What immortal hand or eye,
dare
frame thy fearful symmetry?
-
William Blake
¿El periódico? No, pura mala noticia. Pero no era mala la
noticia, la noticia decía lo que tenía que decir. Mala era la realidad, la vida
social, la estructura política, las disposiciones de esos contactos que hacen
algunas personas entre sus ideas, sus sentimientos, sus historias de quiénes
son y sus actos.
Las noticias no lo eran, sólo lo decían, por eso podían ser
ignoradas. Pero aquellas cosas que sí lo eran andaban libres, retozaban en el
triángulo dorado, se tumbaban al pasto en Atlacomulco, se reían en Ayotzi, iban
a un baile en Ciudad Juárez, tenían una gira artística: Acapulco, Jalapa,
Matamoros, Tijuana, Autlán, Cuernavaca, la Narvarte, la frontera sur y su gira
no acababa porque sus productores eran muy hábiles, sus fans estaban enceguecidos
por la emoción y los reflectores eran enervantes. Esas cosas que sí lo eran, lo
eran cada vez más y cada vez más en todos lados.
Luego los periódicos ya no pudieron decir lo que tenían que
decir, porque no se puede decirlo todo. Esas cosas que sí lo son les habían
quitado el trabajo, se promovían solas y de formas más materiales, más
tangibles, más en los cuerpos, que se tornaron sus medios de comunicación, se
tornaron materia prima, se tornaron objetos de uso, con menos letras pero con
más simbolismo, con tinta roja, con tirajes incontables, con el estilo más claro
y grotesco nunca impreso, diarios, semanarios, mensuales, números especiales;
con sección de política, de economía, de los estados, de la capital,
internacional, deportes y tecnología.
Las cosas que sí lo son no podían ser ignoradas, porque no
saben lo que quieren ser y entonces intentan serlo todo, no conocen límites, y creen
que en efecto todo lo son, pero lo son mal. Las cosas que sí lo son no saben
sumar, no saben que las existencias se suman, no saben que pueden seguir siendo
sin segar, creen que la cosecha es su negocio y cosechan las plantas, las
ganancias, los votos, las confianzas, las vidas. Las cosas que sí lo son no
saben caber ni les cabe el sentir, han creído que su derecho es a desbordarse,
han creído que ser se conjuga con mucho y han creído que ser no se crea ni se
destruye, sólo se despoja.
Las cosas que sí lo son han estado aquí desde antes de lo
que diga su propia memoria, no se hicieron solas, aunque es lo que intentan
probar. No aceptan que vienen de algo más, que pertenecen, que son parte de;
insisten en que de ella se viene, a ellas se pertenece y que de ellas se es
parte. Las cosas que sí lo son creen que se inventaron, creen que se innovaron,
pero en ello está la falacia más antigua, más heredada, más reproducida y menos
propia. Las cosas que sí lo son no toleran ser lo que son.
No son nuestras lágrimas, no son nuestro miedo, no son
nuestro dolor, no son nuestra dificultad, todo eso es nuestra resistencia, eso
es lo que hacemos con lo que hacen. Eso hay que apropiárnoslo, eso es lo último
que podemos ceder porque en realidad se trata de nuestras mismas risas, nuestro
valor, nuestro gozo y nuestra fuerza que sí conocen límites, que no buscan
perpetuarse a cualquier costo y por eso deciden que a veces tienen que ser
oscuras. Por eso pueden volver en sus distintas formas, porque se pueden
transformar, porque se llora cuando aquello a lo que pertenecemos se desmorona
y se ríe cuando aquello a los que pertenecemos se reconstruye, porque no se
trata del resultado final, sino de nuestra relación con aquello que amamos. Las
cosas que sí lo son creen que no han dejado de sonreír, que pueden no llorar,
creen que siguen siendo valientes y creen que pueden no tener miedo, por eso no
son ni una cosa ni la otra, no son siquiera la oscuridad. Son apenas una
versión desfigurada y miserable de ambos lados: un alegría forzada, una
tristeza con una rota máscara de sonrisa macabra, un llanto fingido porque
intenta hacerse permanente, un dolor que hace mucho se fue aunque se insista en
simular que allí sigue.
Las cosas que sí lo son tengo que referirlas con un “cosas que
sí lo son”, porque no se asumen, porque huyen, porque no aceptan y es difícil
precisarlas. Puedo nombrar lo que hacen, lo que acaban, lo que rompen, lo que
matan, lo que imponen, lo que quieren hacernos creer que son. Porque quieren
creer que son esos hechos, esas materialidades innegables, que son el poder o
el odio, no que son carne y hueso, no que se pueden quebrar y que están sólo un
poco aquí, no que se acaban. Son las cosas que sí lo son, porque son malas,
pero sobre todo porque tengo que recordar que sí son de lo mismo que el resto
de la humanidad, aunque no lo quieran ver.
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