jueves, 3 de mayo de 2018

Si tuviera un nombre

I. Definiciones operativas
Nuestra rabia no es por colocar un manifiesto partidista en cada pupitre,
nuestra rabia no es por la propiedad de los medios de producción.
Nuestra rabia es por colocar un alguien en los brazos de cada alguien más,
nuestra rabia es por la propiedad del derecho a la vida
    y a mirarnos en los ojos un corazón palpitante que se vea como manos tomadas,
    como sonrisas inolvidables,
    como hijas, como hermanos, como primas, como padres, como abuelas, como tíos
    que nunca se han perdido, que siempre se sabe que están.
Nuestra rabia es porque hay regazos que merecen una cabeza a la que soportar,
    no una orden de deportación,
    no un teléfono ansioso por esperar noticias improbables.
Nuestra rabia es el nombre de la esperanza cuando se indigna.
Y nuestra esperanza son unas ganas viejas - por sabias - una herencia centenaria,
    de probar que siempre supimos que la vida es un tacto,
    es unas palabras,
    es unas respiraciones sincronizadas con alguien que elegimos para corresponder.
    Ganas de dar fe de que no hay grandeza ni triunfo en los certificados,
    en los muchos ceros,
    en los aplausos
    o en las pantallas, salvo que estas nos muestren un rostro que sabemos cómo acariciar.
Nuestra esperanza es la continua reinvención, 
    es el gesto secreto con el que los hermanos se saludan, 
    es unas madres analfabetas reclamando que se abra una escuela, 
    es las fronteras desbordadas con garrafas de agua en el desierto, con refugios, con letras en los muros e, incluso, con huesos.
Nuestra esperanza, cuando es rabia y cuando no, es bien chingona.
Y ya.

II. Metodología
Descender, o dejarse caer, o tumbarse, o tirarse a la mierda, según el mundo lo requiera.
Ya en en el suelo, revolcarse, sacudirse, poner en la piel los estertores que nos llegan sin invitación.
Y con las convulsiones patear, hasta tener el suelo debajo de los pies, hasta haber licuado y molido y machacado esos pesos que nos tumbaban.
Si algunos quedan en pie, mirarlos a los ojos con un reto de río que cansa los montes, hasta que se fundan en el pedacerío general.
Agregar leche y beberse los miedos en batido.
Repetir las veces que sea necesario.




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