lunes, 23 de enero de 2017

Taninos y algoritmos para no aprender

A veces trato de perder el tiempo sin perderlo demasiado,  entonces leo artículos de sitios como bozfid y compañía, como si el hecho de informarme de algo inútil, fuera un desperdicio aceptable de concentración. El punto es que en una de esas me encontré con un artículo sobre una aplicación para cata de vinos que no usa muy bien la palabra cata.
El sitio era Popdost y la aplicación es Testinrum o 'Testing room' si no hablas español (Nota sobre Testing Room). En breve, el asunto funciona así: te suscribes, pagas, te mandan una muestra de vinos a tu casa, sigues un tutorial en línea para probarlos e indicas qué de lo enviado te gustó. Luego, la aplicación hace 'una selección informada' (achí diche la nota) y te recomienda cuáles otros vinos podrían gustarte, mismos que puedes pedir con un clic, ahora sí en más volumen que las pruebas. Ya que hayas hecho la decorosa ingesta del fermento líquido, agregas tu valoración sobre el último envío y sigues nutriendo el algoritmo. Esto es, por cierto, una nota editorial, que abre señalando cómo en la licorería local no se puede confiar en que los empleados sugieran un vino que uno vaya a disfrutar y cierra diciendo que desde que usan Testinrum, aún no ha llegado la botella que los editores no hayan disfrutado.
 Sobra decir que no es una nota genuina, sino publicidad de esa disfrazada, máxime cuando la última línea del texto es un link para descargar la apliqueishon. Pero lo que me llama la atención es el discurso, desde el planteamiento del problema 'no puedes confiar en que siempre tengas una botella que vas disfrutar', pasando por el método sugerido 'un algoritmo que prediga tus gustos' y cerrando con la evaluación 'no hemos tenido que volver a probar algo que no nos guste'.
Me desmarco de dudar de la tecnología y no pretendo atacar el hecho de que se pretenda usar una fórmula que ajuste a tus gustos. Me gustan estos desarrollos y creo que los gustos pueden ser muy predecibles y eso no es ni novedad, ni culpa de la computación. No hace falta un algoritmo para saber quién en tu familia o bola de cuates va a renegar si van a comer a cuál lado o a ver qué tipo de película. Incluso suelo confiar en las recomentaciones que me hace el Nesflis que ya sabe mis preferencias mejor que yo - lástima que no sugiere temas de tesis.
¿Tons qué? ¿Para qué tanto verbo si ahora no voy a criticar nada? Mi pleito es con los humanos que somos los que programamos a las máquinas. Ese tipo de algoritmo está en los programas antes mencionados y en aplicaciones para libros y para pareja y en la publicidad de yutub, programamos a nuestros asistentes electrónicos sobre una lógica de la comodidad y lo esperado. Pretendemos, cuando algo nos gustó, que lo siguiente sea, en realidad, ese mismo algo, nomás pintadito de otro color o en un empaque diferente. En esta época en la que 'el mundo está al alcance de los dedos' y la diversidad es cada vez más presente, preferimos que sólo se nos muestre lo que nos trae confort, lo que ya conocemos, y estamos en poca disposición para la incomodidad. Y esa diversidad del mundo, justo tiene que ponernos a disgusto en algún momento, porque es por definición diferente y alguna de sus variaciones no será a nuestro placer.
Hace un tiempo platicaba con una actuaria sobre las dificultades de cumplir ciertas exigencias de sus jefes banqueros 'quieren más ganancias, pero no quieren aceptar más riesgo'. Entiendo que no quisiéramos riesgo en ciertas áreas de la vida, pero ¿en vinos? ¿En películas? Hay disgustos que podemos sobrellevar y algunos de ellos nos llevan a aprender. Ofrecerte siempre lo que ya conoces se ha vuelto un argumento de ventas ¿qué dice eso de nuestra capacidad de confrontar la ansiedad como sociedad?
Mi problema no es un algoritmo que se ajuste a tus gustos, sino que terminemos por ajustar nuestros gusto a un algoritmo. No me gusta que asumamos como normal el miedo a catar, en el amplio sentido de probar, y eso es lo inesperado y lo nuevo.



No hay comentarios:

Publicar un comentario