Esta historia sucedió en Terrilandia.
Algunas personas en Terrilandia ganaban más dinero que otras, aunque trabajaran igual.
A algunas personas les hacían más caso que a otras, aunque dijeran lo mismo.
A algunas personas las respetaban más, aunque todas fueran personas.
Y en Terrilandia vivía Igualitarín. A Igualitarín esas situaciones no le gustaban, no le gustaban los privilegios. Le disgustaban mucho. Y el privilegio que más le molestaba, era ese que algunas personas creían tener para organizarse y mejorar sus condiciones.
- ¡Ahí vienen las feminazis! - gritaba Igualitarín mientras corría y agitaba las manos al aire.
- Nos quieren cortar el pene - le tiraba de las barbas a un anciano.
- Nos van a obligar a barrer - le gritaba a una niña en un columpio.
- Tienen reuniones en logias secretas - se aferraba a la pierna de un obrero.
- Te encarcelan si les dices un piropo - murmuraba debajo de las sillas en la sala de espera.
Escuchar todo eso me consternó, parecían terribles, esas feminazis.
- Igualitarín - dije, preocupado - ¿dónde están las feminazis?
- Allí, allá, en todos lados.
- ¿Dónde, Igualitarín, dónde?
- ¡En las universidades! Allí transmiten su doctrina.
- Hay que detenerlas - pensé y fui a la universidades.
- Hola, ¿están aquí las feminazis? - le pregunté a Doctora Académica. Respondió, creo, en otra lengua, no entendí sus palabras, pero no parecía alguien que cortara penes. Buscamos entre los libros, atrás de las pancartas y debajo de los escritorios, pero no había feminazis. Nos miramos con gesto extrañado y antes de irme quedamos de leer un libro para discutirlo.
- ¿Dónde, Igualitarín, dónde?
- ¡En las organizaciones civiles! Desde allí imponen su ideología.
- Hay que detenerlas - pensé y fui a la organizaciones civiles.
- Hola, ¿están aquí las feminazis? - le pregunté a Activista Luchón. Respondió con muchas palabras a todo volumen y me salpicó un poco de saliva, pero no intentó obligarme a barrer nada. Buscamos entre las pancartas, detrás de los cordones de policía y debajo de los proyectos de trabajo, pero no había feminazis. Nos rascamos la cabeza un rato y antes de irme quedamos de redactar unas cartas para enviar al senado.
- ¿Dónde, Igualitarín, dónde?
- ¡En el gobierno! Allí abusan de la democracia.
- Hay que detenerlas - pensé y fui a las cámaras de representantes.
- Hola, ¿están aquí las feminazis? - le pregunté a Legisladora Normativa. Respondió con un discurso muy largo y emotivo, hasta me dormí un ratito, pero no parecía del tipo que van a reuniones en logias secretas. Buscamos entre las curules, detrás de la Constitución y debajo de los proyectos de ley, pero no había feminazis. Nos miramos el ombligo unos minutos y antes de irme quedamos en que me enviara sus declaraciones de bienes.
- ¿Dónde, Igualitarín, dónde?
- ¡En los medios! Allí inventan verdades.
- Hay que detenerlas - pensé y fui a los medios.
- Hola, ¿están aquí las feminazis? - le pregunté a Presentadora Comunicativa. Respondió con cientos de datos y sucesos, me perdí entre tanta información, pero no parecía del tipo que te encarcela por decirle un piropo. Buscamos entre las cámaras, detrás de micrófonos y debajo de los guionistas, pero no había feminazis. Miramos el techo por un tiempo y antes de irme quedamos de preparar unas entrevistas con mis amigas anteriores.
- ¿Dónde, Igualitarín, dónde?
- ¿Dónde, Igualitarín, dónde?
- ¿Dónde, Igualitarín, dónde?
Le pregunté una y otra vez, mientras él las denunciaba trepándose a los árboles, repitiéndolo por un altavoz asomado a la alcantarilla, repartiendo panfletos sobre el tema a la entrada de un hormiguero y murmurando sobre ellas una y otra vez mientras daba vueltas al mismo árbol.
Llegaron entonces mis amigas nuevas y nos pusimos a buscar hasta hallar algo inesperado ¡sí había feminazis! Feminazis que colgaban penes disecados en las paredes de sus logias secretas limpiadas por hombres-esclavos-barrenderos que cumplían penas por haberlas mirado. Todo estaba allí, bien claro, entre la paranoia de Igualitarín, detrás de su mirada y debajo de sus miedos no resueltos.
Al princpio nos miramos con un poco de desconcierto, pero el cabo estalló la risa, mucha risa, tanta risa que no nos enteramos de cuándo dejó de escucharse la voz de Igualitarín. Y quedamos de hacer una fiesta a la que llegaron el viejo de las barbas y la niña del columpio y el obrero y la gente de la sala de espera y los guionistas, y hasta la policía llegó después de renunciar a su cordón. Y cada quién dijo sus palabras raras en sus tonos extraños, cada cual tan inusual como el resto, pero siempre escuchándonos.
No hay comentarios:
Publicar un comentario