero a la fuente de la Diana para tomarle una foto que poner en Instagram, porque estoy contento de haber vuelto a esta mugrosa ciudad – mi mugrosa ciudad – y los sentimientos que no se plasman en las redes, estos días, no estamos seguros de que existan.
Luego anduve hasta el barecito, ese que vi hace unos días mientras paseaba con una amiga. Me recordó a los bares de Nueva York – una de las pocas cosas que extraño de esa sobrevalorada ciudad. Tenía el letrero de cerveza Delirium Tremens, una cerveza malísima, carísima y con un elefante rosa por logotipo que, por algún motivo, era demasiado popular en la gran manzana. Además tenía los grifos de la cerveza de barril y los bancos altos en la barra y no sé qué más que se parecía mucho a los de allá. Así que entré y pedí una Stout, negra, fuerte, cremosa, con poca espuma para mi gusto. Al cabo, la acompañó una hamburguesa y unas páginas de Mark Twain.
Después del bar me dirigí al cafecito, ese en el que un pan y un café chico me salen en lo mismo que una comida corrida en un día normal. Pero ¿qué importa? Es día de salir temprano. Fue entonces que pensé en ti. Ayer fue Trece de Febrero – día que no mueve tanto, pero aquí es central – nos llevaste a cenar para adelantar el Catorce porque el mero Catorce no nos quedaba a ninguno de los dos, me llevaste chocolates y luego dijiste que habría un regalo mayor, que si podía adivinar lo que sería. Un libro, respondí. Te sorprendiste de que lo supiera y yo expliqué que sé cuánto me conoces. La verdad es que te vi revisar en tu celular el envío de paquetes de Gandhi, pero aún así las dos cosas son ciertas y me gusta cómo sonríes cuando digo algo del estilo de “sé cuánto me conoces”.
Ese Trece de Febrero es especialmente importante porque se hizo a petición tuya, tú me dijiste que querías un Catorce de Febrero en Trece. Eso había que aclararlo porque soy sabinero, de esos que escuchan la canción de “yo no quiero un amor civilizado” y “yo no quiero un catorce de febrero”. La verdad es que se trata menos de ser sabinero, o sea de escuchar al loco de Úbeda, y más de que tengo yo no sé qué dificultades internas que me impiden sentirme cómodo en estas fechas y celebraciones (hace años que me niego a festejar mis cumpleaños). Pero esta vez fui muy contento a nuestro Catrece de Febrero, porque me pediste algo que querías, a pesar de que sabías que a mí no me entusiasmaba, y me lo pediste de un modo en el que al principio de nuestra relación no nos hablábamos, dijiste lo que querías, lo dijiste con cariño y con intenciones claras. Antes me costaba tanto adivinar lo que querías y, cuando lo decías, salía ya abollado de frustración, molestia e inseguridad.
Llegué al cafecito, afuera una muchacha vendía flores y recordé que ayer quise comprarte una flor antes de vernos, pensaba comprarla a la hora de la comida, quería que fuera una flor naranja, de ser posible, con trazos rojos. Pero a la hora de la comida me invitaron a comer unos compañeros. Yo accedí y en lugar de dejarlos un poco antes o unírmeles un poco después para ir por la flor, estuve todo el tiempo con ellos. Ese tipo de relaciones me importan mucho, creo que esos momentos de la cotidianidad son fundamentales para construcción de relaciones sociales sólidas y hasta democráticas, indispensables en un trabajo que pretende tener un impacto social. Así que les dediqué todo el tiempo.
Tras salir del cafecito con mis ochenta pesos de consumo en las manos, la muchacha de las flores seguía allí. Me detuve a verla y, no sé cómo, terminé por preguntarme si soy egoísta. Catorce de Febrero y gasté bastante en mí. Ayer tú nos organizaste todo y yo no te tuve nada. Mañana voy a gastar otra buena cantidad en una de esas barberías hipsters donde te cobran un platal por usar su diseño de interiores para hacerte sentir que eres un rudo motoquero y luego venderte toallas con olor a manzanilla en la cara y maniquiur. Podría intentar agregar desagravantes, como que antes no solía hacer estos gastos (es la primera vez que tengo un sueldo decente y fijo) o que en Nueva York la pasé muy mal. Pero no hay nada que desagravar, porque no hay nada de malo en consentirme un poco. La pregunta, sin embargo, sigue en pie ¿soy egoísta? Podría, seguramente, consentirme a mí y consentirte a ti también.
Como, para bien y para mal, casi todo se me resbala, no pensé más en el asunto, seguí caminando hasta que la lluvia me hizo meterme al metro. Allí, quién sabe cuántos metros bajo la tierra, con una mano en el pasamanos y con la otra en el celular, como las más estereotípica imagen del godín de gran urbe, entró tu mensaje. Claro y al punto, como no me hablabas al principio de lo nuestro, como te tomó bastante esfuerzo hablarme, pero cuando lo lograste ganamos mucho en la relación. Claro y al punto me dijiste que habías esperado algo de mí el día de hoy, un mensaje, un chocolate, una flor. No era un reclamo, era comunicación.
Me dejaste pensando. Ser detallista, eso de ser detallista, como le decimos quienes habitamos este fragmento de existencia entre el Río Bravo y Guatemala. Antes lo fui, no creo que te hayan tocado esos tiempos, o bueno, ni te tocaron mucho ni lo fui tanto, pero sí que antes lo fui más. Lo dejé perder y aquí es importante la formulación de la frase, porque no lo perdí como quien, de repente, cae en cuenta de que no trae las llaves de casa; lo dejé, lo dejé perder, como si alguien un día sacara las llaves de su bolsillo un minuto, y al día siguiente, dos, y al siguiente, tres, para irse desacostumbrando a tenerlas guardadas, para tentar a la suerte y que un día de esos ya no estén más allí. Pero la analogía se quiebra, porque las cosas del corazón no son como los llaveros. Un llavero se perdería, pero las cosas del corazón, no. Si te propones dejarlas perder, un día meterás la mano al bolsillo y pensarás que ya no están allí, porque eso es lo que quieres pensar, aunque ellas siguen allí, sintiendo tu mano tocarlas y mirándote con extrañeza cuando las ignoras y ellas recuerdan cómo antes las querías tanto. Una vez que estás convencido de que se perdieron, tienes que explicar por qué tus dedos aún sienten algo cuando entran al bolsillo, así que inventas cosas.
Me inventé cosas. Inventé que no lo hacía, porque cuando lo haces, se enamoran de ti - que es parcialmente cierto - y cuando se enamoran de ti, se ilusionan - que es parcialmente cierto - y que no es bueno ilusionarse conmigo, porque al final siempre me elijo a mí, me voy al DF, me voy a Nueva York, priorizo mi trabajo o mis estudios ¿y para qué cultivar una decepción?
Vi esas cosas que me había inventado y me las quise creer por un momento. Que, de algún modo, esa falta de atenciones románticas es producto de un desajuste entre mi libertad y la naturaleza del estar en pareja. Pero me hablaste claro y al punto y no podría perderme en vaivenes de confusiones si me hablaste claro y al punto. Así que, claro y al punto, creo que quise dejar perder esos detalles que enamoran, no para evitar que se enamoraran de mí, sino que quise dejarlos para no enamorarme yo. No para ahorrarle la decepción a alguien más, sino para ahorrarme la decepción a mí. Porque crecí pensando que uno entrega su libertad ante la naturaleza del estar en pareja, pero cuando llegó el momento descubrí que no soy quien hace eso y el reto se vuelve aprender lo que no me enseñaron, entregarme a la vida en pareja del mismo modo en que me entrego a mi libertad. Y que una cosa, tarde o temprano, pondrá en jaque a la otra, pues sí, pero los modelos lineales nunca me gustaron.
No es disculpa, ni es una promesa de esas que se autoengañan, es comunicación; porque si me esfuerzo por hablarte de las cosas que antes no te hablaba, ganamos mucho.