Veo
series dramaticonas futboleras. Bueno, sólo el Club de cuervos, creo que no hay
muchas otras. El punto es que después de una temporada de verla nada más que
por el placer de verla, me va pareciendo que presenta una buena analogía con la
vida política nacional.
La
serie presenta un equipo mexicano de fútbol, léase las instituciones del país.
Fue fundado por un señor que los espectadores contemporáneos a penas alcanzan a
ver un ratito al principio de la serie antes de que cuelgue los tenis. Lo que
se nos cuenta de ese señor, y parece bastante cierto, es que levantó a su
equipo y a sus empresas en base a (espero reclamos) trabajar un resto, ser
medido en sus gastos y pensar antes de actuar, se lo ganó todo a pulso, pues. Recuerda
a esos fundadores de las instituciones del país con los que, aún si no se está
de acuerdo y aún si eran unos machines hechos y derechos, se tiene que admitir
que trabajaron un chingo y que fueron tan inteligentes como el momento lo
requería, Vasconcelos, Gamio, Cárdenas – probablemente más el primero que el
segundo – Silva Herzog, Fabela, Bodet, Gómez Morín, etc.
Pero
la situación actual del club – una nación con suficientes recursos,
medianamente bien posicionada y con no pocos problemas – es que el liderazgo ya
no está en manos de ese señor postrevolucionario que sabía lo que es el
esfuerzo. Al liderazgo ahora se llega por la herencia y el vínculo de sangre
(ver figura 1), lo que reduce la posibilidad de presidencia al hijo o la hija.
El hijo dirige el club como lo que es, un mirrey desobligado, un niño bonito delirios
de grandeza, ninguna noción de lo que necesita un equipo para jugar y el
egoísmo suficiente para actuar contra el equipo si su gloria va en ello…
también tiene un copete ridículo. En otro momento la hija dirige el club de
otro modo, ciertamente más inteligente en el sentido de la estrategia, planea qué
va a hacer y toma los pasos necesarios para obtener lo que quiere, se obsesiona
por controlar cada detalle de la vida del equipo y exige resultados so pena de
castigo, no tolera la protesta por más razón que esta tenga e ignora toda
necesidad real – material o afectiva – de la gente a la que dirige (cualquier
parecido con toda la vieja guardia del PRI ¿es mera coincidencia?). Igual vemos
a estos herederos que crecieron ajenos a las condiciones de la cancha,
acostumbrados a resolver todo con una orden o con dinero y a disfrutar los
frutos del trabajo que no hacen.
Debajo
de esta aristocracia hay un breve grupo
de gente comprometida, dedicada y, sobre todo, consciente de lo que un
equipo necesita. Estos sucesivos entrenadores y directores técnicos sobrellevan
los desplantes del liderazgo, arreglan sus desbarajustes, aconsejan sus oídos
sordos, median entre ellos y los jugadores, en suma, demuestran capacidad, pero
están impedidos de tomar las decisiones fundamentales porque no nacieron con el
apellido adecuado – ya me perdí, ¿estoy hablando de un equipo de fútbol, de una
república o de una monarquía? – frecuentemente sus esfuerzos son apenas suficientes
para mantener el asunto a flote porque a cada acierto de ellos, los herederos
destrozan algo más en una riña interna por el poder. Al final muchas de estas
personas dedicadas se ven forzadas a elegir entre participar de la caída del
equipo al que quieren o cambiarse de equipo para tener la oportunidad de hacer
las cosas bien.
Ni he
terminado las temporadas disponibles ni la historia ha terminado en ellas, así
que no sé cómo va a parar el asunto. Calculo, por el modo en que suelen
escribirse estas historias y por el hecho de que la producción de la serie ha
procurado que otorguemos nuestras simpatías al par de herederos a pesar de sus
desmanes – como si la productora fuera una televisora oficial – que el mejor desenlace
posible parece estar en una reconciliación de sus egos, el reconocimiento de
aquello que siempre les dijeron sus buenos consejeros y la nueva oportunidad
para el equipo. Así suelen terminar estas historias y tal vez sea un buen final
para la historia de una familia que tiene un equipo de fútbol, no lo sé. Pero
aquí se rompe la analogía, en ese reino de la dirección nacional necesitamos
parar las herencias, garantizar que estas personas que saben, pueden y quieren
lleguen a la presidencia y dirección y consejos, justamente por no tener el
linaje, como ocurrió en aquellos principios del siglo XX donde las cosas se
movieron, que lleguen por aquello que se prueban capaces de hacer. Y tal vez
esto también sería un buen final para una serie sobre una familia que no pudo
llevar la dirección de un equipo de fútbol, nomás para que empecemos a contar
historia diferentes sobre lo que puede suceder en México.
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