martes, 14 de abril de 2020

Lo del principio va al final y al revés y todo al revés (Diario de cuarentena 3)

Ayer nos escribió la encargada de administrativo, es una mujer muy empática y amistosa. Del sureste, su acento parece lento, pero más bien es tranquilo como el de quien ha probado antes la prisa y ya no le halla mucho caso. Tiene una actitud con importantes toques maternos para con todo el personal del departamento, esos detalles que te dicen que alguien te tiene en aprecio, pasa a cada escritorio a saludarnos de tanto en tanto, trae comidas de su tierra para compartirnos y, dicho sea de paso, averigua todos los chismes de esta oficina y las demás.
Y ayer nos escribió para decirnos que a la señora que hace el aseo no le habían pagado. La señora que limpia la oficina es una persona de esas que son serias la mayor parte del tiempo, pero que cuando sonríen muestran una franqueza que probablemente han guardado desde la infancia. Tiene un cabello negro siempre amarrado en una gran trenza, que a la edad de ella, si no ha perdido el color tan profundo es porque así suele ser con las mujeres de la sierra entre Puebla y Oaxaca. Y en efecto, de allí viene, es mi paisana.
En el trabajo subcontratamos a una de esas grandes empiezas de limpieza que le dan overoles igualitos a sus empleados. Antes platicaba con ella cuando limpiaba mi área, pero luego cambió su rutina y ya casi no coincidimos, siempre me quedé con ganas de preguntarle si le daban prestaciones. Pero de lo importante sí llegamos a hablar, me contó de su familia - cosa que ya no contaré, porque tiene que haber una línea entre las licencias del narrador y la invasión a la privacidad. Baste decir que con el bajo salario que sé que tiene, ha hecho maravillas para que su hija termine la prepa.
Y, pues, no le depositaron. Así que la encargada de administrativo nos pidió una cooperación mientras el departamento correspondiente se ocupa del asunto. Deposité y condené en el guasap de la oficina la falta de empatía de esa empresa (debí ser ligeramente más explícito, algo sobre el tono  de jueputas, tienen contratos millonarios de limpieza, pagan una misera, mandaron a estas personas mayores a limpiar cuando todos ya estábamos en cuarentena y no quieren pagar una quincena) pero a veces la diplomacia prima.
En mi casa hay también una mujer que hace el aseo, viene una vez a la semana, pero desde hace dos le dijimos que no viniera. Le seguimos depositando su salario. Y lo que todo esto me lleva a pensar es ¿quién asumirá los costos?
Ya hemos visto que empresas como grupo Alsea decidieron deshacerse de algunos de sus empleados. Eso no quiere decir que la empresa no asuma ciertos costos, incluso están asumiendo pérdidas económicas. Pero la capacidad de una empresa para resistir estas pérdidas no se compara con la capacidad de las familias de las mujeres que trabajan en la limpieza. Es necesario hacer una nota, en esta crisis de salud, tomamos consciencia como nunca del papel que la higiene toma en la salud, la higiene corporal y la de los espacios, y entonces, todas estas personas casi siempre mujeres, que trabajan en la limpieza ¿no son de algún modo trabajadoras de la salud? 
Cuando estuve en Nueva York y trabajaba haciendo la limpieza para un gran corporativo hotelero, sobra decir, también éramos los de hasta abajo, los más desprotegidos. Cada noche cargábamos bolsas de basura que podían contener vidrios rotos que nos cortarían al tomarlas, bolsas que, en conjunto, deberían pesar cerca de media tonelada. Kilos y kilos de deshechos que cientos de gringos producían en una tarde de alcohol y risas y que ellos mismos no cargarían por la cantidad que cobrábamos nosotros. Las personas que proveen el principio de la salud, la higiene, ¿cómo pueden estar al final?
Mientras las empresas recortan esos gastos para garantizar que podrán volver al mercado, no hay garantía para estas mujeres y tantas otras personas en situaciones parecidas. Mientras que las tiendas cerradas, con sus muebles apilados y sus focos apagados no corren riesgo de enfermar; cuando las personas sin empleo enfermen, y casi podemos tener la certeza de que lo harán, serán sus familias - y el sistema de salud pública - quienes tendrán que responder. Mientras los espacios de las cafeterías será ocupados por alguien al reabrir, porque habrá bastantes que quieran trabajo, los espacios vacíos en las familias no se pueden volver a ocupar.
Al final el costo lo pagamos como sociedad, pero a algunos grupos se les cobra más caro. Esto no es un texto contra los empresarios, porque no son todos, y sí hay empresas que están asumiendo los costos de no despedir a nadie y así evitan transferir los costos más duros a la base social.
También tenemos ciertas redes que pueden ayudar a disminuir el impacto y habemos quienes tenemos la posibilidad de ser nodos que carguen más en esas redes y, en la medida en que tengamos un privilegio, es nuestra responsabilidad hacerlo. Pero incluso de ese modo, lo que podamos hacer no se compara lo que podríamos hacer con una red pública de seguridad social. Nos toca ir viendo cómo armarla, porque en un mundo cada vez más interconectado, esta pandemia no será la última. Si estamos conectados para enfermar, también tenemos que estarlo para resistir y para sanar.


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