a) Por no ser un ratón de biblioteca.
b) Ser ratón de biblioteca ya es cliché, ya no quiere decir nada más que un modo en el que las personas ajenas a los placeres bibliófilos se refieren, a veces con ligero desprecio, a quienes nos sentimos allí completamente cómodos. No me gusta, pues, aceptar los modismos desgastados por el uso y sobre todo cuando vienen más de fuera que de entre los otros locos que padecen lo mismo que yo.
c) Me gustan los gatos.
d) Los gatos somos de donde se nos da la gana, incluso de biblioteca.
e) El viejo ratón de biblioteca hace referencia a un animal que de hecho es plaga, que es enemigo de la bibliofilia, que se come los libros literalmente, no literariamente. El ratón de biblioteca no es mucha analogía ni metáfora ni representación ni simbolismo, como los libros sí son del mundo – sin dejar de reconocer que son parte de mundo. El viejo ratón de biblioteca es temeroso y escurridizo, porque no puede permitir que lo encuentren, está allí de intruso.
f) El gato no tiene historia conocida con las bibliotecas, ni es plaga ni nada. Así que es más fácil evocarlo a voluntad, sin que quien me escuche tenga nada preconcebido. El gato es ágil con el cuerpo como quien lee lo es con el pensamiento, con el sentimiento, con la imaginación o todos los anteriores. Así como un espacio con algunos obstáculos es regocijo para el gato y su agilidad, la biblioteca con sus ideas, preguntas e historias es un regocijo al leer. Los gatos no suelen ser temerosos, si a caso cautos, porque hay libros que son como bordes de abismo. Pero más bien los gatos suelen ser dueños en donde estén. Como buen lector, no temo a la biblioteca, me la adueño y la recorro a placer, dando ocasión de satisfacerse a cada necesidad bibliófila, no veo por qué haría ninguna intrusión. Y esto sí es analógico, metafórico o simbólico, como los libros mismos.
g) Lo anterior además del hecho de que los gatos hacemos lo que se nos antoja, hasta ser de biblioteca.
h) Cuando estamos entre los estantes, algún ronroneo involuntario se nos escapa, tomamos un libro y lo frotamos en nuestro cuello o, si resulta muy querido, lo masajeamos. Si afuera de la biblioteca somos capaces de tropezar en cada esquina, adentro de ella nuestro equilibrio es felino con tal de balancearnos sobre cualquier objeto que nos permita llegar a la estantería más alta. No nos molesta el aislamiento. De tanto bibliofelinear, se nos pegan las letras en el pelaje y nos relamemos con gusto. Si eso nos lleva a, de tanto en tanto, a escupir una bola de letras, la ponemos en nuestro blog.
i) ¿Será que los gatos de biblioteca nos comemos a los viejos ratones de biblioteca? No. Lo malo del viejo ratón de biblioteca no es que sea ratón, es que ya está mal interpretado. Bienvenido cualquier nuevo ratón que tenga sus motivos para serlo, a raya de que le hayan dicho que lo sea. Bienvenido cualquier otro animal, planta o insecto real o mítico que crea que la biblioteca es su segunda naturaleza.
j) Todo esto y también ese asunto de que cuando se es gato, se puede hacer lo que uno quiera, hasta ser de biblioteca.
k) También miauuuu.
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