jueves, 5 de septiembre de 2019

El Pelaje Húmedo

Pasa de media noche cuando cabeceas. Caes en cuenta de que ya has visto más de quince videos de gente que deja pequeños objetos en los rieles del tren para que los aplasten las ruedas. Sabes que has llegado demasiado lejos, caído demasiado bajo, has entrado en ese ciclo en el que surfeas de contenido en contenido sin nunca sentir satisfacción ni completo aburrimiento. Además, durante los breves instantes del cabeceo tuviste alguna especie de sueño ¿o alucinación? Tu cuerpo se sentía cubierto de pelaje húmedo. Haces un esfuerzo y cierras la lap top, te pones la pijama y apagas la luz. Antes de volver a la cama te cercioras de que el seguro de la puerta esté puesto, no es que nadie fuera a entrar a tu habitación - tal vez tu hermana para despertarte por la mañana y convencerte de ir a desayunar gorditas - pero adquiriste la costumbre cuando vivías en los EUA y la aparición de un asesino serial parecía algo cercano. O el gato, piensas. Que cada madrugada rasca tu puerta y maúlla, maúlla tan fuerte que a veces parece que traspasó la puerta. 
Vas a la cama, pero después de una hora, no logras dormir. Los mosquitos. Pero si te tapas hasta la cabeza para evitarlos, te da mucho calor. Si sacas un pie por debajo de la cobija, mejora un poco, pero después los mosquitos de nuevo. Tras las vigésima vuelta en la cama, se escucha un maullido lejano, ¿vendrá temprano el gato? Y se te mete a la cabeza la idea de salir por la ventana y dormir en la azotea, podrías traer tus cobijas, taparte por completo y el fresco de la noche compensaría el calor de estar completamente bajo la cobija. ¿Qué más da? Hola azotea.
Fue buena idea, logras dormir de inmediato. El sueño es bueno hasta unos minutos antes del amanecer, cuando se suelta una buena lluvia de temporada: sin avisar y como si vaciaran el mar sobre la ciudad.Te pones en pie cubriéndote con la cobija como si no estuvieras ya chorreando y caminas hacia la ventana de tu habitación. El trecho es corto, pero la cobija se hace más y más pesada, hasta que te impide caminar, piensas que es absurdo y la dejas caer, pero en ese momento resbalas.
Abres los ojos de nuevo y tu cuerpo yace de costado a unos centímetros del borde de la azotea, la cabeza te duele mucho, debiste golpear duro al caer. Te levantas a cuatro patas y así gateas hasta la ventana. Está cerrada. No es que la haya cerrado el viento y baste con que jales el borde con la punta de los dedos. Está cerrada, cerrada. Alguien le puso el pasador por dentro. Rascas  el vidrio con tus patas delanteras y maúllas de un modo que más bien recuerda a una corneta desafinada, es un maullido de principiante.
Al interior de la habitación un cuerpo se agita en la cama, eres tú. Miras tu propio cuerpo asomar la cabeza por debajo de la cobija y mirar hacia la ventana con un par de ojos felinos que ignoran el chaparrón que moja el pelaje que cubre tu cuerpo, que ignoran tus maullidos que mejoran poco a poco con el uso, que ignoran que dejaste la puerta con seguro para que nadie entrara y que ignoran que esa es tu cama. Tras mirarte sin demasiado interés, los ojos felinos se cierran y continúan durmiendo. Brincas hasta el árbol y bajas por el tronco para refugiarte en la cochera. 
Sabes que cuando amanezca, alguien saldrá a poner tu comida en un plato junto al del perro y tú irás a comerla. Unas horas después, tu hermana saldrá a desayunar gorditas, la verás pasar acompañada de ese cuerpo que solía ser tuyo y que ahora tiene ojos de gato. Pero no te importará, porque ya no entenderás de razones de humanos. Sólo maullarás y mirarás al perro con tedio.