miércoles, 15 de abril de 2020

Policía de la bonita, las rayas en el piso y el metro (Diario de cuarentena 4)

Hoy fui a comprar algunas cosas a la tiendita. En el suelo habían colocado marcas a más o menos la susanadistancia. Cuando me formé en la fila había tres personas delante de mí y el chavo que estaba justo enfrente, no estaba respetando las marcas. Casi al mismo tiempo, el hombre frente a él y yo, nos reacomodadmos exactamente sobre nuestra marca y entonces el muchacho hizo lo propio.
La palabra policía tiene un origen poco sospechado, no siempre se refirió al grupo respaldado por el gobierno que tiene el monopolio de la fuerza. La palabra viene de politeia, ciudadanía, y en algún momento se refirió a buenas conductas ciudadanas o del individuo. Lejos de la vigilancia o de la represión por un grupo identificable de personas, eran las actitudes que toda la ciudadanía debía tomar para que la ciudad funcionara del mejor modo posible.
En tiempos del covid, queda claro que la definición de eso es mantener una distancia y ayudar a dilatar el contagio. Cuando dos personas de la fila hicimos el gesto explícito de pararnos sobre la línea, tuvimos un acto de policía en ese sentido viejo de la palabra, un acto de civilidad, incluso un acto ético. Más, todavía, tras habernos acomodado de modo visible para la persona que estaba rompiendo la distancia, le recordamos que debía colocarse sobre la marca. Ese acto de policía fue doble, fue el acto cívico de hacer algo por respetar al prójimo y fue el acto educativo de recordarle al prójimo el valor del respeto.
Me gusta de la Ciudad de México que ese tipo de práctica cívica tiene un lugar especial en el transporte público. Ese momento en el que, con el metro o metrobús bastante atestado, le preguntas a la persona de enfrente si "baja en la siguiente", tiene una función de lo más interesante.
Al hacerlo, suele pasar que otras personas no empiezan a hacer, o que la persona que está adelante y no va a bajar, comienza a voltear como buscando si hay más que bajan y que necesitan que se quite, también busca para dónde se va a poder mover. Otras personas que están más atrás, que van a bajar y escuchar la pregunta, aprovechan para enfilarse detrás de la que ya preguntó y salir detrás de ella. Esto es un proceso de organización social autogestiva que surge de la nada en menos de un minuto y desaparece cuando el dragón anaranjado vomita un mar de gente.
Visto como proceso de organización social autogestiva, parte de unas suposiciones interesantes. Cuando lo inicias no tienes ni idea de quién es la persona de enfrente, pero supones que estará en disposición de ayudarte a facilitar tu descenso. Esa persona, es cierto, tampoco es pura bondad y dulzura, al dejarte pasar, se ahorra los empujones o incluso se ahorra la corriente de chilangos que podría empujar fuera del vagón. Aquí tenemos un acto que es tanto a beneficio del individuo, como del colectivo; tanto egoísta como filantrópico. Parecería una especie de átomo de la ética, no porque sea la unidad mínima (que el átomo tampoco lo es en la física) sino porque conjunta dos fuerzas que han sido vistas históricamente como opuestas.
Para la otra suposición, brevemente pensemos en una situación donde las cosas sean más jerárquicas que el vagón del metro, un salón de clases, una misa, una junta de trabajo. ¿Te atreverías a tomar la palabra en en cualquier momento en cualquiera de ellos? ¿Te atreverías a organizar a la gente para cualquier cosa en mitas de a misa o de la clase? Salvo algunas excepciones, en esos espacios ya se tiene muy claro quién puede iniciar los procesos de organización y cuándo, por eso decimos que hay jerarquía. En el metro, lo único que necesitas es ser un pasajero y con eso basta para sentirte con derecho o sentirte autorizado a iniciar ese proceso de organización social, de lo interesante de la parte autogestiva, el vagón es realmente igualitario en ese sentido.
Creo que nos falta extender estas lógicas de policía cívica a muchas otras cosas, por ejemplo, dentro del mismo metro hemos logrado reservar el carril izquierdo de la escalera eléctrica para quienes suben con prisa, pero de tanto en tanto algún soperutano se queda parada bloquéandolo, pues allí deberíamos aplicar la misma de la tiendita o de "¿baja en la siguiente?" Y eso por hablar del metro, que deberíamos llevarlo bastante más lejos.
Estas acciones me gustan porque cada que alguien quiere explicar los problemas del país desde a "cultura" entendiendo por cultura que "los mexicanos somos muy malhechos" o "es que nos falta ser como en el primer mundo", bueno, yo viví un rato en el llamado primer mundo (y dudo que lo fuera) y nunca vi cosas así. En la cultura hay todo tipo de prácticas, unas malas, pero estas dan fe de que somos bien capaces de comprender lógicas de convivencia, de policía en el sentido bonito, en el sentido de que nuestros actos son los tabiques de la ciudad que queremos habitar.

martes, 14 de abril de 2020

Lo del principio va al final y al revés y todo al revés (Diario de cuarentena 3)

Ayer nos escribió la encargada de administrativo, es una mujer muy empática y amistosa. Del sureste, su acento parece lento, pero más bien es tranquilo como el de quien ha probado antes la prisa y ya no le halla mucho caso. Tiene una actitud con importantes toques maternos para con todo el personal del departamento, esos detalles que te dicen que alguien te tiene en aprecio, pasa a cada escritorio a saludarnos de tanto en tanto, trae comidas de su tierra para compartirnos y, dicho sea de paso, averigua todos los chismes de esta oficina y las demás.
Y ayer nos escribió para decirnos que a la señora que hace el aseo no le habían pagado. La señora que limpia la oficina es una persona de esas que son serias la mayor parte del tiempo, pero que cuando sonríen muestran una franqueza que probablemente han guardado desde la infancia. Tiene un cabello negro siempre amarrado en una gran trenza, que a la edad de ella, si no ha perdido el color tan profundo es porque así suele ser con las mujeres de la sierra entre Puebla y Oaxaca. Y en efecto, de allí viene, es mi paisana.
En el trabajo subcontratamos a una de esas grandes empiezas de limpieza que le dan overoles igualitos a sus empleados. Antes platicaba con ella cuando limpiaba mi área, pero luego cambió su rutina y ya casi no coincidimos, siempre me quedé con ganas de preguntarle si le daban prestaciones. Pero de lo importante sí llegamos a hablar, me contó de su familia - cosa que ya no contaré, porque tiene que haber una línea entre las licencias del narrador y la invasión a la privacidad. Baste decir que con el bajo salario que sé que tiene, ha hecho maravillas para que su hija termine la prepa.
Y, pues, no le depositaron. Así que la encargada de administrativo nos pidió una cooperación mientras el departamento correspondiente se ocupa del asunto. Deposité y condené en el guasap de la oficina la falta de empatía de esa empresa (debí ser ligeramente más explícito, algo sobre el tono  de jueputas, tienen contratos millonarios de limpieza, pagan una misera, mandaron a estas personas mayores a limpiar cuando todos ya estábamos en cuarentena y no quieren pagar una quincena) pero a veces la diplomacia prima.
En mi casa hay también una mujer que hace el aseo, viene una vez a la semana, pero desde hace dos le dijimos que no viniera. Le seguimos depositando su salario. Y lo que todo esto me lleva a pensar es ¿quién asumirá los costos?
Ya hemos visto que empresas como grupo Alsea decidieron deshacerse de algunos de sus empleados. Eso no quiere decir que la empresa no asuma ciertos costos, incluso están asumiendo pérdidas económicas. Pero la capacidad de una empresa para resistir estas pérdidas no se compara con la capacidad de las familias de las mujeres que trabajan en la limpieza. Es necesario hacer una nota, en esta crisis de salud, tomamos consciencia como nunca del papel que la higiene toma en la salud, la higiene corporal y la de los espacios, y entonces, todas estas personas casi siempre mujeres, que trabajan en la limpieza ¿no son de algún modo trabajadoras de la salud? 
Cuando estuve en Nueva York y trabajaba haciendo la limpieza para un gran corporativo hotelero, sobra decir, también éramos los de hasta abajo, los más desprotegidos. Cada noche cargábamos bolsas de basura que podían contener vidrios rotos que nos cortarían al tomarlas, bolsas que, en conjunto, deberían pesar cerca de media tonelada. Kilos y kilos de deshechos que cientos de gringos producían en una tarde de alcohol y risas y que ellos mismos no cargarían por la cantidad que cobrábamos nosotros. Las personas que proveen el principio de la salud, la higiene, ¿cómo pueden estar al final?
Mientras las empresas recortan esos gastos para garantizar que podrán volver al mercado, no hay garantía para estas mujeres y tantas otras personas en situaciones parecidas. Mientras que las tiendas cerradas, con sus muebles apilados y sus focos apagados no corren riesgo de enfermar; cuando las personas sin empleo enfermen, y casi podemos tener la certeza de que lo harán, serán sus familias - y el sistema de salud pública - quienes tendrán que responder. Mientras los espacios de las cafeterías será ocupados por alguien al reabrir, porque habrá bastantes que quieran trabajo, los espacios vacíos en las familias no se pueden volver a ocupar.
Al final el costo lo pagamos como sociedad, pero a algunos grupos se les cobra más caro. Esto no es un texto contra los empresarios, porque no son todos, y sí hay empresas que están asumiendo los costos de no despedir a nadie y así evitan transferir los costos más duros a la base social.
También tenemos ciertas redes que pueden ayudar a disminuir el impacto y habemos quienes tenemos la posibilidad de ser nodos que carguen más en esas redes y, en la medida en que tengamos un privilegio, es nuestra responsabilidad hacerlo. Pero incluso de ese modo, lo que podamos hacer no se compara lo que podríamos hacer con una red pública de seguridad social. Nos toca ir viendo cómo armarla, porque en un mundo cada vez más interconectado, esta pandemia no será la última. Si estamos conectados para enfermar, también tenemos que estarlo para resistir y para sanar.


domingo, 12 de abril de 2020

Gatos lectores, no hablaré de Candy Candy y vamos a contar hsitorias. (Diario de cuarentena 2)

Ayer ya no podía más con este estar encerrado, sentía un poco de ansiedad, lo mismo si estaba en mi habitación que en la cocina. Convencí a mi hermana de hacer algo de limpieza, con tal de distraerme, pero tampoco duró mucho tiempo el asunto. Para las cuatro de la tarde me fui dando cuenta de que he pasado la mayor parte de estos días al interior de la casa, cuando tenemos un pequeño jardín. Salí, me tiré en el pasto y me quedé mirando al cielo, de tanto en tanto uno de los gatos brincaba sobre mi panza o intentaba robarse el libro que llevé conmigo - nunca subestimen el interés que los gatos tienen por la gramática de los códices mexicanos.

Y estando allí tirado, sin moverme, me pregunté si algo así sintió él cuando cayó del caballo y quedó tendido sin poder moverse. No hablo de Anthony el de Candy Candy, porque él cayó boca abajo y murió al instante. Hablo de Ignacio de la Llave, a quien casi nadie conoce. Ignacio cayó del caballo porque una bala le destrozó la columna, lo acribillaron por la espalda sus propios escoltas, así, a lo gacho, a lo cobarde y a lo canalla. 
¿Quién era como para llevar escoltas? Pues había sido gobernador de Veracruz y era general del ejército, pero nada como lo que hoy pensamos, no un Duarte ni un gañán de esos. En sus tiempos, Nachito era apodado "el liberal de liberales", lo que quería decir que estuvo dispuesto a luchar, y luchó, contra muchos de los grandes poderes de su época, la iglesia, el partido conservador, la dictadura de Santa Anna, los franceses invasores, los gringos invasores y defendió la causa hasta cuando no había un peso y hasta cuando estaban rodeados y parecían perdidos. O sea, un güey chingón, de esos que hoy por hoy deberían ser gobernadores de Veracruz en lugar de los Duartes.
De la Llave había estado encerrado dos meses, como en cuarentena, pero porque los franceses tenían la ciudad de Puebla rodeada. Y si yo no puedo con estos días y sin cañonazos, no me imagino cómo le fue a a aquellas gentes.Es curioso cómo la batalla más peleada, no es la de los balazos, sino la de las historias, la de lo que se cuenta y los valores y los principios que eso trae. Al respecto de las batallas que hubo en esos tiempos, franceses y mexicanos decían cosas totalmente distintas. Hoy por hoy, la kiwipedia en francés, dice que en la batalla de Camarón se enfrentaron 65 franceses contra 2000 mexicanos armados con las más novedosas armas gringas de repetición y alto calibre, que por eso perdieron los franceses, que estaban muy superados, agregan que al capturar a los últimos franceses, el comandante mexicano Francisco de Paula (también gobernador de Veracruz) dijo sorprendido que esos franceses no eran hombres, que eran demonios. ¡Está muy mamona esa explicación! Onda, resistimos todo un día contra un ejército treinta veces mayor a nosotros y armado como el mejor y resistimos hasta el final y todavía el enemigo dijo que éramos bien chingones. La kiwipedia en español dice que fueron 65 franceses contra 600 mexicanos, de las armas no dice nada, pero hay una carta de Francisco de Paula para Juárez que unos días antes le decía de sus hombres que "no merecen el nombre de soldados, y no cuentan siquiera con el regular armamento".
¿Qué suena más probable en México y en una época que el país fue invadido por no poder pagar sus deudas? ¿Que había soldados de sobra y tecnología de punta? ¿O apenas unos soldados con apenas suficientes armas? Pero los franceses, que se decían el mejor ejeército del mundo, no iba a decir que perdieron contra unos andrajosos malarmados y que probablemente el comandante mexicano lo único que dijo al final de la batalla, fue "nos la pelan, pinche güeritos". Más de ciento cincuenta años después, cada lado sostiene su versión.
Dicen por ahí que cada quién habla como le fue en la feria, pero es más probable que cada quién hable como quiere dar la apariencia de que le fue en la feria. Dice Rita Segato que acabando esta parte de urgencia y cuarentenas del covid, la que se va a armar, va a ser por quién controla las narraciones de lo que pasó. Los gobiernos más represores querrán decir que fueron sus estrategias impositivas lo que les permitió controlar el virus, los más liberales dirán que el fallo fue porque la salud pública está descuidada y hacen falta servicios públicos confiables (créanle a estos últimos), pero en medio de todo esto ¿yo qué? ¿Tú qué? ¿Vamos a ponernos nomás a ver qué historia nos compramos, por cuál votamos, cual periodo electoral internacional?
Nop. Tenemos que hacer nuestras propias historias, por ejemplo, llevar un diario de  la contingencia y compartirlo con nuestras personas cercanas. Contar historias no es un acto de privilegio social o reservado para quienes tienen algún don para la narración, contar historias es un modo de resistencia política, cuando son nuestras historias y cuando las volvemos conversaciones con nuestros seres queridos. Contémonos menos lo que nos repiten las bocinas y las pantallas y hagámosle un espacio a lo que tenemos para decirnos a la cara, los unos a los otros.






Este es Nachito, ahora imagínenselo con unos agujeros de bala, tirado en el suelo y con un charco de sangre, gritando "¿por quéeeee?" mientras suena música dramática y hay un close up sobre su cara.

PS. Bueno, pues Ignacio de la Llave murió dramáticamente después de caer del caballo sin esperarse la traición de sus soldados. ¿Por qué lo mataron? A lo judas, por unas piezas de oro que Nacho le estaba llevando a Juárez para organizar la resistencia contra los franceses. Nadie los sobornó, ningún francés les pagó, la neta eran parte del pueblo sin un peso, de los jodidos y los de abajo, y pues pudo más la pasta que el ideal.
No creo que se hayan dado cuenta que le cerraban una puerta al país, como si hoy nos mataran a Lidya Cacho o Anabel Hernándes (toco y re toco madera), se fregaron a una de las pocas personas decentes y que a la vez ocupara una posición desde la que influir. A cambio, ellos habrán ido a malbaratar esas piezas de oro. Honestamente, con el país en medio de la intervención, aunque hubieran querido, no habrían podido hacer gran cosa con eso. Mataron a un hombre decente pa poder empedarse y meterse a un prostíbulo - sin ofensa alguna al alcohol ni a las magdalenas, que ninguna culpa tuvieron en eso.
 Así hay siempre personas que no ven la trascendencia de actos que parecen pequeños, y espero que esta Era del Covid nos esté enseñando que tenemos algo que decir en eso.

sábado, 11 de abril de 2020

Codornices, feisbuc y casi choco con un camión. (Diario de cuarentena 1)

 English version
Decidí que ayer no entraría al feisbuc. Siempre he sido feisbuquero, pero comencé a a asustarme del tiempo que le dedicaba a estar pegado a la pantallita del celular y de la sobredosis de información que estaba teniendo. Fue bastante difícil durante las primeras ocho horas. Mis dedos se movían, sin preguntarme, hacía el pequeño ícono azul.
Supongo que mi atención se distrajo del celular cuando murió la codorniz. Mi mamá tenía una codorniz, bueno, en realidad ha tenido como cuatro, pero esta es la única que había sobrevivido más de unos pocos días. Resulta que a las aves de corral no les gusta tener mucho movimiento, como a estas que cada mes las llevábamos y las traíamos a Puebla. Resulta  también que las estresa vivir ceca de gatos y perros - predadores - y de ciertos ruidos que aquí son inevitables. Era casi un milagro que esta no se hubiera ido como las demás.
El conocimiento que en la casa teníamos sobre el cuidado de las aves era nulo (casi lo sigue siendo) y esto es una cosa muy rara. Diario comemos huevos de gallina, de tanto en tanto comemos carne de pollo, e ignoramos completamente lo que se necesita para poner cualquier cosa de esas en nuestra mesa. Lo mismo pasa con el feisbuc, sé usar tantas de las cosas que me pone al toque de un ícono, pero ignoro por completo dónde está guardada toda esa información o por dónde pasa en su camino a qué lugar.
De mis experiencias en comunidades rurales, no conozco a un solo campesino que ignore lo que se requiere para poner cierta comida en la mesa y que, cuando le platica algo a un vecino o compadre, ignore lo que podría pasar con esa información en el pueblo.
Los urbanitas vivimos de cadenas de producción y distribución de bienes y servicios, de las que ignoramos casi todo. Vivimos en una burbujita de objetos e íconos que podemos puchar, comer, comprar, colocar, deslizar, agarrar, escrolear, suaipear, conectar y demás, todo al alcance de nuestras manos y fuera del alcance de nuestras mentes.
La última vez que estuve en la Sierra de Puebla, una minera canadiense operaba en al región. No sé bien qué extraían, pero seguro era el principio de una de esas cadenas que luego van a terminar en las burbujitas de alguna ciudad. Tuve un ligero accidente automovilístico porque la minera había puesto a operar unos camiones de transporte pesado que eran demasiado granes para la pequeña carretera serrana de dos carriles, sin acotamiento y llena de curvas y subidas y bajadas, circulaban unos treinta por día (a ojo de buen cubero). En la maniobra de evitar que uno de esos chocara de frente conmigo cuando salió de una curva invadiendo mi carril - cosa que hacían todo el tiempo y en todos lados - le pegué a la facia del carro de atrás.
Yo fui afortunado, porque unas semanas más tarde un niño que vivía a pie de carretera, fue atropellado. La familia de la muchacha que conducía el auto al que le pegué, me comentó que con frecuencia los camiones aplasta autos más pequeños, no se detienen y no es posible hacerlos responder, que una vez un federal de caminos siguió a uno de los camiones hasta el lugar al que llevan la carga, se quedó esperando afuera de la empresa y al final le salieron a decir que tendría que hablar con los abogados de la compañía.
Puede ser que la minera haya traído algunos trabajos a la región - faltaría ver aún sueldos y derechos laborales - pero no adecuó los caminos a sus camiones, no instruyó a su gente a hacerse responsable de nada, no se veía ninguna mejora en servicios de ningún tipo, hasta ese momento habían matado a quién sabe cuánta gente sólo con los camiones y ni hablar de los hoyos en lo cerros que son visibles desde google earth y quién sabe qué le harán al ecosistema de gente que vive en la naturaleza.
Mi pregunta es, cuando la minera llegó, ¿le habrán dicho a la gente que todo eso iba a pasar? Si a caso les dijeron algo, no fue eso. Los que estamos al final de la cadena no sabemos nada de ella y quienes están al principio se enteran demasiado tarde. La sobredosis de información de la que me espanté estos días, es mucha, pero nos dice muy poco. ¿Por qué el desarrollo tendría por consecuencia inmediata la ignorancia y el despojo? 

La imagen es 2007 ¿cómo estará hoy?