viernes, 18 de noviembre de 2016

De ler a leer hay una e de educación. O hermenéutica utens de un momento educativo que no sucedió.

Ya medio México se la sabe: “no se dice ler, se dice leer”. Parece que se han disparado dos posturas a) escuincla indiscreta, como se dice que reaccionó la directora del plantel y al parecer nadie más, o bien b) Aurelio Nuño es un pendejo, se parece a su papá, digo, a su presidente.
Por divertidos que sean los memes de la web – fieles a la segunda postura – y como nunca me gusta irme a los dos extremos en los que suele dividirse la opinión pública, pues no suscribo a ninguna. Creo que el caso es una buena ocasión para pedagogipensar. (Valga decir que nunca me escapo de esos extremos tanto como quisiera, pero uno hace la lucha.)
Esa pequeñuela hizo algo a lo que el 99% de la población mexicana no se ha atrevido, no se atreve y no se atreverá a hacer: señalar a una figura de autoridad. Del 1% restante se sacan dos categorías: un primer  grupo que cuando señala a la autoridad es asesinado, secuestrado, despedido por los Vargas, acusado de exceder su libertad de expresión y otras delicias de la democracia a la mexicana; y un segundo grupo que cuando señala a la autoridad es sólo porque de hecho señala una autoridad más abajo en el escalafón ya que faltaba un chivo expiatorio.
Así, Andrea – necesitaremos un premio a la civilidad que lleve su nombre – se ubicó en un instante improvisado afuera de todas las categorías de relación con el poder a las que nos sometemos todos los “adultos” que somos más grandes, fuertes, serios, maduros y sensatos. No se sometió a la autoridad y para logarlo no pasó años curtiéndose en el periodismo o la defensa de los derechos humanos ni se acopló a la estructura. Presenciamos un instante fuera del universo del priismo que fue fabricado por la inocencia más genuina.
Si lo que se dice es cierto – y es que sólo he escuchado comentarios, sin revisar ninguna fuente – la directora luego la regañó y todos vemos el problema que eso crea. Pero quiero destacar que Aurelio Nuño tuvo el sentido suficiente para repetir la corrección que le hicieron y hasta agregar “muy bien”. Antes que me lluevan las pedradas, no estoy haciendo apología del peñanietismo – eso tal vez lo dejo para cuando me paguen como a Octavio Paz – sólo apunto que no la regó como la directora. A eso ya cada quién agréguele la interpretación que quiera. Lo cierto, es que Aurelio Nuño se quedó a un pasito de acertar, a casi nada de dar en el clavo, de crear una experiencia educativa. Van a pensar que ahora sí estoy haciendo apología, pero tampoco. De hecho creo que él mismo no lo supo ni lo sabrá, dada su falta de intuición pedagógica. Y ese paso que le faltó, si bien es pequeño en términos de las palabras que habría tenido que decir para concretarlo, es enorme términos de la comprensión de cómo se aprende, qué vale la pena enseñar y cuándo hay que aprovechar la actividad mental de los niños.
Recapitulo. Si la directora se excedió al condenar a Andrea y Aurelio Nuño se quedó a medio camino al aceptar la corrección – voy a inventar una hipotética educadora que estaría haciendo lo correcto – Juana Dúi acertó con lo que hizo. ¿Qué hizo Juana Dúi, educadora brillante? Juana reconoció que en nuestro país, la cultura escolar y la cultura fuera de la escuela – que no son tan distintas – nos conducen sin que nos demos cuenta a comprender a la autoridad como algo que radica en la figura de autoridad. Es decir, no entendemos que la autoridad es “la oficina de la secretaría de educación pública en tanto que es sancionada por el pueblo mexicano”, creemos que la autoridad es la persona del secretario. Lo mismo para el presidente, para el policía, para el jefe, para la directora del plantel y un largo etcétera. Juana Dúi sabe cómo eso es en realidad acoplarnos al autoritarismo a costa de la verdad.
Juana, entonces, se da cuenta de que Andrea subvirtió el orden, atendió primero a buscar la corrección, la verdad y la coherencia a pesar de la figura de autoridad (quede para otro día mi discurso sobre cómo cada quien puede hablar como le de la ngada gana). Pero Andrea misma no ve la trascendencia histórica y política de lo que acaba de hacer – y no es que no pueda verlo, seguro lo hará, pero es que eso toma  su tiempo de pasear por este país – pero Juana ve que se puede dar un empujoncito a Andrea, ya que va por buen camino, señalarle que vale la pena seguir por ahí.
Juana Dúi no se limita al “muy bien” estándar de político que recibe crítica frente a las cámaras, Juana Dúi le dice “tienes toda la razón, muchas gracias por corregir al señor secretario – Juana es diplomática – qué buena dicción tienes. No olvides que siempre que un adulto hace algo mal, tú puedes decírselo así de amable como lo hiciste ahorita.” Bueno, a la mejor Juana tendría mejores palabras que las mías, pero el punto es ese. Apenas una oración más, pone en Andrea la semilla de alguien que ha vivido en carne propia una relación diferente con el poder, que sabe que la autoridad no está en un título, sino en tener el conocimiento y tener la ética para usarlo. Andrea sabría que ella misma está autorizada – y la autoridad es justo la persona que está autorizada – para intervenir en la sociedad cuando así se requiera. Juana podría darle con breves palabras un empujoncito para ser lo que necesitamos que crezca para ser, aunque eso no sea una periodista, ni una padre Solalinde, bastaría que eso fuera una ciudadana que en su pequeño cachito de México vive invitando a sus compatriotas a hacer lo correcto. Juana Dúi sabe hacer esto todos los día en su salón de clases, a Juana la corrigen sus estudiantes tiro por viaje. Juana y sus seis cinco horas lectivas no son todo lo que hace falta para cambiar al país, pero ella sabe qué es lo correcto en ese espacio.
De ler a leer falta una e de educación. No es que a Aurelio Nuño “le falte la educación para hablar bien” (yo cada que puedo despotrico contra esas posturas), es que la educación que necesitamos puede venir de cambios tan pequeñitos en el discurso como una sola letra, como una oración de Juana Dúi, que llevan detrás toda la experiencia, inteligencia y coraje de la buena docencia.

lunes, 24 de octubre de 2016

¿Por qué soy un gato de biblioteca?

 ¿Por qué soy un gato de biblioteca?
a) Por no ser un ratón de biblioteca.
b) Ser ratón de biblioteca ya es cliché, ya no quiere decir nada más que un modo en el que las personas ajenas a los placeres bibliófilos se refieren, a veces con ligero desprecio, a quienes nos sentimos allí completamente cómodos. No me gusta, pues, aceptar los modismos desgastados por el uso y sobre todo cuando vienen más de fuera que de entre los otros locos que padecen lo mismo que yo.
c) Me gustan los gatos.
d)  Los gatos somos de donde se nos da la gana, incluso de biblioteca.
e) El viejo ratón de biblioteca hace referencia a un animal que de hecho es plaga, que es enemigo de la bibliofilia, que se come los libros literalmente, no literariamente. El ratón de biblioteca no es mucha analogía ni metáfora ni representación ni simbolismo, como los libros sí son del mundo – sin dejar de reconocer que son parte de mundo. El viejo ratón de biblioteca es temeroso y escurridizo, porque no puede permitir que lo encuentren, está allí de intruso.
f)  El gato no tiene historia conocida con las bibliotecas, ni es plaga ni nada. Así que es más fácil evocarlo a voluntad, sin que quien me escuche tenga nada preconcebido. El gato es ágil con el cuerpo como quien lee lo es con el pensamiento, con el sentimiento, con la imaginación o todos los anteriores. Así como un espacio con algunos obstáculos es regocijo para el gato y su agilidad, la biblioteca con sus ideas, preguntas e historias es un regocijo al leer. Los gatos no suelen ser temerosos, si a caso cautos, porque hay libros que son como bordes de abismo. Pero más bien los gatos suelen ser dueños en donde estén. Como buen lector, no temo a la biblioteca, me la adueño y la recorro a placer, dando ocasión de satisfacerse a cada necesidad bibliófila, no veo por qué haría ninguna intrusión. Y esto sí es analógico, metafórico o simbólico, como los libros mismos.
g)  Lo anterior además del hecho de que los gatos hacemos lo que se nos antoja, hasta ser de biblioteca.
h)  Cuando estamos entre los estantes, algún ronroneo involuntario se nos escapa, tomamos un libro y lo frotamos en nuestro cuello o, si resulta muy querido, lo masajeamos. Si afuera de la biblioteca somos capaces de tropezar en cada esquina, adentro de ella nuestro equilibrio es felino con tal de balancearnos sobre cualquier objeto que nos permita llegar a la estantería más alta. No nos molesta el aislamiento. De tanto bibliofelinear, se nos pegan las letras en el pelaje y nos relamemos con gusto. Si eso nos lleva a, de tanto en tanto, a escupir una bola de letras, la ponemos en nuestro blog.
i) ¿Será que los gatos de biblioteca nos comemos a los viejos ratones de biblioteca? No. Lo malo del viejo ratón de biblioteca no es que sea ratón, es que ya está mal interpretado. Bienvenido cualquier nuevo ratón que tenga sus motivos para serlo, a raya de que le hayan dicho que lo sea. Bienvenido cualquier otro animal, planta o insecto real o mítico que crea que la biblioteca es su segunda naturaleza.
j)  Todo esto y también ese asunto de que cuando se es gato, se puede hacer lo que uno quiera, hasta ser de biblioteca.
k) También miauuuu.

viernes, 14 de octubre de 2016

La cosas que sí lo son

What immortal hand or eye,
 dare frame thy fearful symmetry?
-          William Blake

¿El periódico? No, pura mala noticia. Pero no era mala la noticia, la noticia decía lo que tenía que decir. Mala era la realidad, la vida social, la estructura política, las disposiciones de esos contactos que hacen algunas personas entre sus ideas, sus sentimientos, sus historias de quiénes son y sus actos.
Las noticias no lo eran, sólo lo decían, por eso podían ser ignoradas. Pero aquellas cosas que sí lo eran andaban libres, retozaban en el triángulo dorado, se tumbaban al pasto en Atlacomulco, se reían en Ayotzi, iban a un baile en Ciudad Juárez, tenían una gira artística: Acapulco, Jalapa, Matamoros, Tijuana, Autlán, Cuernavaca, la Narvarte, la frontera sur y su gira no acababa porque sus productores eran muy hábiles, sus fans estaban enceguecidos por la emoción y los reflectores eran enervantes. Esas cosas que sí lo eran, lo eran cada vez más y cada vez más en todos lados.
Luego los periódicos ya no pudieron decir lo que tenían que decir, porque no se puede decirlo todo. Esas cosas que sí lo son les habían quitado el trabajo, se promovían solas y de formas más materiales, más tangibles, más en los cuerpos, que se tornaron sus medios de comunicación, se tornaron materia prima, se tornaron objetos de uso, con menos letras pero con más simbolismo, con tinta roja, con tirajes incontables, con el estilo más claro y grotesco nunca impreso, diarios, semanarios, mensuales, números especiales; con sección de política, de economía, de los estados, de la capital, internacional, deportes y tecnología.
Las cosas que sí lo son no podían ser ignoradas, porque no saben lo que quieren ser y entonces intentan serlo todo, no conocen límites, y creen que en efecto todo lo son, pero lo son mal. Las cosas que sí lo son no saben sumar, no saben que las existencias se suman, no saben que pueden seguir siendo sin segar, creen que la cosecha es su negocio y cosechan las plantas, las ganancias, los votos, las confianzas, las vidas. Las cosas que sí lo son no saben caber ni les cabe el sentir, han creído que su derecho es a desbordarse, han creído que ser se conjuga con mucho y han creído que ser no se crea ni se destruye, sólo se despoja.
Las cosas que sí lo son han estado aquí desde antes de lo que diga su propia memoria, no se hicieron solas, aunque es lo que intentan probar. No aceptan que vienen de algo más, que pertenecen, que son parte de; insisten en que de ella se viene, a ellas se pertenece y que de ellas se es parte. Las cosas que sí lo son creen que se inventaron, creen que se innovaron, pero en ello está la falacia más antigua, más heredada, más reproducida y menos propia. Las cosas que sí lo son no toleran ser lo que son.
No son nuestras lágrimas, no son nuestro miedo, no son nuestro dolor, no son nuestra dificultad, todo eso es nuestra resistencia, eso es lo que hacemos con lo que hacen. Eso hay que apropiárnoslo, eso es lo último que podemos ceder porque en realidad se trata de nuestras mismas risas, nuestro valor, nuestro gozo y nuestra fuerza que sí conocen límites, que no buscan perpetuarse a cualquier costo y por eso deciden que a veces tienen que ser oscuras. Por eso pueden volver en sus distintas formas, porque se pueden transformar, porque se llora cuando aquello a lo que pertenecemos se desmorona y se ríe cuando aquello a los que pertenecemos se reconstruye, porque no se trata del resultado final, sino de nuestra relación con aquello que amamos. Las cosas que sí lo son creen que no han dejado de sonreír, que pueden no llorar, creen que siguen siendo valientes y creen que pueden no tener miedo, por eso no son ni una cosa ni la otra, no son siquiera la oscuridad. Son apenas una versión desfigurada y miserable de ambos lados: un alegría forzada, una tristeza con una rota máscara de sonrisa macabra, un llanto fingido porque intenta hacerse permanente, un dolor que hace mucho se fue aunque se insista en simular que allí sigue.


Las cosas que sí lo son tengo que referirlas con un “cosas que sí lo son”, porque no se asumen, porque huyen, porque no aceptan y es difícil precisarlas. Puedo nombrar lo que hacen, lo que acaban, lo que rompen, lo que matan, lo que imponen, lo que quieren hacernos creer que son. Porque quieren creer que son esos hechos, esas materialidades innegables, que son el poder o el odio, no que son carne y hueso, no que se pueden quebrar y que están sólo un poco aquí, no que se acaban. Son las cosas que sí lo son, porque son malas, pero sobre todo porque tengo que recordar que sí son de lo mismo que el resto de la humanidad, aunque no lo quieran ver.

La cosas que sí lo son

What immortal hand or eye,
 dare frame thy fearful symmetry?
          - William Blake

¿El periódico? No, pura mala noticia. Pero no era mala la noticia, la noticia decía lo que tenía que decir. Mala era la realidad, la vida social, la estructura política, las disposiciones de esos contactos que hacen algunas personas entre sus ideas, sus sentimientos, sus historias de quiénes son y sus actos. 
Las noticias no lo eran, sólo lo decían, por eso podían ser ignoradas. Pero aquellas cosas que sí lo eran andaban libres, retozaban en el triángulo dorado, se tumbaban al pasto en Atlacomulco, se reían en Ayotzi, iban a un baile en Ciudad Juárez, tenían una gira artística: Acapulco, Jalapa, Matamoros, Tijuana, Autlán, Cuernavaca, la Narvarte, la frontera sur y su gira no acababa porque sus productores eran muy hábiles, sus fans estaban enceguecidos por la emoción y los reflectores eran enervantes. Esas cosas que sí lo eran, lo eran cada vez más y cada vez más en todos lados.
Luego los periódicos ya no pudieron decir lo que tenían que decir, porque no se puede decirlo todo. Esas cosas que sí lo son les habían quitado el trabajo, se promovían solas y de formas más materiales, más tangibles, más en los cuerpos, que se tornaron sus medios de comunicación, se tornaron materia prima, se tornaron objetos de uso, con menos letras pero con más simbolismo, con tinta roja, con tirajes incontables, con el estilo más claro y grotesco nunca impreso, diarios, semanarios, mensuales, números especiales; con sección de política, de economía, de los estados, de la capital, internacional, deportes y tecnología.
Las cosas que sí lo son no podían ser ignoradas, porque no saben lo que quieren ser y entonces intentan serlo todo, no conocen límites, y creen que en efecto todo lo son, pero lo son mal. Las cosas que sí lo son no saben sumar, no saben que las existencias se suman, no saben que pueden seguir siendo sin segar, creen que la cosecha es su negocio y cosechan las plantas, las ganancias, los votos, las confianzas, las vidas. Las cosas que sí lo son no saben caber ni les cabe el sentir, han creído que su derecho es a desbordarse, han creído que ser se conjuga con mucho y han creído que ser no se crea ni se destruye, sólo se despoja.
Las cosas que sí lo son han estado aquí desde antes de lo que diga su propia memoria, no se hicieron solas, aunque es lo que intentan probar. No aceptan que vienen de algo más, que pertenecen, que son parte de; insisten en que de ella se viene, a ellas se pertenece y que de ellas se es parte. Las cosas que sí lo son creen que se inventaron, creen que se innovaron, pero en ello está la falacia más antigua, más heredada, más reproducida y menos propia. Las cosas que sí lo son no toleran ser lo que son.
No son nuestras lágrimas, no son nuestro miedo, no son nuestro dolor, no son nuestra dificultad, todo eso es nuestra resistencia, eso es lo que hacemos con lo que hacen. Eso hay que apropiárnoslo, eso es lo último que podemos ceder porque en realidad se trata de nuestras mismas risas, nuestro valor, nuestro gozo y nuestra fuerza que sí conocen límites, que no buscan perpetuarse a cualquier costo y por eso deciden que a veces tienen que ser oscuras. Por eso pueden volver en sus distintas formas, porque se pueden transformar, porque se llora cuando aquello a lo que pertenecemos se desmorona y se ríe cuando aquello a los que pertenecemos se reconstruye, porque no se trata del resultado final, sino de nuestra relación con aquello que amamos. Las cosas que sí lo son creen que no han dejado de sonreír, que pueden no llorar, creen que siguen siendo valientes y creen que pueden no tener miedo, por eso no son ni una cosa ni la otra, no son siquiera la oscuridad. Son apenas una versión desfigurada y miserable de ambos lados: un alegría forzada, una tristeza con una rota máscara de sonrisa macabra, un llanto fingido porque intenta hacerse permanente, un dolor que hace mucho se fue aunque se insista en simular que allí sigue.

Las cosas que sí lo son tengo que referirlas con un “cosas que sí lo son”, porque no se asumen, porque huyen, porque no aceptan y es difícil precisarlas. Puedo nombrar lo que hacen, lo que acaban, lo que rompen, lo que matan, lo que imponen, lo que quieren hacernos creer que son. Porque quieren creer que son esos hechos, esas materialidades innegables, que son el poder o el odio, no que son carne y hueso, no que se pueden quebrar y que están sólo un poco aquí, no que se acaban. Son las cosas que sí lo son, porque son malas, pero sobre todo porque tengo que recordar que sí son de lo mismo que el resto de la humanidad, aunque no lo quieran ver.