Ya medio México se la sabe: “no se dice ler, se dice leer”.
Parece que se han disparado dos posturas a)
escuincla indiscreta, como se dice que reaccionó la directora del plantel y al
parecer nadie más, o bien b) Aurelio
Nuño es un pendejo, se parece a su papá, digo, a su presidente.
Por divertidos que sean los memes de la web – fieles a la
segunda postura – y como nunca me gusta irme a los dos extremos en los que
suele dividirse la opinión pública, pues no suscribo a ninguna. Creo que el
caso es una buena ocasión para pedagogipensar. (Valga decir que nunca me escapo
de esos extremos tanto como quisiera, pero uno hace la lucha.)
Esa pequeñuela hizo algo a lo que el 99% de la población
mexicana no se ha atrevido, no se atreve y no se atreverá a hacer: señalar a
una figura de autoridad. Del 1% restante se sacan dos categorías: un primer grupo que cuando señala a la autoridad es
asesinado, secuestrado, despedido por los Vargas, acusado de exceder su
libertad de expresión y otras delicias de la democracia a la mexicana; y un segundo grupo que cuando señala a la autoridad es sólo porque de hecho señala
una autoridad más abajo en el escalafón ya que faltaba un chivo expiatorio.
Así, Andrea – necesitaremos un premio a la civilidad que
lleve su nombre – se ubicó en un instante improvisado afuera de todas las
categorías de relación con el poder a las que nos sometemos todos los “adultos”
que somos más grandes, fuertes, serios, maduros y sensatos. No se sometió a la
autoridad y para logarlo no pasó años curtiéndose en el periodismo o la defensa
de los derechos humanos ni se acopló a la estructura. Presenciamos un instante
fuera del universo del priismo que fue fabricado por la inocencia más genuina.
Si lo que se dice es cierto – y es que sólo he escuchado
comentarios, sin revisar ninguna fuente – la directora luego la regañó y todos
vemos el problema que eso crea. Pero quiero destacar que Aurelio Nuño tuvo el
sentido suficiente para repetir la corrección que le hicieron y hasta agregar
“muy bien”. Antes que me lluevan las pedradas, no estoy haciendo apología del
peñanietismo – eso tal vez lo dejo para cuando me paguen como a Octavio Paz – sólo
apunto que no la regó como la directora. A eso ya cada quién agréguele la
interpretación que quiera. Lo cierto, es que Aurelio Nuño se quedó a un pasito
de acertar, a casi nada de dar en el clavo, de crear una experiencia educativa.
Van a pensar que ahora sí estoy haciendo apología, pero tampoco. De hecho creo
que él mismo no lo supo ni lo sabrá, dada su falta de intuición pedagógica. Y
ese paso que le faltó, si bien es pequeño en términos de las palabras que
habría tenido que decir para concretarlo, es enorme términos de la comprensión
de cómo se aprende, qué vale la pena enseñar y cuándo hay que aprovechar la
actividad mental de los niños.
Recapitulo. Si la directora se excedió al condenar a Andrea
y Aurelio Nuño se quedó a medio camino al aceptar la corrección – voy a
inventar una hipotética educadora que estaría haciendo lo correcto – Juana Dúi
acertó con lo que hizo. ¿Qué hizo Juana Dúi, educadora brillante? Juana
reconoció que en nuestro país, la cultura escolar y la cultura fuera de la escuela
– que no son tan distintas – nos conducen sin que nos demos cuenta a comprender
a la autoridad como algo que radica en la figura de autoridad. Es decir, no
entendemos que la autoridad es “la oficina de la secretaría de educación
pública en tanto que es sancionada por el pueblo mexicano”, creemos que la
autoridad es la persona del secretario. Lo mismo para el presidente, para el
policía, para el jefe, para la directora del plantel y un largo etcétera. Juana
Dúi sabe cómo eso es en realidad acoplarnos al autoritarismo a costa de la
verdad.
Juana, entonces, se da cuenta de que Andrea subvirtió el
orden, atendió primero a buscar la corrección, la verdad y la coherencia a
pesar de la figura de autoridad (quede para otro día mi discurso sobre cómo
cada quien puede hablar como le de la ngada gana). Pero Andrea misma no ve la
trascendencia histórica y política de lo que acaba de hacer – y no es que no
pueda verlo, seguro lo hará, pero es que eso toma su tiempo de pasear por este país – pero
Juana ve que se puede dar un empujoncito a Andrea, ya que va por buen camino,
señalarle que vale la pena seguir por ahí.
Juana Dúi no se limita al “muy bien” estándar de político
que recibe crítica frente a las cámaras, Juana Dúi le dice “tienes toda la
razón, muchas gracias por corregir al señor secretario – Juana es diplomática –
qué buena dicción tienes. No olvides que siempre que un adulto hace algo mal,
tú puedes decírselo así de amable como lo hiciste ahorita.” Bueno, a la mejor
Juana tendría mejores palabras que las mías, pero el punto es ese. Apenas una
oración más, pone en Andrea la semilla de alguien que ha vivido en carne propia
una relación diferente con el poder, que sabe que la autoridad no está en un
título, sino en tener el conocimiento y tener la ética para usarlo. Andrea sabría que ella misma está autorizada – y la autoridad es justo la persona que está autorizada – para intervenir en la sociedad cuando así se requiera. Juana
podría darle con breves palabras un empujoncito para ser lo que necesitamos que
crezca para ser, aunque eso no sea una periodista, ni una padre Solalinde,
bastaría que eso fuera una ciudadana que en su pequeño cachito de México vive
invitando a sus compatriotas a hacer lo correcto. Juana Dúi sabe hacer esto todos los día en su salón de clases, a Juana la corrigen sus estudiantes tiro por viaje. Juana y sus seis cinco horas lectivas no son todo lo que hace falta para cambiar al país, pero ella sabe qué es lo correcto en ese espacio.
De ler a leer falta una e de educación. No es que a Aurelio
Nuño “le falte la educación para hablar bien” (yo cada que puedo despotrico
contra esas posturas), es que la educación que necesitamos puede venir de
cambios tan pequeñitos en el discurso como una sola letra, como una oración de
Juana Dúi, que llevan detrás toda la experiencia, inteligencia y coraje de la
buena docencia.
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