martes, 1 de octubre de 2019

No Hay Entrada sin Salida

La vida nos presenta con toda clase de experiencias y placeres, ninguno de los cuales deben ser juzgados siempre que no dañen a alguien más. En mi caso, me presentó una experiencia derivada del placer de algún anónimo compañero de oficina. Este personaje que cruzó por mi vida revelándome que el cuerpo humano es capaz de muchas más cosas de las que yo había pensado, permanecerá siempre sin rostro en mi memoria. Sin rostro, pero con zapatos, que son casi lo único que atiné a ver, dos zapatos negros, mocasines formales de piel, de aquellos que se cierran con broche como de cinturón - por la calidad del calzado, probablemente los zapatos de alguien con un cargo directivo o alguien debajo de un cargo directivo, pero que se permite ciertos gastos. Sobre sus zapatos caía sin demasiada gracia, pero con naturalidad, un arremangado pantalón azul marino (¿o será más bien arrepiernado, ya que los pantalones no tienen mangas?) Todo lo demás se ocultaba - gracias a dios - detrás del cancel del cubículo del baño de la oficina. Una cosa más, junto al excusado, en el piso, descansaba una bolsa de la franquicia de hamburguesas Carl's Jr., una de esas bolsas grandes en las que te dan un paquete entero de comida para llevar.
Así lo vi al abrir la puerta del baño y me dirigí al cubículo de junto. Tome lugar en ese breve reducto de libertad godín, donde los oficinistas podemos usar el celular a placer, lejos de miradas indiscretas, y procedí a enterarme de los sucesos del mundo en el feisbuc. Desapareció el cuerpo de José José. Un vídeo de un gato vestido de pirata. La Guardia Nacional tuvo un enfrentamiento. Una imagen de Piolín con un corazón que subió alguna tía. El enfrentamiento de la Guardia Nacional fue con huachicoleros y tuvo dos heridos por un sonoro pedo del excusado de junto. Me detengo, corrijo, dos heridos por bala, pero con esas habilidades, el compañero del excusado de junto podría ser artillero de la Guardia. Bueno, ¿qué más me manda papá Zuckerberg? Otra queja porque Greta Thunberg es europea. Publicidad de un gimnasio. Maldito Zuckerberg, ayer hablaba de ese gimnasio con mis amigos y seguro me escuchaste por medio de mi propio celular. El carrito que salió volando de la Feria de Chapultepec. Publicidad de Coca Cola. Yo ni siquiera tomo Coca Cola ¿qué diablos, Zuckerberg? Un muy sonoro sorbido, como quien jala por un popote al beber de esos vasos de refresco que te dan en las franquicias de hamburguesas. Levanté la cabeza del celular. Otro sorbido. Sí, era mi vecino.
El sonido del líquido que el morador de los contiguos servicios sanitarios absorbía con entusiasmo, comenzó poco a poco a mezclarse con otro sonido de líquido, pero esta vez, no uno que es absorbido, sino uno que es expulsado. Un fluido que cae en libertad por unos pocos centímetros antes de incorporarse a la pequeña laguna que se forma en el cuenco de cerámica blanca debajo de las nalgas de oficinista desconocido. Vaya, pensé, es sabido que no se puede respirar mientras se sopla ni avanzar mientras se retrocede, los movimientos opuestos tienden a cancelarse, pero este hombre era capaz de ingerir líquidos al tiempo que los expulsa. Mi comprensión de la anatomía humana estaba siendo transformada.
Mis dedos volaron para buscar explicaciones en google, intenté buscando micción, músculos de la vejiga, cómo se absorbe por un popote, y cualquier otra cosa que me pudiera explicar si había una relación entre las partes del cuerpo que hacen una cosa y las que hacen otra. Pero antes de hallar respuesta, mis oídos convidaron más información sobre el territorio detrás de la frontera - ahí entendí la importancia de los radares en el espionaje - una mano removía en la bolsa que reposaba en el suelo con ese sonido seco de las bolsas de papel de estrasa. Después, un muy sutil crac, me reveló que la pesataña que mantenía cerrada una cajita de cartón acababa de desembonarse, luego vino el sonido de remover ese delgado papel plateado con el que cubren las hamburguesas para mantenerlas calientes y quedé expectante por unos segundos. El sonido de una mordida no es realmente perceptible detrás del cancel de un baño, así que no podría saber el momento en que el acto se concretara. 
Teniendo en mente la regla de tres, donde dos parejas de números se comportan del mismo modo y una puede ser usada para predecir a la otra, decidí mover mis manos hacia mi regazo, como si yo también tuviera una cajita de Carl's Jr. abierta allí, tomar una ficticia hamburguesa y llevarla hasta mi boca: ejecutando el mismo comportamiento con una hamburguesa imaginaria, podía predecir el momento de la mordida. Claro que no sabía el ansia o el hambre que embargaran a mi vecino, llevándolo a un movimiento más lento o más ágil, pero no estuve tan perdido, pues a penas un segundo después de que yo mismo cerrara las mandíbulas sobre una buena bocanada de aire, escuché un fuerte, mmmmmmm. Así que la estaba disfrutando. Pero la cosa no terminó ahí. A penas un segundo después, escuché un sonido de los que no suelen describirse en las narraciones decentes, era el sonido de Willy al liberarse. De las distintas formas en las que nuestros intestinos pueden abrir compuertas y liberar su carga, hay algunas ocasionales maneras en las que la carga liberada es lo suficientemente pequeña para golpear la superficie del agua en lugar de deslizarse en ella con suavidad, pero lo suficientemente grande como para producir un sólido plop al ingresar. Eso fue lo que escuché.
Allí estaba, de nuevo, la paradoja, la singularidad, aquello que al ingresar expulsa, la correlación anatómica que yo creía imposible, expresada por segunda vez, ofreciendo confirmación a la evidencia empírica ya recolectada. El incógnito oficinista podía hacer ambas cosas a la vez. Entonces una revelación vino a mi mente, traída por los más inesperados arcángeles de la cognición: los aborígenes australianos y Michael Jackson. Quien haya presenciado a un miembro de aquella civilización australiana de edad incontable tocar ese instrumento de viento que se conoce como didgeridoo o yidaki, habrá notado que un solo músico lo puede soplar sin parar por muy largo tiempo, hasta entrar en trance y hacer lo mismo con sus oyentes. Puede soplar sin detenerse, no porque guarde mucho aire en sus pulmones, sino porque utiliza la técnica de la respiración circular, que le permite soplar mientras respira, creando un flujo ininterrumpido que lo acerca a la experiencia mística. ¿Y Jackson? Pues el moon walk, al hacerlo, podía retroceder mientras avanzaba. Algunos maestros de ciertas artes pueden lograr coordinar los movimientos aparentemente opuestos. Y allí, junto a mí, practicaba sus artes el aborigen de la deglución, el Michael Jackson del movimiento intestinal, la síntesis más extraña de una escena de Buñuel.
Naturalmente terminé antes que él. Pasé al lavamanos y eché una última ojeada a esos zapatos y a la discreta bolsa con una estrellita amarilla. Salí a la oficina con una nueva experiencia, abierto a cualquier posibilidad, a que la luz sea onda y partícula, a que las galaxias del Grupo Local colisionen a pesar de la expansión del espacio-tiempo, a que razón y emoción sean parte de un mismo proceso y quién sabe cuántas más cosas. Las entrañas de ese hombre eran el fin de las dicotomías.

jueves, 5 de septiembre de 2019

El Pelaje Húmedo

Pasa de media noche cuando cabeceas. Caes en cuenta de que ya has visto más de quince videos de gente que deja pequeños objetos en los rieles del tren para que los aplasten las ruedas. Sabes que has llegado demasiado lejos, caído demasiado bajo, has entrado en ese ciclo en el que surfeas de contenido en contenido sin nunca sentir satisfacción ni completo aburrimiento. Además, durante los breves instantes del cabeceo tuviste alguna especie de sueño ¿o alucinación? Tu cuerpo se sentía cubierto de pelaje húmedo. Haces un esfuerzo y cierras la lap top, te pones la pijama y apagas la luz. Antes de volver a la cama te cercioras de que el seguro de la puerta esté puesto, no es que nadie fuera a entrar a tu habitación - tal vez tu hermana para despertarte por la mañana y convencerte de ir a desayunar gorditas - pero adquiriste la costumbre cuando vivías en los EUA y la aparición de un asesino serial parecía algo cercano. O el gato, piensas. Que cada madrugada rasca tu puerta y maúlla, maúlla tan fuerte que a veces parece que traspasó la puerta. 
Vas a la cama, pero después de una hora, no logras dormir. Los mosquitos. Pero si te tapas hasta la cabeza para evitarlos, te da mucho calor. Si sacas un pie por debajo de la cobija, mejora un poco, pero después los mosquitos de nuevo. Tras las vigésima vuelta en la cama, se escucha un maullido lejano, ¿vendrá temprano el gato? Y se te mete a la cabeza la idea de salir por la ventana y dormir en la azotea, podrías traer tus cobijas, taparte por completo y el fresco de la noche compensaría el calor de estar completamente bajo la cobija. ¿Qué más da? Hola azotea.
Fue buena idea, logras dormir de inmediato. El sueño es bueno hasta unos minutos antes del amanecer, cuando se suelta una buena lluvia de temporada: sin avisar y como si vaciaran el mar sobre la ciudad.Te pones en pie cubriéndote con la cobija como si no estuvieras ya chorreando y caminas hacia la ventana de tu habitación. El trecho es corto, pero la cobija se hace más y más pesada, hasta que te impide caminar, piensas que es absurdo y la dejas caer, pero en ese momento resbalas.
Abres los ojos de nuevo y tu cuerpo yace de costado a unos centímetros del borde de la azotea, la cabeza te duele mucho, debiste golpear duro al caer. Te levantas a cuatro patas y así gateas hasta la ventana. Está cerrada. No es que la haya cerrado el viento y baste con que jales el borde con la punta de los dedos. Está cerrada, cerrada. Alguien le puso el pasador por dentro. Rascas  el vidrio con tus patas delanteras y maúllas de un modo que más bien recuerda a una corneta desafinada, es un maullido de principiante.
Al interior de la habitación un cuerpo se agita en la cama, eres tú. Miras tu propio cuerpo asomar la cabeza por debajo de la cobija y mirar hacia la ventana con un par de ojos felinos que ignoran el chaparrón que moja el pelaje que cubre tu cuerpo, que ignoran tus maullidos que mejoran poco a poco con el uso, que ignoran que dejaste la puerta con seguro para que nadie entrara y que ignoran que esa es tu cama. Tras mirarte sin demasiado interés, los ojos felinos se cierran y continúan durmiendo. Brincas hasta el árbol y bajas por el tronco para refugiarte en la cochera. 
Sabes que cuando amanezca, alguien saldrá a poner tu comida en un plato junto al del perro y tú irás a comerla. Unas horas después, tu hermana saldrá a desayunar gorditas, la verás pasar acompañada de ese cuerpo que solía ser tuyo y que ahora tiene ojos de gato. Pero no te importará, porque ya no entenderás de razones de humanos. Sólo maullarás y mirarás al perro con tedio.

viernes, 12 de julio de 2019

I'd never stay here and I'd much rather not leaving

Just don't ask why I'll start this list in this particular way. I guess you would've liked something more grandiloquent (¿you like my latinized English?), I guess you would've liked me to start saying that I will miss the urban mightiness of the big apple. Well, I'll start by saying, I'll miss the five dollars a pint Ben and Jerry's from the deli downstairs. Every other place in the city sells'em for six dollars or more and I happened to rent upstairs from the only deli in the city - what do I say the city? In the whole country - that brings those crazy flavours for that prize. Now, each time I've told this to an American, they look at me like I have to give you more credit. Yes, there are other things, but this is not a small accomplishment. Did you know Pancho Villa used to cross the border, riding his horse all by himself, bandoliers crossed over the chest, at least one gun hanging at the belt, to stop by an American soda fountain and go into the place to buy... strawberry milkshake? Post-industrial foods are an art by themselves. Even though it is true, this is far from being mole, there's no shame.
Enough about sweet desserts. Wanna get into the deep shit? I'll miss how easy it is to hate you and how hard it is to love you. You filthy capital of the empire, epicenter of capitalism, lair of wall street, belly of the beast. You. You the one that ordered the landings on Grenada and the DR - just to name the one's with which I had a personal encounter - and you who imbued breath on the death corpse of a Condor that overflew the Andes ravaging it's own for so long, for way too long. But then also you, where some of my dearest friends found love, you who, by the art of the anonymity of the masses and your story of not complying to the power, allow for freedoms unseen where I come from. And, mostly, you who have nothing to do with the so goddamned wall street. ¡You at the margins of you! You that lived through the broken windows, you and your habit of opening hydrants when summer wants your kids to dance on the street. You, feeding both Guatemalans and Bangladeshis, one next door to each other. You, speaking more tongues in one square mile than the rest of the country. You, dancing on the top of Sunset Park while saluting Mictlampa, Tlahuiztlampa, Huitztlampa and Cihuatlampa and then rushing to your job to bake some Rosca de Reyes for seis de enero. I guess misunderstanding comes so easily and hope shines for the one who endures through distrust.
I'll miss tap beer, specially Guiness. The 24/7 subway. Damn! That's one of the nicest things you've got, public transportation that serves all of the city, that is true democracy (and keep your first world complaints, you don't even imagine what it is to ride a combi in la sierra). I'll miss the parks, I'll miss the public libraries (another one you just nailed - and now by you, I mean you, Brooklyn), I'll miss the rivers and the parks by the rivers. I'll miss standing at the Brooklyn Bridge at night and counting up to seventeen planes crossing the sky (first and last reference to any of your many overphotographed landmarks).
But now listen to this, 'cause this may be what I'll be missing the most. For the last three years I could go and sit at Teachers College's cafeteria, anytime, any day, and sooner or later a friend would walk by. We would sit and talk and more friends would keep coming until we were a group of eight who didn't even previously agree to meet, who bumped into each other and refused to pretend we were too busy for a chat, who could later go have Jordanian food, bring a platter of East African fish and rice or just sit there and be friends for the sake of it. Ginsberg. Before I came here, when I started doing some research on who you were, I came across Ginsberg. And when I finally started finding the pleasures you hide so delightfully, I realized that just like him I wanted

a lost battalion of platonic conversationalists jumping down the stoops off fire escapes off windowsills off Empire State out of the moon,
yacketayakking screaming vomiting whispering facts and memories and anecdotes and eyeball kicks and shocks of hospitals and jails and wars,
whole intellects disgorged in total recall for seven days and nights with brilliant eyes, meat for the Synagogue cast on the pavement,
who talked continuously seventy hours from park to pad to bar to Bellevue to museum to the Brooklyn Bridge,
And I found them. Like my people within your borders, you stood and delivered. I found friends whose smiles and tears and endless conversation I will see and hear until I become the ground underneath a nopal. And that, to me, is the only New York that matters.

lunes, 8 de julio de 2019

Carta de un mexicano a Bed-Stuy

Aquí estamos, Bed-Stuy, tú eres Brooklyn y yo un puntito en el cruce de las calles Madison con Marcus Garvey. Como siempre desde que llegué aquí. Aquí estamos, Bed-Stuy, tú te vas a quedar, porque eres una de las definiciones de este lugar. Y yo, me voy. Ya en unos meses vuelvo a la Ciudad de los Palacios, a la gran Tenochtitlan, a Chilangolandia y, también, al pueblo que me vio crecer, a mi pequeña Tollan Cholula, Meca de Mesoamérica.
(...)

Sigue el link para leer el texto íntegro en ViceVersa Magazine.

domingo, 16 de junio de 2019

Amores de un tragón: versos para la comida mexicana

Ay, eres tú, chiquitita,
quien hace que lo bello recuerde,
es porque eres una cemita
de chicharrón en salsa verde.


De mi México yo extraño,
cuando, con hambre de boa,
iba al local aledaño,
por tacos de barbacoa.


Oh, comida Mexicana,
aroma de la esperanza,
que mi espera no sea vana
y estés bien pronto en mi panza.


Pequeño y verde tomate,
que te cueces sobre el comal,
ya no chilles, sosegate,
que eres salsa pa mi tamal.


The Quest for the Perfect Cemita in Puebla - Tanama TalesCómo quiero a mi Pueblita,
donde bien muevo el bigote
metiéndole a una cemita
chabocha con su epazote.



Deme un tamalito dulce,
deme uno de salsa roja.
Bien la boca se me frunce
cuando le quito la hoja.


En esta tierra es seguro,
días oscuros hay más de mil.
Con un tamal los perduro,
sea de cochinita pibil.


Versos humorísticos.

RECETA DE POZOLE VERDE A MI ESTILO - COMIDA MEXICANA ...Desde el centro de la tierra,
fuerte retiembla y sonoro
el pozole, arma de guerra,
que me forzó al inodoro.



Cuando te pones mamerto:
los chilitos en vinagre.
Te lo digo porque es cierto,
bien que riman con tu ...


Versos pícaros y piroperos.

Ven y mueve esa cintura
de chalupas bien rellena,
que no hay más bella figura
que la de barriga llena.


Tus dientes, granos de maíz
embarraos de huitlacoche.
Aunque no te veas como actriz,
pienso en ti toda la noche.

Impress Your Guests with International Cuisine that Doesn ... 
Un zacahuil no es tan grande,
ni un nopalito tan tierno,
como es mi palpitante
cada vez que te recuerdo.


Versos académicos

¿Quién fuera grano de maíz
para estar en tu petate?
¡Freud! Se me salió gran desliz,
era brincar en tu metate.

Recipe: The best home-made Tacos al Pastor you have ever ...

Imaginen que un día Foucault,
vino al país de mi amor,
el panóptico lo olvidó,
por unos tacos al pastor.

miércoles, 12 de junio de 2019

Hojas de Junio

Las lluvias de Junio traen vientos y gotas que golpean, con el ritmo y tono de los tipos de una máquina de escribir, a las hojas que los árboles estrenaron hace un par de meses. Suele pensarse que en las latitudes más norteñas, las hojas de los árboles sólo caen en otoño. Lo que pasa es que en otoño se caen todas juntas en un ejercicio de ingravidez sincronizada, es el movimiento de los colectivos cuando marcan el final de algo, como en la última estación del metro donde se bajan todos los pasajeros, como en el último día de una relación cuando se agolpan todos los recuerdos. 
Pero durante la primavera y el verano, las hojas también caen, caen por el golpe mecanográfico de esas gotas de lluvia y por la ira de ese escritor que es el viento y que, cuando sopla sentimientos de fracaso, arranca las hojas de las ramas como del rodillo de una máquina de escribir, insatisfecho con el borrador de una historia que tendrá que escribir antes de llegar Septiembre.
Tras caer, quedan las hojas allí tendidas en la banqueta, mirando al cielo y a la rama donde algún retoño ya nace en el lugar que antes ocupaban - eso, si tuvieron la suerte de caer con los ojos hacia arriba - o descansan la mirada en el pavimento - si cayeron mirando hacia abajo - esperando que en un nuevo arranque, el viento les de la vuelta. 
Tarde o temprano saldrá mi vecino, el señor Heartley, como lo hace cada tantos días con su escoba, a barrer esos fragmentos de historias de clorofila que antes fueron techo de una oruga, helipuerto de una mariposa, caricia de una ardilla o cama del rocío de la mañana y que ahora son compañeras de trinchera de la envoltura de un pastelillo, cobijo de un escarabajo y, al secarse, colegas de la orquesta de pequeñas y fricativas percusiones que crujen bajo los pies de cualquier caminante. Y cuando, por fin, sale el señor Heartley, su escoba las junta y las empujas hasta la jardinera de la que nace el viejo árbol frente a su puerta. Cuánta basura, piensa el señor Heartley mientras barre hojas y ramas y pétalos y desprevenidos ciempiés, cuánta basura
El viento, de nuevo molesto, arremete por calle en dirección al señor Heartley. Se molestó porque alguien ha intercalado en su historia unos patéticos sustitutos de hojas que no debían de estar allí, que no respetan figuras retóricas, argumentos ni arcos narrativos, que no aceptan ser escritas ni re escritas; son espíritus de criaturas que habitaban debajo de la tierra hasta que fueron invocados por los sacerdotes del culto a la extracción. Frente al rostro de mi vecino, el viento sacude una bolsa de plástico con el logotipo del supermercado, la suspende por un segundo frente al rostro del anciano. Si el viento espera alguna disculpa, alguna nota de vergüenza por esa plástica interrupción, si ha asignado por un momento el papel de vocero de la humanidad al señor Heartley, no lo sé. Una bolsa, piensa mi vecino, sólo una bolsa que va pasando por allí
Vuelve a barrer, cuánta basura.

lunes, 18 de febrero de 2019

La Casa del Tecolote

Ramiro se apretó la chamarra cuando escuchó el viento soplar. Aunque la chamarra ya estaba abotonada y la noche no se volvía más fría con el sonido del viento, apretar la prenda con las manos para sentirla pegada al cuerpo, era, de algún modo, reconfortante ante los aullidos de animal nocturno que los ventarrones arrancaban de quién sabe qué lejanías. Andaba por la zona en la que el trazo de las calles en perfecta cuadrícula, comienza a fundirse en campos de siembra y lotes abandonados. No quedaba muy atrás el centro de la ciudad, suavemente avivado con el apagado murmullo que producen las grandes cantidades de gente cuando están reunidas, pero no como en la euforia de un concierto o evento masivo, sino, sencillamente, paseando por la plaza principal a la luz amarillenta de los portales, al sonido del cantabar  y al aroma de las taquerías y cafés.
Si él no andaba por ahí, era porque buscaba algo distinto de lo que ya conocía bien. Buscaba un lugar en particular. Lo había escuchado nombrar siempre de manera indirecta, ninguna recomendación de una boca conocida y ninguna presencia en redes ni en los sitios de ranking de establecimientos. Mencionarlo traía siempre un dejo de fascinación en esas conversaciones que se le habían colado por el rabillo del oído: al bajarse del camión o al doblar una esquina, sin que alcanzara nunca a ver quién lo había mencionado, como para volver y preguntarle. De todas estas menciones fugitivas, logró recolectar algunos datos que le ayudaran a llegar: el nombre de una calle, el hecho de que el lugar sólo abría por las noches y un peculiar símbolo que marcaba la puerta correcta. Ya que la ciudad era pequeña y el local no se encontraba en el centro, sólo había unas pocas cuadras en las que este lugar se podía encontrar, antes de llegar a los ranchos y ex haciendas. Y era hacia allá que Ramiro caminaba esa noche.
El local, de hecho, se encontraba a mitad de una cuadra en cuya esquina brillaba el último farol de alumbrado público. Ramiro estaba quieto en contra esquina del farolito, mirando el correr de un pequeño riachuelo que se había formado sobre la tierra - a estas alturas del margen de la ciudad, ya no había pavimento - y que fluía haciendo un ruido de borbotones a penas audible ahora que el viento se había callado. A un lado de él pasó un xoloescuintle que atravesó la calle remojando sus patitas en el riachuelo y dejando un breve camino de huellas mojadas al otro lado. Justo debajo del farol, giró la cabeza y miró a Ramiro como preguntándole qué esperaba, pero continuó su camino sin dar tiempo a una respuesta. Con esa imagen, Ramiro volvió en sí y siguió las huellas perro.
Se halló ante un muro de adobe con los restos de pintura de un anuncio de la última campaña presidencial, el nombre del lugar a penas visible en letras muy pequeñas sobre la puerta de madera antigua y, a la derecha de la puerta, el elemento que estaba buscando como indicación haber llegado: un jarrón de barro con forma de tecolote, empotrado en la pared, con dos pequeños y alargados huecos, en lugar de ojos, iluminados por un foco al interior de la barriga del animal. Ramiro se congeló por un momento, a la izquierda de la puerta, en el suelo, hubo un ligero movimiento en algo que él había pensado que era una bolsa de basura. Sintió un escalofrío. Era un movimiento como el de una barriga o el lomo de una bestia que sube y baja al respirar. A penas iluminado por el farol de la esquina, el movimiento se adivinaba por los ligeros reflejos que el objeto producía al subir y cómo desaparecían en la oscuridad al bajar. Era un objeto demasiado grande para tratarse del perro que había cruzado la calle antes que él, y para ser un perro, era un perro del tamaño de un potrillo. Después de unos momentos de incertidumbre, mirando al objeto, pensó que ya estaban cerca de los ranchos y que bien podría ser cualquier animal de granja, además de que ya tenía bastante hambre.
No había un letrero de abierto ni ninguna vitrina que permitiera ver movimiento adentro. Empujó la puerta pensando que esta clase de lugar no procuraría ese tipo amenidades, sin que esto significara que no podía sencillamente entrar. Habría sido difícil decidir qué era el lugar que halló. Un poco de cantina y pulquería, por la presencia de las bebidas y por los grupos de señores hablando en voz muy alta y jugando dominó, pero con una amplia cocina en la misma habitación, como una fonda, y con niños correteando entre las mesas. Se podía leer júbilo en la concurrencia.
No había mesa vacía y unas personas sentadas en el rincón le hicieron señas y le ofrecieron compartir. El grupo allí sentado era una mezcla entre las familias que traían niños de los que correteaban y viejos de los que eran en sí mismos barriles de pulque. Nomás sentarse, mandó pedir algunos platos de antojitos para el centro de la mesa y un pozole para él. La conversación fue cada vez más amable y la bebida inspiró amistades. El mobiliario era, al parecer, tan viejo como las relaciones entre la clientela. Todos eran clientes habituales y, al paso de unas horas, lo hubieron presentado con la mayoría de los otros clientes. No se veía como el tipo de lugar donde explota alguna pelea o discusión, el flujo tan natural de las conversaciones parecía incluso sospechoso.
Llegó el momento en que si quedaban asistentes con quien sus nuevos amigos no lo habían presentado, se sintió con la confianza de acercarse a sus mesas, presentarse y compartir más comida. Cuando ya no tenía más noción del tiempo que había pasado allí, una de las meseras levantó una polvosa lona, revelando una vieja rocola. Las mesas se corrieron a los costados para hacer al centro una pequeña pista de baile. Cuanto más bailaba (y más pulque bebía) más le parecía que el tiempo corría con lentitud, no como si los hechos ocurrieran en cámara lenta, no con la lentitud tortuosa de quien espera y no tiene con qué llenar el girar de las manecillas. Era una lentitud que parecía sugerir que el tiempo no tenía razón para seguir corriendo, que las cosas estaban donde debían estar, como si el reloj dejara de marcar las horas por hacerle un favor a los allí reunidos.
A tal grado se desentendió del tiempo, que lo tomó por sorpresa un rayo de sol del amanecer que se coló por una de las pocas ventanas pegadas al techo del local. Caminó hacia la puerta, probablemente sería hora de volver a casa. Se paró en el escalón detrás de la puerta y no pudo hacer girar el pomo. Pensó que sería por lo viejo del mecanismo o porque ya estaba muy borracho. Giró para buscar con la mirada a alguna mesera o cocinera que lo ayudara. Desde ese escalón podía mirar todo el lugar en una sola escena. El colorido que había dominado toda la noche, se había perdido. Ahora por las ventanas entraban rayos de una luz pálida que pintaba de tonos grises todo el lugar, imprimía la silueta de las ventanas en el suelo y trazaba su perfil en las partículas de polvo que flotaban en el aire. La música, las risas, los gritos y el sonido de los platos al caer, se habían ido también. No había nadie en el local. En el lugar que habían ocupado sus nuevos amigos, había velas, decenas de velas encendidas en todo el local, con sus llamitas bailando suavemente. También había una veladora en el escalón detrás de la puerta que, por lo demás, estaba vacío.
Por debajo de la puerta cerrada salió a la calle un vientecillo con destellos de hojas cempasúchitl, que hizo un ligero silbido al pasar por los ojos del tecolote, que se habían apagado.

lamp post in an autumn night

sábado, 9 de febrero de 2019

Si me hubieras dicho que sí

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Estoy parado en la punta norte del promenade de Brooklyn Heights, que es un paseo que corre por encima de la autopista vertical de seis carriles que rodea la costa de Brooklyn justo frente a la punta sur de Manhattan. Llegué aquí caminando desde la punta sur, muy juicioso, sin perderme nada, sin desdeñar un detalle. A pesar de los fríos vientos polares que soplan hasta las memorias de mi infancia y me dicen que no crecí aquí, me detuve a mirar las casas, los árboles, el río, los barcos y los helicópteros; respondiendo que ahora estoy aquí y ahora estoy creciendo. Me di tiempo de caminar sobre las bancas y hacer equilibrio en el filo de sus respaldos. También me asomé a la autopista e intenté escupir a los autos en el parabrisas – empresa fallida, soplaba mucho el viento. Alcé el rostro al sol como preguntándole cómo puede iluminar un cuerpo con tanta plenitud y no quitarle el frío. Pero, más que nada, procuré dejar que las ideas y las emociones fueran y vinieran por mi interior, diciéndome cuándo caminar más y cuándo detenerme. Y, al final, este fluir de mis interiores por el exterior, me llevó a la punta norte que es rematada por un pequeño parquecillo de forma circular.

Fin del fragmento.

jueves, 31 de enero de 2019

Después de la Nevada

Después de la nevada, el frío se relaja. 
Y no es que sea menos frío: siguen las temperaturas congelantes. Sino que ya no lo acompaña el viento, que es en realidad su cruel capataz.
Después de la nevada, los sentidos se enfiestan.
Se puede ir a la calle a ver cómo sale el vaho de la boca, a sentir en tiempo real cómo se forman pequeños cristales de hielo en el mostacho, a mirar la nieve y alegrarse por su resplandor de guiños de algodón en el presente y a entristecerse de que mañana será reducida a una masa gris revuelta con basura.
Después de la nevada, los orígenes se manifiestan.
Se puede saber quién está más en costumbre con el clima del lugar. Están quienes salen a penas con una chamarra y quienes salen como momias con nada más que los ojos visibles. Pero, atención, que esto no quiere sencillamente decir que tengan más o menos tiempo aquí, porque hay quien llego hace veinte años desde Bangladesh y nunca terminará de acostumbrarse a una tierra que decide cambiar abruptamente entre los climas mas inclementes.
Después de la nevada, la vida nos alcanza.
Es fácil sentirse repentinamente bajo el asalto de las pequeñas impresiones de estar dentro de algún cuadro de los antiguos maestros Europeos, o en alguna escena de un filme para la pantalla grande, o del pasaje de alguna novela que se desarrolle en estas latitudes. Pero lo cierto es que conviene que estos breves asaltos se desvanezcan; el paisaje raramente se asemeja al de aquellas maravillosas tomas que han sido seleccionadas por los artistas para ser retratadas, la gente en las calles rara vez se está tan quieta o sigue trayectorias tan bien definidas. La nieve sí, está allí, y el frío, también, y del mismo modo el sutil y blanco brillo del neblinoso sol del invierno. Pero el desorden de la ciudad, de la vida diaria, nos recuerdan esa falta de ajuste entre nosotros y lo que se dice en las pantallas que deberíamos ser. Por eso está bien. Está bien porque abre paso a un sentimiento nuevo, mucho mas modesto y, en consecuencia, mucho más poderoso. Es el sentimiento que despierta al darse cuenta de que esa nevada, con su desorden, esa nevada que realmente nos arriesga a mojarnos los pies en un charco secreto de agua congelante, esa nevada que nos jode el día deteniendo el tránsito de los trenes, esa nevada, esa nevada es nuestra y viene a recordarnos que salimos para apropiarnos de la vida, para tomar un día más para nosotros mismos y alegrarnos porque no estamos nada más viviendo las historias de otros.

lunes, 21 de enero de 2019

Vida de un Mexiyorker: La Gran Tienda del Distrito del Este

"I've known rivers,
I've known rivers ancient as the world
and older than the flow of human blood in human veins.
My soul has grown deep like the rivers."
- The Negro Speaks of Rivers, Langston Hughes

A unas calles de mi casa en Bed-Stuy hay una vieja casona que puede parecer abandonada, aunque aún se le notan algunas atenciones como la pintura ocasionalmente renovada, un único foco siempre encendido frente a la puerta principal o el pasto del jardín recortado como con la quijada de un burro. Pero la ventana rota y mal tapiada en el ático,  la total clausura de las ventanas del primer piso, los fragmentos caídos de concreto y el crecimiento sin recortes de algunos arbustos, son los argumentos con los que la sensación de abandono domina la primera impresión que se tiene de esta casa.
El ojo más avispado notará la inscripción sobre el pórtico:

"1888-1988 EASTERN DISTRICT GRAND TENT #3
GRAND UNITED ORDER OF TENTS OF BROOKLYN"

      La Gran Orden Unida de las Tiendas de Brooklyn. ¿Qué podría ser eso? ¿Por qué guarda unos resabios a secretos, a logia, a esoterismo como el de aquellos antiguo pitagóricos que se reunían para jugar con geometrías y números porque creían que el universo responde a unos principios trascendentales de belleza?
     Mientras camino por otro barrio que frecuento, Morningside Heights, me pregunto si hay noches en las que algunas personas se escabullen silenciosamente por McDonough Street y entran por esa puerta con un número 87 para sostener alguna reunión a la luz de las velas y entre susurros para no levantar las sospechas de los vecinos. ¿Será una conspiración? Y pienso en la iglesia de la Profesa, en la esquina de Francisco I Madero con Isabel la Católica, donde en alguna ocasión los altos mandos del clero mexicano conspiraron la caída del último gran caudillo de la Independecia, Vicente Guerrero, un negro, un afromexicano, un mestizo, que se jugó la vida por el hartazgo y el dolor de sus antepasados y su gente.
     Tras andar un par de calles más, llego al lugar en el que algunos amigos de la universidad me dieron cita, un restaurante de ensaldas y otras porquerías orgánicas. Es un lugar como cualquier otro en esta zona (rica) de la ciudad. Muy bien arreglado, tiene un área de mesas para el consumo y una barra tras de la cual los empleados agregan los ingredientes que solicites en tu ensalada. Del mismo modos que los otros comercios en esta parte de la ciudad, tiene una línea invisible que nunca ha dejado de llamarme la atención: la línea Ying Yang. De un lado de la línea, el de la cocina y los empleados, todos son negros, salvo por ese puntito blanco que es el gerente. Del otro lado, del lado de los clientes, todos son blancos, salvo por un estudiante de intercambio que está haciendo la fila. Tal como aquel antiguo símbolo del equilibrio. La línea Ying Yang es particularmente presente en las zonas ricas de Manhattan - el epicentro de los blancos y los ricos y Wall Street, representando, en este caso, el total desequilibrio. Aunque en otras zonas de las ciudad se hace más frecuente tener gente de distintos colores de ambos lados del mostrador, aquí siguen siendo los primos norteños de Guerrero los que prestan servicios por un menor ingreso.
     Como me niego a consumir en locales donde te venden la idea falsa de ser saludable por ser un comehojas, espero a mis amigos mirando mi celular. Navegador -> Google -> Grand United Order of Tents. Hay bastantes resultados. Sí hubo algo de conspiración involucrada en esto, pero no como aquella de la Profesa. La Orden fue organizada por dos ex esclavas, Annetta M Lane y Harriett R Taylor, para ofrecer techo, alimentación y cuidados a personas que no estuvieran en posibilidades de obtenerlos por sí mismas. Dato curioso, es la orden de las "Tiendas" en honor a las improvisadas tiendas de campaña que utilizaban los esclavos en el Ferrocarril Subterráneo (Undeground Railroad), que, no, no es un sistema de metro - como yo pensé la primera vez que estuché sobre él - sino que fue una red secreta de lugares donde se daba asilo a esclavos que escapaban de las plantaciones. Y a veces, mientras intentaban alcanzar alguno de estos lugares, pasaban las noches en bosques o campos improvisando tiendas. Claro que una vez libres, se hallaban sin techo, sin dinero, sin ningún tipo de propiedad o título escolar que les siriviera para incorporarse a un trabajo de remuneración mayor. Entonces personas como las Hermanas (Sisters) de la Gran Orden Unida de las Tiendas, les ofrecían apoyo para superar los efectos de una sociedad que realmente no tomaba acciones serias para acabar con el sistema mismo de esclavitud.
     Mis amigos regresan de la barra con sus horrorosas ensaldas y salimos del local. Caminamos de vuelta a la escuela, Columbia University. Voy mirando por los cristales las líneas Ying Yang de todos los comercios en la zona de esa universidad que fue fundada por ingleses propietarios de esclavos, misma que hoy por hoy maquilla el hecho de que a penas el 5.4% de sus estudiantes son negros, alegando en su sitio web que el 50% de los estudiantes de licenciatura son "de color". El problema es que en la categoría "de color" entramos los latinos, entran los indios, los vietnamitas, los indígenas, etc. Y cuando cuentas a los negros, cuantas - con más probabilidad - a los descendientes de los esclavos, cuentas así el progreso en reparar los daños de una gente que fue secuestrada de sus familias, país y continente para morir trabajando. Pero con esa treta de color, le dan la vuelta a la cifra pura y dura que indica que en esta parte de la ciudad las cosas han cambiado un 5.4% + Ying Yang desde los años de Abraham Lincoln.
     En esa universidad un profesor gana $119,000 USD al año ($118,400 pesos al mes) y un estudiante de licenciatura paga $74,199 USD anuales ($117,480 pesos al mes). Mientras tanto en mi barrio se deteriora la casa de la Gran Orden de las Tiendas que Annetta y Harriett - que sin problemas habrían gritado en la parroquia de Dolores ¡Muera el mal gobierno! - fundaron para ayudar a los que durante siglos se rompieron la espalda llevando las cargas de los fundadores de la universidad.
     Por eso el Nueva York del que yo me llevaré un cachito de vuelta para las ultra chingonas tierras de Chilangolandia y Pipopetlan, es el Nueva York de las Sisters de Annetta y Harriett, que tal vez sí eran como aquellos pitagóricos que se reunían porque creían que el universo responde a unos principios fundamentales de belleza, la belleza de extender una mano por la justicia.


 

*Vida de un Mexiyorker cuenta historias basadas en las experiencias de este gato de biblioteca al pasar unos años viviendo en la gran manzana.