Después de la nevada, el frío se relaja.
Y no es que sea menos frío: siguen las temperaturas congelantes. Sino que ya no lo acompaña el viento, que es en realidad su cruel capataz.
Después de la nevada, los sentidos se enfiestan.
Se puede ir a la calle a ver cómo sale el vaho de la boca, a sentir en tiempo real cómo se forman pequeños cristales de hielo en el mostacho, a mirar la nieve y alegrarse por su resplandor de guiños de algodón en el presente y a entristecerse de que mañana será reducida a una masa gris revuelta con basura.
Después de la nevada, los orígenes se manifiestan.
Se puede saber quién está más en costumbre con el clima del lugar. Están quienes salen a penas con una chamarra y quienes salen como momias con nada más que los ojos visibles. Pero, atención, que esto no quiere sencillamente decir que tengan más o menos tiempo aquí, porque hay quien llego hace veinte años desde Bangladesh y nunca terminará de acostumbrarse a una tierra que decide cambiar abruptamente entre los climas mas inclementes.
Después de la nevada, la vida nos alcanza.
Es fácil sentirse repentinamente bajo el asalto de las pequeñas impresiones de estar dentro de algún cuadro de los antiguos maestros Europeos, o en alguna escena de un filme para la pantalla grande, o del pasaje de alguna novela que se desarrolle en estas latitudes. Pero lo cierto es que conviene que estos breves asaltos se desvanezcan; el paisaje raramente se asemeja al de aquellas maravillosas tomas que han sido seleccionadas por los artistas para ser retratadas, la gente en las calles rara vez se está tan quieta o sigue trayectorias tan bien definidas. La nieve sí, está allí, y el frío, también, y del mismo modo el sutil y blanco brillo del neblinoso sol del invierno. Pero el desorden de la ciudad, de la vida diaria, nos recuerdan esa falta de ajuste entre nosotros y lo que se dice en las pantallas que deberíamos ser. Por eso está bien. Está bien porque abre paso a un sentimiento nuevo, mucho mas modesto y, en consecuencia, mucho más poderoso. Es el sentimiento que despierta al darse cuenta de que esa nevada, con su desorden, esa nevada que realmente nos arriesga a mojarnos los pies en un charco secreto de agua congelante, esa nevada que nos jode el día deteniendo el tránsito de los trenes, esa nevada, esa nevada es nuestra y viene a recordarnos que salimos para apropiarnos de la vida, para tomar un día más para nosotros mismos y alegrarnos porque no estamos nada más viviendo las historias de otros.
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