lunes, 1 de junio de 2020

El lenguaje lateral y subversivo del que ama (Diario de cuarentena 5)

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"Espero curarme de ti en unos días. Debo dejar de fumarte, de beberte, de pensarte. Es posible. Siguiendo las prescripciones de la moral en turno. Me receto tiempo, abstinencia, soledad.

¿Te parece bien que te quiera nada más una semana? No es mucho, ni es poco, es bastante. En una semana se puede reunir todas las palabras de amor que se han pronunciado sobre la tierra y se les puede prender fuego. Te voy a calentar con esa hoguera del amor quemado. Y también el silencio. Porque las mejores palabras del amor están entre dos gentes que no se dicen nada.

Hay que quemar también ese otro lenguaje lateral y subversivo del que ama. (Tú sabes cómo te digo que te quiero cuando digo: «qué calor hace», «dame agua», «¿sabes manejar?», «se hizo de noche»... Entre las gentes, a un lado de tus gentes y las mías, te he dicho «ya es tarde», y tú sabías que decía «te quiero»).

Una semana más para reunir todo el amor del tiempo. Para dártelo. Para que hagas con él lo que quieras: guardarlo, acariciarlo, tirarlo a la basura. No sirve, es cierto. Sólo quiero una semana para entender las cosas. Porque esto es muy parecido a estar saliendo de un manicomio para entrar a un panteón."



Y nada, pues está tremendo esto del Sabines. Me llamó mucho la atención esa parte en que dice, ese otro lenguaje lateral y subversivo del que ama. Me hizo pensar que si hay un lenguaje lateral y subversivo, pues tiene que haber un lenguaje frontal y, no sé qué sea lo contrario de subversivo, sumiso ¿sabes? Como oprimido, quién sabe. Y si el lenguaje lateral y subversivo es esas pláticas del cotidiano, el lenguaje frontal son esos teamos y tequieros grandilcouentes y cuanto más estrafalarias las declaraciones, más frontales y, pues si no son sumisas, lo contrario de subversiva es por lo menos que sigue la corriente, y es eso, entre más quieren salir de lo común, más siguen la corriente. Pero luego lo curioso que hace, es eso de decir que lo subversivo es esa conversación del día a día ¿no? Del qué calor hace, del dame agua, del ya es tarde. No por decir que cualquier cosa ya, por trivial, ya sea el amor, ¡no! Sino, supongo, porque hay momentos en que eso se dice y que vale mucho más que otras cosas, más que los gestos grandiosos. Aunque parecen frases triviales, si las pones en el contexto correcto, hablan de la disposición de la entrega y del cariño amoroso. De estar en esa reunión, donde sabes que la otra persona no quiere estar y le dices que ya es tarde, como si fuera cosa tuya, para que todos los presentes disculpen y piensen que es cosa tuya, pero en realidad es porque sabes que ya se quiere ir. Tan contrario a la impertinencia de los grandilocuentes que detienen partidos de básquetbol para pedir matrimonio en medio de la cancha y para que luego les digan que no. Que no. 
Medio me detengo, mira, pero no mucho, para decir que ni Sabines ni yo - y tengo derecho a hablar por los dos - tenemos nada contra el lenguaje frontal y sumiso del amor, también tendrá su lugar, pero es que quienes aman cada día por convicción vital y no en las coyunturas, por demostrar, saben que el lenguaje lateral puede llegar mucho más lejos.
Y me vino a la mente pensando en las parejas antiguas, esas donde no había mucha posibilidad de divorcios ni de elegir con quién casarte ni nada de eso. Recuerdo que una vez ya nos preguntábamos si en esas parejas había amor o cómo era eso, porque algunas parejas sí que llegaban a viejos sin haberse querido separar nunca, pero lo que tenían no se parecía a lo que de jóvenes nos parecía el amor (que era mucho más frontal), y nos preguntábamos si había algún tenue y perspicaz secreto para durar el amor toda la vida o si lo que había allí era un mero hábito horroroso. 
Esto me recordó también que en mis relaciones me gusta alejarme del lenguaje frontal, que hasta ahora no sabía que eso era lo que hacía, no por no decir te quiero, que sí lo digo, sino que me gusta inventarme cosas raras o resignificar palabras que las sacas del contexto a la fuerza y sólo pueden querer decir "te estoy poniendo atención" porque entre dos que saben por dónde quieren andar, ese ya es el único contexto en que se puede leer cualquier cosa.
Y bueno, pues, esta es la opción que da Sabines, además súper antropológica, súper de la vida cotidiana. Y me quedé pensando eso, si esas parejas que nos parecía que habían caído en la rutina, no habían caído en la rutina, sino que habían encontrado ese lenguaje lateral y subversivo. 
Y subversivo, es lo que más me llamó la atención de todo esto, porque justo donde parece lo más invisible y pequeño e intrascendente es el lugar donde logra acomodar lo más grande y lo más profundo.
Y, además del amor, me deja pensando ¿qué quiero hacer de mi vida? En todo sentido pero, por ejemplo, en términos laborales. El éxito o la influencia que parece que uno tiene que buscar en el trabajo, ese tener un gran puesto en el gobierno o en las corporaciones (bueno, las corporaciones no son para mí) o ser un autor publicado, pues allí no hay lugar para estas subversiones, siempre es la centralidad y la grandeza y no lo sutil del día a día.
Allí estuvo mi problema mucho tiempo, yo habría visto al Sabines decir esto y habría pensado, pinche viejito cursi. Porque viendo el amor desde lo frontal, así fuera para pelearme con él, que es lo que hacía, no veía que cuando se sabe hablar del amor, se habla de la vida.

miércoles, 15 de abril de 2020

Policía de la bonita, las rayas en el piso y el metro (Diario de cuarentena 4)

Hoy fui a comprar algunas cosas a la tiendita. En el suelo habían colocado marcas a más o menos la susanadistancia. Cuando me formé en la fila había tres personas delante de mí y el chavo que estaba justo enfrente, no estaba respetando las marcas. Casi al mismo tiempo, el hombre frente a él y yo, nos reacomodadmos exactamente sobre nuestra marca y entonces el muchacho hizo lo propio.
La palabra policía tiene un origen poco sospechado, no siempre se refirió al grupo respaldado por el gobierno que tiene el monopolio de la fuerza. La palabra viene de politeia, ciudadanía, y en algún momento se refirió a buenas conductas ciudadanas o del individuo. Lejos de la vigilancia o de la represión por un grupo identificable de personas, eran las actitudes que toda la ciudadanía debía tomar para que la ciudad funcionara del mejor modo posible.
En tiempos del covid, queda claro que la definición de eso es mantener una distancia y ayudar a dilatar el contagio. Cuando dos personas de la fila hicimos el gesto explícito de pararnos sobre la línea, tuvimos un acto de policía en ese sentido viejo de la palabra, un acto de civilidad, incluso un acto ético. Más, todavía, tras habernos acomodado de modo visible para la persona que estaba rompiendo la distancia, le recordamos que debía colocarse sobre la marca. Ese acto de policía fue doble, fue el acto cívico de hacer algo por respetar al prójimo y fue el acto educativo de recordarle al prójimo el valor del respeto.
Me gusta de la Ciudad de México que ese tipo de práctica cívica tiene un lugar especial en el transporte público. Ese momento en el que, con el metro o metrobús bastante atestado, le preguntas a la persona de enfrente si "baja en la siguiente", tiene una función de lo más interesante.
Al hacerlo, suele pasar que otras personas no empiezan a hacer, o que la persona que está adelante y no va a bajar, comienza a voltear como buscando si hay más que bajan y que necesitan que se quite, también busca para dónde se va a poder mover. Otras personas que están más atrás, que van a bajar y escuchar la pregunta, aprovechan para enfilarse detrás de la que ya preguntó y salir detrás de ella. Esto es un proceso de organización social autogestiva que surge de la nada en menos de un minuto y desaparece cuando el dragón anaranjado vomita un mar de gente.
Visto como proceso de organización social autogestiva, parte de unas suposiciones interesantes. Cuando lo inicias no tienes ni idea de quién es la persona de enfrente, pero supones que estará en disposición de ayudarte a facilitar tu descenso. Esa persona, es cierto, tampoco es pura bondad y dulzura, al dejarte pasar, se ahorra los empujones o incluso se ahorra la corriente de chilangos que podría empujar fuera del vagón. Aquí tenemos un acto que es tanto a beneficio del individuo, como del colectivo; tanto egoísta como filantrópico. Parecería una especie de átomo de la ética, no porque sea la unidad mínima (que el átomo tampoco lo es en la física) sino porque conjunta dos fuerzas que han sido vistas históricamente como opuestas.
Para la otra suposición, brevemente pensemos en una situación donde las cosas sean más jerárquicas que el vagón del metro, un salón de clases, una misa, una junta de trabajo. ¿Te atreverías a tomar la palabra en en cualquier momento en cualquiera de ellos? ¿Te atreverías a organizar a la gente para cualquier cosa en mitas de a misa o de la clase? Salvo algunas excepciones, en esos espacios ya se tiene muy claro quién puede iniciar los procesos de organización y cuándo, por eso decimos que hay jerarquía. En el metro, lo único que necesitas es ser un pasajero y con eso basta para sentirte con derecho o sentirte autorizado a iniciar ese proceso de organización social, de lo interesante de la parte autogestiva, el vagón es realmente igualitario en ese sentido.
Creo que nos falta extender estas lógicas de policía cívica a muchas otras cosas, por ejemplo, dentro del mismo metro hemos logrado reservar el carril izquierdo de la escalera eléctrica para quienes suben con prisa, pero de tanto en tanto algún soperutano se queda parada bloquéandolo, pues allí deberíamos aplicar la misma de la tiendita o de "¿baja en la siguiente?" Y eso por hablar del metro, que deberíamos llevarlo bastante más lejos.
Estas acciones me gustan porque cada que alguien quiere explicar los problemas del país desde a "cultura" entendiendo por cultura que "los mexicanos somos muy malhechos" o "es que nos falta ser como en el primer mundo", bueno, yo viví un rato en el llamado primer mundo (y dudo que lo fuera) y nunca vi cosas así. En la cultura hay todo tipo de prácticas, unas malas, pero estas dan fe de que somos bien capaces de comprender lógicas de convivencia, de policía en el sentido bonito, en el sentido de que nuestros actos son los tabiques de la ciudad que queremos habitar.

martes, 14 de abril de 2020

Lo del principio va al final y al revés y todo al revés (Diario de cuarentena 3)

Ayer nos escribió la encargada de administrativo, es una mujer muy empática y amistosa. Del sureste, su acento parece lento, pero más bien es tranquilo como el de quien ha probado antes la prisa y ya no le halla mucho caso. Tiene una actitud con importantes toques maternos para con todo el personal del departamento, esos detalles que te dicen que alguien te tiene en aprecio, pasa a cada escritorio a saludarnos de tanto en tanto, trae comidas de su tierra para compartirnos y, dicho sea de paso, averigua todos los chismes de esta oficina y las demás.
Y ayer nos escribió para decirnos que a la señora que hace el aseo no le habían pagado. La señora que limpia la oficina es una persona de esas que son serias la mayor parte del tiempo, pero que cuando sonríen muestran una franqueza que probablemente han guardado desde la infancia. Tiene un cabello negro siempre amarrado en una gran trenza, que a la edad de ella, si no ha perdido el color tan profundo es porque así suele ser con las mujeres de la sierra entre Puebla y Oaxaca. Y en efecto, de allí viene, es mi paisana.
En el trabajo subcontratamos a una de esas grandes empiezas de limpieza que le dan overoles igualitos a sus empleados. Antes platicaba con ella cuando limpiaba mi área, pero luego cambió su rutina y ya casi no coincidimos, siempre me quedé con ganas de preguntarle si le daban prestaciones. Pero de lo importante sí llegamos a hablar, me contó de su familia - cosa que ya no contaré, porque tiene que haber una línea entre las licencias del narrador y la invasión a la privacidad. Baste decir que con el bajo salario que sé que tiene, ha hecho maravillas para que su hija termine la prepa.
Y, pues, no le depositaron. Así que la encargada de administrativo nos pidió una cooperación mientras el departamento correspondiente se ocupa del asunto. Deposité y condené en el guasap de la oficina la falta de empatía de esa empresa (debí ser ligeramente más explícito, algo sobre el tono  de jueputas, tienen contratos millonarios de limpieza, pagan una misera, mandaron a estas personas mayores a limpiar cuando todos ya estábamos en cuarentena y no quieren pagar una quincena) pero a veces la diplomacia prima.
En mi casa hay también una mujer que hace el aseo, viene una vez a la semana, pero desde hace dos le dijimos que no viniera. Le seguimos depositando su salario. Y lo que todo esto me lleva a pensar es ¿quién asumirá los costos?
Ya hemos visto que empresas como grupo Alsea decidieron deshacerse de algunos de sus empleados. Eso no quiere decir que la empresa no asuma ciertos costos, incluso están asumiendo pérdidas económicas. Pero la capacidad de una empresa para resistir estas pérdidas no se compara con la capacidad de las familias de las mujeres que trabajan en la limpieza. Es necesario hacer una nota, en esta crisis de salud, tomamos consciencia como nunca del papel que la higiene toma en la salud, la higiene corporal y la de los espacios, y entonces, todas estas personas casi siempre mujeres, que trabajan en la limpieza ¿no son de algún modo trabajadoras de la salud? 
Cuando estuve en Nueva York y trabajaba haciendo la limpieza para un gran corporativo hotelero, sobra decir, también éramos los de hasta abajo, los más desprotegidos. Cada noche cargábamos bolsas de basura que podían contener vidrios rotos que nos cortarían al tomarlas, bolsas que, en conjunto, deberían pesar cerca de media tonelada. Kilos y kilos de deshechos que cientos de gringos producían en una tarde de alcohol y risas y que ellos mismos no cargarían por la cantidad que cobrábamos nosotros. Las personas que proveen el principio de la salud, la higiene, ¿cómo pueden estar al final?
Mientras las empresas recortan esos gastos para garantizar que podrán volver al mercado, no hay garantía para estas mujeres y tantas otras personas en situaciones parecidas. Mientras que las tiendas cerradas, con sus muebles apilados y sus focos apagados no corren riesgo de enfermar; cuando las personas sin empleo enfermen, y casi podemos tener la certeza de que lo harán, serán sus familias - y el sistema de salud pública - quienes tendrán que responder. Mientras los espacios de las cafeterías será ocupados por alguien al reabrir, porque habrá bastantes que quieran trabajo, los espacios vacíos en las familias no se pueden volver a ocupar.
Al final el costo lo pagamos como sociedad, pero a algunos grupos se les cobra más caro. Esto no es un texto contra los empresarios, porque no son todos, y sí hay empresas que están asumiendo los costos de no despedir a nadie y así evitan transferir los costos más duros a la base social.
También tenemos ciertas redes que pueden ayudar a disminuir el impacto y habemos quienes tenemos la posibilidad de ser nodos que carguen más en esas redes y, en la medida en que tengamos un privilegio, es nuestra responsabilidad hacerlo. Pero incluso de ese modo, lo que podamos hacer no se compara lo que podríamos hacer con una red pública de seguridad social. Nos toca ir viendo cómo armarla, porque en un mundo cada vez más interconectado, esta pandemia no será la última. Si estamos conectados para enfermar, también tenemos que estarlo para resistir y para sanar.