Después de la nevada, el frío se relaja.
Y no es que sea menos frío: siguen las temperaturas congelantes. Sino que ya no lo acompaña el viento, que es en realidad su cruel capataz.
Después de la nevada, los sentidos se enfiestan.
Se puede ir a la calle a ver cómo sale el vaho de la boca, a sentir en tiempo real cómo se forman pequeños cristales de hielo en el mostacho, a mirar la nieve y alegrarse por su resplandor de guiños de algodón en el presente y a entristecerse de que mañana será reducida a una masa gris revuelta con basura.
Después de la nevada, los orígenes se manifiestan.
Se puede saber quién está más en costumbre con el clima del lugar. Están quienes salen a penas con una chamarra y quienes salen como momias con nada más que los ojos visibles. Pero, atención, que esto no quiere sencillamente decir que tengan más o menos tiempo aquí, porque hay quien llego hace veinte años desde Bangladesh y nunca terminará de acostumbrarse a una tierra que decide cambiar abruptamente entre los climas mas inclementes.
Después de la nevada, la vida nos alcanza.
Es fácil sentirse repentinamente bajo el asalto de las pequeñas impresiones de estar dentro de algún cuadro de los antiguos maestros Europeos, o en alguna escena de un filme para la pantalla grande, o del pasaje de alguna novela que se desarrolle en estas latitudes. Pero lo cierto es que conviene que estos breves asaltos se desvanezcan; el paisaje raramente se asemeja al de aquellas maravillosas tomas que han sido seleccionadas por los artistas para ser retratadas, la gente en las calles rara vez se está tan quieta o sigue trayectorias tan bien definidas. La nieve sí, está allí, y el frío, también, y del mismo modo el sutil y blanco brillo del neblinoso sol del invierno. Pero el desorden de la ciudad, de la vida diaria, nos recuerdan esa falta de ajuste entre nosotros y lo que se dice en las pantallas que deberíamos ser. Por eso está bien. Está bien porque abre paso a un sentimiento nuevo, mucho mas modesto y, en consecuencia, mucho más poderoso. Es el sentimiento que despierta al darse cuenta de que esa nevada, con su desorden, esa nevada que realmente nos arriesga a mojarnos los pies en un charco secreto de agua congelante, esa nevada que nos jode el día deteniendo el tránsito de los trenes, esa nevada, esa nevada es nuestra y viene a recordarnos que salimos para apropiarnos de la vida, para tomar un día más para nosotros mismos y alegrarnos porque no estamos nada más viviendo las historias de otros.
jueves, 31 de enero de 2019
lunes, 21 de enero de 2019
Vida de un Mexiyorker: La Gran Tienda del Distrito del Este
"I've known rivers,
I've known rivers ancient as the world
and older than the flow of human blood in human veins.
My soul has grown deep like the rivers."
- The Negro Speaks of Rivers, Langston Hughes
A unas calles de mi casa en Bed-Stuy hay una vieja casona que puede parecer abandonada, aunque aún se le notan algunas atenciones como la pintura ocasionalmente renovada, un único foco siempre encendido frente a la puerta principal o el pasto del jardín recortado como con la quijada de un burro. Pero la ventana rota y mal tapiada en el ático, la total clausura de las ventanas del primer piso, los fragmentos caídos de concreto y el crecimiento sin recortes de algunos arbustos, son los argumentos con los que la sensación de abandono domina la primera impresión que se tiene de esta casa.
El ojo más avispado notará la inscripción sobre el pórtico:
"1888-1988 EASTERN DISTRICT GRAND TENT #3
GRAND UNITED ORDER OF TENTS OF BROOKLYN"
La Gran Orden Unida de las Tiendas de Brooklyn. ¿Qué podría ser eso? ¿Por qué guarda unos resabios a secretos, a logia, a esoterismo como el de aquellos antiguo pitagóricos que se reunían para jugar con geometrías y números porque creían que el universo responde a unos principios trascendentales de belleza?
Mientras camino por otro barrio que frecuento, Morningside Heights, me pregunto si hay noches en las que algunas personas se escabullen silenciosamente por McDonough Street y entran por esa puerta con un número 87 para sostener alguna reunión a la luz de las velas y entre susurros para no levantar las sospechas de los vecinos. ¿Será una conspiración? Y pienso en la iglesia de la Profesa, en la esquina de Francisco I Madero con Isabel la Católica, donde en alguna ocasión los altos mandos del clero mexicano conspiraron la caída del último gran caudillo de la Independecia, Vicente Guerrero, un negro, un afromexicano, un mestizo, que se jugó la vida por el hartazgo y el dolor de sus antepasados y su gente.
Tras andar un par de calles más, llego al lugar en el que algunos amigos de la universidad me dieron cita, un restaurante de ensaldas y otras porquerías orgánicas. Es un lugar como cualquier otro en esta zona (rica) de la ciudad. Muy bien arreglado, tiene un área de mesas para el consumo y una barra tras de la cual los empleados agregan los ingredientes que solicites en tu ensalada. Del mismo modos que los otros comercios en esta parte de la ciudad, tiene una línea invisible que nunca ha dejado de llamarme la atención: la línea Ying Yang. De un lado de la línea, el de la cocina y los empleados, todos son negros, salvo por ese puntito blanco que es el gerente. Del otro lado, del lado de los clientes, todos son blancos, salvo por un estudiante de intercambio que está haciendo la fila. Tal como aquel antiguo símbolo del equilibrio. La línea Ying Yang es particularmente presente en las zonas ricas de Manhattan - el epicentro de los blancos y los ricos y Wall Street, representando, en este caso, el total desequilibrio. Aunque en otras zonas de las ciudad se hace más frecuente tener gente de distintos colores de ambos lados del mostrador, aquí siguen siendo los primos norteños de Guerrero los que prestan servicios por un menor ingreso.
Como me niego a consumir en locales donde te venden la idea falsa de ser saludable por ser un comehojas, espero a mis amigos mirando mi celular. Navegador -> Google -> Grand United Order of Tents. Hay bastantes resultados. Sí hubo algo de conspiración involucrada en esto, pero no como aquella de la Profesa. La Orden fue organizada por dos ex esclavas, Annetta M Lane y Harriett R Taylor, para ofrecer techo, alimentación y cuidados a personas que no estuvieran en posibilidades de obtenerlos por sí mismas. Dato curioso, es la orden de las "Tiendas" en honor a las improvisadas tiendas de campaña que utilizaban los esclavos en el Ferrocarril Subterráneo (Undeground Railroad), que, no, no es un sistema de metro - como yo pensé la primera vez que estuché sobre él - sino que fue una red secreta de lugares donde se daba asilo a esclavos que escapaban de las plantaciones. Y a veces, mientras intentaban alcanzar alguno de estos lugares, pasaban las noches en bosques o campos improvisando tiendas. Claro que una vez libres, se hallaban sin techo, sin dinero, sin ningún tipo de propiedad o título escolar que les siriviera para incorporarse a un trabajo de remuneración mayor. Entonces personas como las Hermanas (Sisters) de la Gran Orden Unida de las Tiendas, les ofrecían apoyo para superar los efectos de una sociedad que realmente no tomaba acciones serias para acabar con el sistema mismo de esclavitud.
Mis amigos regresan de la barra con sus horrorosas ensaldas y salimos del local. Caminamos de vuelta a la escuela, Columbia University. Voy mirando por los cristales las líneas Ying Yang de todos los comercios en la zona de esa universidad que fue fundada por ingleses propietarios de esclavos, misma que hoy por hoy maquilla el hecho de que a penas el 5.4% de sus estudiantes son negros, alegando en su sitio web que el 50% de los estudiantes de licenciatura son "de color". El problema es que en la categoría "de color" entramos los latinos, entran los indios, los vietnamitas, los indígenas, etc. Y cuando cuentas a los negros, cuantas - con más probabilidad - a los descendientes de los esclavos, cuentas así el progreso en reparar los daños de una gente que fue secuestrada de sus familias, país y continente para morir trabajando. Pero con esa treta de color, le dan la vuelta a la cifra pura y dura que indica que en esta parte de la ciudad las cosas han cambiado un 5.4% + Ying Yang desde los años de Abraham Lincoln.
En esa universidad un profesor gana $119,000 USD al año ($118,400 pesos al mes) y un estudiante de licenciatura paga $74,199 USD anuales ($117,480 pesos al mes). Mientras tanto en mi barrio se deteriora la casa de la Gran Orden de las Tiendas que Annetta y Harriett - que sin problemas habrían gritado en la parroquia de Dolores ¡Muera el mal gobierno! - fundaron para ayudar a los que durante siglos se rompieron la espalda llevando las cargas de los fundadores de la universidad.
Por eso el Nueva York del que yo me llevaré un cachito de vuelta para las ultra chingonas tierras de Chilangolandia y Pipopetlan, es el Nueva York de las Sisters de Annetta y Harriett, que tal vez sí eran como aquellos pitagóricos que se reunían porque creían que el universo responde a unos principios fundamentales de belleza, la belleza de extender una mano por la justicia.
*Vida de un Mexiyorker cuenta historias basadas en las experiencias de este gato de biblioteca al pasar unos años viviendo en la gran manzana.
lunes, 1 de octubre de 2018
Lo que no nos pertenece
Pos me encontré esto en FB y me puse a pensar. Es la barda de la catedral de Puebla - mi ciudad que fue fundada por religiosos españoles para restarle poder a la vecina ciudad náhuatl de Tlaxcala, que no podían invadir descaradamente por ser un señorío aliado, pero cuyo éxito no podían tolerar - y que tiene esa pinta tras una de las recientes marchas demandando la despenalización del aborto entre otras cosas. La nota a la derecha dice "Exiges respeto, pides decidir sobre tu cuerpo, quieres nueva ley del aborto... PERO VANDALIZAS LO QUE NO TE PERTENECE, ¿ASI COMO? *Carita enojada para que se entienda el tono del mensaje*"
Los seres humanos tenemos una larga historia de meternos con lo que no nos pertenece. Dos ejemplos, uno reciente y otro menos reciente, pero importante.
El ex gobernador de Veracruz, Javier Duarte, perpetuó el cáncer de cientos de niños veracruzanos para poder meterse unos millones de pesos en el bolsillo, metiéndose con lo que no le pertenece: la salud y el dinero del pueblo. Más tarde, el sistema judicial mexicano lo condenó a pagar 58 mil pesos a cuenta de sus robos por miles de millones, metiéndose con algo que no les pertenece: la justicia de la nación.
La iglesia católica apostólica romana, por otro ejemplo, llegó hace quinientos años y obligó a pueblos enteros a "convertirse" a punta de espada y llamarada, a olvidar sus lenguas, a negar su fe, a hacer caso omiso de la violaciones cometidas contra mujeres y niños en los rincones ocultos de las parroquias, a ceder sus tierras para construir iglesias que nadie pidió, a ver la tortura inquisitorial como algo normal, a pagar tributo para que el papa pudiera pagar sus putas y banquetes, a vestir de oro las imágenes de cartón y las estatuas de santas hechas a imagen y semejanza de las amantes de los artistas, por mencionar algunas pocas de sus múltiples formas de meterse con los habitantes de mesoamérica que nunca le enviaron solicitud de amistad al obispo de Roma. Además, claro, de darle el espaldarazo a los ejércitos que cometieron estas faltas a título de los buenos reyes católicos, esos próceres de la humanidad que sólo querían dinero y poder, y de los mercaderes que se adueñaron de los procesos de colonización, otros ángeles que no aspiraban a nada por encima de la riqueza y la posesión. Papas, reyes, soldados y mercaderes, los Nelson Mandela y Mahatma Gandhi del renacimiento. Falta agregar que no sólo nunca ha habido una disculpa por esto, sino que menos aún ha habido un gesto o intención dirigidos a restituir a los herederos de los vencidos por los daños causados.
Teniendo esto en mente, me parece que si quienes hicieron esa pinta para reclamar el derecho al aborto - asumiendo, claro, que no la hayan hecho porros del gobierno para desacreditar al movimiento - de verdad hubieran querido "vandalizar", habrían podido meterse hasta la cocina, entrar a catedral, romper las vírgenes, grafitear los óleos y tallar vulvas en los asientos del coro (cosa que en el fondo complacería a los padrecitos). Pero no hicieron nada de eso. Admito que si lo hubieran hecho, ese lado mío que es magodeozesco y que disfruta cantar la "fiesta pagana", habría gozado de lo lindo, pero, al final, incluso este lado mío - como los autores de la canción y de la pinta - entiende que no debemos comportarnos como si fuéramos la iglesia católica o los gobernantes de México, que debemos colocarnos en un escaño moral superior.
Ahora, este escaño superior no es el de "no meterse con nadie", porque cuando se meten contigo, pues que se chinguen, muera el mal gobierno. El asunto es meterse con el otro, incluso meterse con lo que no nos pertenece, pero meterse del modo correcto. Y un modo correcto de meterse, es el modo simbólico. No vamos a tomar tus tierras, no vamos a destrozar tu teocalli, no te vamos a forzar a que me llames dios, no te vamos a cambiar la quimioterapia por agüita con sal, no vamos a mandar al batallón olimpia ni a los halcones a que te coopten el derecho a respirar. Vamos a pintar de moradito la barda exterior de uno de los símbolo de tu poder y riqueza excesivos. ¡Puta! Qué malos somos, ni Hitler lo habría pensado así. Stalin y sus campos de concentración de Siberia, y la masacre de Rwanda parecen meros pleitos infantiles al lado de esa pinta que ocupa unos veinte centímetros cuadrados de los cientos de metros de superficie que tiene la catedral.
No vamos a tomar lo que no nos pertenece, pero vamos a cuestionarlo colocándole nuestros símbolos en la capa de hasta afuera. Bai de güei, ¿para qué necesitaría la catedral una reja y un muro exterior si no guardara más bienes y poder de los que le reparte a su pueblo?
Yo lo digo primero, el día que la iglesia mexicana le pague a cada mujer un muro portátil como el de sus catedrales, para protegerlas del acoso y las violaciones, yo voy a ir a grafitear sus muros también. Pero mientras eso no pase y los muros estén donde no tienen que estar, defenderé sus pintas.
More over, la realidad es que sí nos pertenece. Esas piedras, la mano de obra que las puso una sobre otra, la tierra de la que salieron, los impuestos con los que se "pagó" el trabajo, el terreno junto al zócalo y demás, nunca les han pertenecido a los curitas. ¿Quién me dice qué trabajo hicieron para merecerlo, además de la ya mentada justificación de la conquista? Esta gente asienta sus derechos en violencia cometida hace quinientos años, todavía dijeran que en el último siglo ayudaron a la reforma agraria y la producción de nuevas vacunas, diríamos "bueno, se están redimiendo" pero más allá de la producción de curas pederastas y la pérdida de feligresía ante los grupos cristianos, su mayor logro sigue siendo un crimen de cinco siglos de antigüedad. Recordando que algunos de mis antepasados fueron mineros en San Luis Potosí, donde morían apenas llegar a la madurez en túneles oscuros, inhalando el polvo de roca, asfixiándose en inundaciones o quemándose en explosiones para que políticos y obispos pudieran tener cubiertos de plata, pienso que estamos vandalizando lo que sí nos pertenece.
Ya en últimas, una cosa no tiene nada que ver con la otra. Imagínense a un padre de familia que le dice a su hijo "quieres que te lleve al médico, pero pintaste la pared con crayones ¿así cómo?" Y entonces en un acto de justicia divina, ese padre no lleva a su hijo al médico para que el escuincle aprenda a respetar lo que no le pertence, y la pulmonía que le vino luego, pues él se la buscó. ¡Niño idiota! Nel. Si un derecho es un derecho, lo es independientemente de ninguna otra cosa.
A mí me gusta la remodelación que le hicieron a mi catedral que mis antepasados han pagado por siglos. De hecho me gustaría que me pasen el número de las decoradoras, estoy considerando pintarla toda de morado con siluetas blancas de sacerdotes en el Mictlampa, ensartados como en un tropo de pastor y con unas calaveras a la Posada cortándoles pedacitos para servir tacos.
(Nota: claro que esos sacerdotes que van de de las Casas y Sahagún hasta Solalinde y los teólogos de la liberación tienen salvoconducto.)
Hay cosas en esta vida que no nos pertenecen y que no deberíamos tocar, como el bienestar físico y emocional de otras personas y los objetos materiales directamente asociados a este bienestar, los medios de producción alimentaria o los recursos naturales, por ejemplo. Pero las paredes, en especial las que pagamos con años de imposición autoritaria, son nuestras incluso para el malvadísimo acto de escribir. ¡Qué horror! Gente que cuando quiere hacer algo 'malo', escribe. En la historia de la violencia hay un lugar para aquel narco que disolvía a la gente en tambos con ácido y después de él, hay otro para quienes ponen palabras por la ciudad. Ñoños de satanás. Aunque en realidad no me sorprende que haya a quienes les horrorice, después de todo, si esa misma iglesia tuvo las letras por siglos y nunca las enseñó, fue por algo.
Eso es lo que sí nos pertenece, el lenguaje y la irreverencia de usarlo en el modo que no quieren que se use; la capacidad de meternos bajo su piel con tantita pintura morada y demostrar que sus espíritus son tan frágiles que con el rociar de un aerosol de tambalean.
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