miércoles, 18 de enero de 2017

De girar y detenerse para saber qué hacer

- Así anunciamos a la ciudadanía, que nuestra estrategia de gobierno cambiará en un giro de 360º.
- Ah, qué pendejo es el gobernador, era un giro de 180º, se ve que ni la primaria acabó.
 
Es una escena más o menos frecuente en nuestro país. Alguien utiliza esa metáfora trigonométrica sobre el rumbo que se toma en las acciones diarias, dice 360º y de inmediato le corrigen. ¿Alguien se sabe la historia del burro que tocó la flauta? Yo no, si la saben, cuéntenla; pero sí sé que se usa como metáfora para hablar de alguien que desde su ignorancia dio con la respuesta correcta. Y el asunto es que creo que eso del giro de los 360º es un involuntario acierto.
¿Y ora de cuál se fumó el Tozic? Se preguntarán quienes, como yo en el pasado, han hecho la pitagórica corrección de que eran ciento ochenta. Veamos primero, ¿por qué la corrección? ¿Por qué está mal decir que 360º? Pues porque 360º es un círculo completo, es quedar en el mismo lugar. Pues sí, es quedar en el mismo lugar y justo por eso puede ser buena idea. Pero voy poniéndole contexto al asunto para ver si hace sentido.
Empiezo con dos ejemplos que seguro son cercanos a la experiencia de la mayoría. Una mamá o papá que consiente en exceso, que no exige ningún esfuerzo, que facilita en demasía, esa gente de ‘no le hablen fuerte a mi criatura porque le bajan la autoestima’. Y el asunto es que terminan por criar unos vaguitos incapaces de ver por sí mismos o poner manos a la obra ni en su propio beneficio. ¿Mejorarían estos padres con un giro de 180º?
El segundo caso es el de los que ponen la vara bien alta, que si en la boleta llevas algo abajo de diez, llevaste un cinco, los que van con todo el rigor porque ‘hay que formarle el carácter’. Y no es extraño que sus vástagos o bien sean incapaces de gozar la vida por el resto de su existencia, o vivan en secreto desmanes dignos de hijo de político mexicano.
Pues cada ejemplo está a 180º del otro y ninguno supone una mejoría sustancial. Si el error del gobernador fue no saber trigonometría, el error de quienes lo hemos corregido es simplificar las cosas. Rara vez hacer lo contrario a lo que hacíamos es la mejor opción, si acaso es pura necedad. 
Aquí pueden detenerme y decir ‘pero, Tozic, es sólo una expresión, no quiere decir que sean literalmente 180º, es figurado, por decir un cambio radical, un cambio profundo en el modo de hacer las cosas.’ Y justo por eso tengo que insistir. Si se trata de un cambio profundo en el modo de hacer las cosas, se trata de un cambio que requiere un esfuerzo a largo plazo. Como estos cambios requieren más que hacer lo meramente opuesto, requieren unos ajustes muy finos, requiere probar, fallar y corregir, pues no se hacen de un día pal otro. Es mejor tomarlos con la calma que sea posible y planearlos antes de actuar. Aquí está lo verdaderamente radical en el mundo contemporáneo, tomarse un tiempo para no hacer, quedar sin actividad física, pararse a pensar antes de actuar, detenerse a hacer con la cabeza.
Normalmente el contexto en que los líderesmexicanosquenoacabrontrigonometríauno dicen su chistecito es cuando están diciendo que todo ha salido mal, pero que ahora sí van a actuar de modo diferente para que salgan bien las cosas. Responden a la urgencia de demostrar que están haciendo algo para que la opinión pública no los tache de huevones. Yo les agradecería que de hecho sí dieran el giro de trescientos sesenta grados, esto es, que se detengan, dejen de avanzar, se conviertan en ese punto estático que es el centro del círculo y giren. Giren toda la circunferencia, vean todo a su alrededor, pasen por cada rumbo posible y ¡no lo tomen! No lo tomen hasta que hayan visto los demás, que regresen al punto de partida. Por esto en trigonometría se distingue 0º de 360º, aunque parezca la misma posición, 0º es no moverse, 360º es haberlo recorrido todo.



Luego de eso ya se puede decidir, volver a andar y corregir la ruta teniendo idea de qué guardan las diferentes opciones, en lugar de nomás jalar pa cualquier otro lado.

lunes, 16 de enero de 2017

Problemas de ciudad

La mañana es fría, pero el sol brillante quema y te obliga a entrecerrar los ojos al reflejarse en todo, incluso en el negro del asfalto. El viento sopla suave, sin prisas, porque sabe que le basta con apenas acariciarte las manos para que el frío te perfore. Algún motor ruge en la bocacalle a tu espalda, a su sonido sólo lo supera el del reguetón que el conductor dominicano decidió compartir con toda la ciudad. Algo metálico rechina arrastrándose y luego golpetea girando torpemente, vuelve a rechinar al arrastrarse y vuelve a golpetear: un autobús va empujando un bote de basura por la avenida, a ratos se engancha con la defensa y a ratos rueda. Un aroma agridulce y cálido se cuela por tus fosas nasales, es pollo frito con salsa de piña.
El sol se oculta tras una nube, por fin puedes abrir los ojos, tus párpados ya se cansaban y tú comenzabas a notar que son músculos que hacen esfuerzo y se agotan como cualquier otro. El viento cede justo cuando acababas de meter las manos en los bolsillos de la chamarra. El dominicano del reguetón acelera justo con la luz verde. El bote de basura rueda hacia un lado, librándose del camión y bajando por la avenida en dirección al cruce de la calle 185. El viejo que está a tu derecha en la misma banca de la parada de autobús te toca el hombro y te pide que abras por él la bolsa de salsa picante para su pollo frito, te explica que sus dientes son débiles y que con los dedos no basta para romper el plástico.


Lo intentas con los dedos y en efecto no basta. La bolsa de salsa huele al agridulce que le impregnaron los dedos con los que el viejo ha estado comiendo el pollo en un plato de unicel. Lo cierto es que no quieres introducir la bolsa en tu boca por no introducir algo que pasó por los dedos con comida, con saliva, con el aliento de un desconocido, pero eres amable, así que lo haces. Te agradece y sus dedos con olor agridulce vuelven a concentrarse en el pollo. El olor te queda en la boca, impregnado como en la pared posterior de la garganta donde por más que carraspeas o respiras de la bufanda recién lavada, resulta inalcanzable. O tal vez el olor no está en realidad allí, tal vez es sólo tu lado oscuro fingiéndolo para arruinar tu buena acción por el resto del día con esa sensación de tener la boca llena con la comida agridulce de los dedos con saliva y aliento de un desconocido. Llega el camión, vas a la oficina.
El sabor a pollo agridulce no te abandonó en todo el día: el agua fue pollo agridulce, el sándwich de jamón fue pollo agridulce y el café fue pollo agridulce. Cada anciano en tu camino era potencialmente alguien que te pediría que abrieras un empaque de comida por él, petición a la que no podrías negarte, así que los evitabas si los veías venir.
Mientras el autobús te lleva a la misma parada del desdichado suceso por la mañana, recuerdas el local de pizza que está a una cuadra de allí. Es una pizza tan buena que debería ser capaz de sobrescribir tu obsesión por el sabor a pollo agridulce. Te bajas en la parada, caminas la cuadra de distancia y te detienes en la esquina para a cruzar la calle, pues el local está en la otra acera. Mientras esperas a que el semáforo detenga el tránsito, un problema se hace presente, y es que sólo queda una rebanada de pizza en la vitrina. Ya es tarde, sabes que no van a preparar más, es la última rebanada del día. Esto es un problema, porque la adolescente que está a tu izquierda mira en la misma dirección; podría ser casualidad que mire en esa dirección, pero hoy por la mañana fuiste atacado por la luz del sol, el frío del invierno, el viento y el pollo agridulce de un anciano, es completamente sensato que esa adolescente sea un riesgo para tu única posibilidad de deshacerte del mal sabor de boca.
En automático tus pupilas se dilatan, tus oídos se afinan, tu corazón bombea grandes cantidades de sangre y lo notas en tu carótida que se expande cada vez más, tus pulmones comienzan a trabajar al ciento veinte porciento de su capacidad. Es el sistema nervioso simpático, lo estudiaste en sexto de primaria, le ha ayudado a sobrevivir a tus ancestros y ahora puede ayudarte a ti, especialmente porque tu competidora no se ha percatado de que van por la misma presa.
Confías en tu cuerpo, claramente está comprometido con la causa, ahora necesitas una estrategia. Debes usar el clima a tu favor, llovió hace poco y hay un charco enorme junto a la banqueta, si te colocas de manera adecuada, ella tendrá que pasar detrás de ti o bien rodearte porque el charco le bloqueará la vía más corta. En cuanto emprendas la marcha, debes cruzar directo hacia la pizzería que está casi a un tercio de la cuadra y olvidarte del paso peatonal. Tendrás, sin embargo, que regular tu velocidad: tan rápido como para llegar antes que ella, pero no tanto como para que sospeche lo que sucede, que al cabo, como dijo algún filósofo chino, la guerra es el arte del engaño.
Pero hay una cosa más, si cruzaras antes de que el semáforo marque el rojo, tendrías la definitiva ventaja. No lo piensas dos veces y te arrojas. Primer paso, miras de reojo para ver si no habrá adivinado tu plan. Parece que no, sigues con seguridad. Segundo paso, casi has cruzado el primer carril. Segundo paso y medio, trastabillas porque, no te habías dado cuenta, viene un taxi en el segundo carril. Tercer paso bruscamente desviado hacia un lado, te detienes justo antes de la línea que separa el carril y esquivas el taxi mereciendo un ¡ole! de un público que no te lo reconoce. Cuarto paso, es hacia atrás, estás perdiendo el equilibrio. Quinto paso, es también hacia atrás y acelerado: viene otro auto, ahora sobre el primer carril al que volviste. Sexto paso hacia atrás, luego tus pies se levantan en el aire. Séptimo paso, si se le puede llamar así, es con tu trasero sobre el charco; algo brusco, sí, pero te saca del camino del automóvil.
Podría parecer que has vuelto al punto de inicio y en peores condiciones, pero si lo ves por una arista más optimista, es el engaño perfecto. Ahora, menos que nunca, sospecha ella de tu plan. Así que te pones en pie justo con el cambio de luz del semáforo y ejecutas tal como estaba programado. Éxito. Cuando abres la puerta del local, ella está a penas alcanzando la otra acera. Te diriges al mostrador.
Hola, una rebanada, por favor.
Una disculpa, se la quedo a deber, porque es para la señorita.
El local está vacío, no comprendes de cuál señorita habla. El pizzero nota tu desconcierto y explica.
Ella, esa señorita que va entrando.
Es la adolescente a la que derrotaste con tu magna estrategia de cruce de calle. Su cabello corto y azul, sus ojos con forma de almendra fuertemente delineados, sus labios morados o negros, la delgada gargantilla de aros, el gorro con orejas de gato. Es la misma. Se acerca al mostrador y le entregan esa, la última, tu última, rebanada de pizza. Algo más nota el pizzero en tu expresión que vuelve a explicar.
La señorita ya había pagado, pero mientras se calentaba la rebanada fue por un refresco, porque a nosotros ya se nos terminaron.
Ahora ‘la señorita’ te mira. Puedes ver la sinapsis de sus neuronas. Ha conectado tu prisa por cruzar la calle, tu caída en el charco, con la mísera intención de una persona que parece adulta de ganarle una rebanada de pizza a una adolescente. Te ha derrotado sin siquiera combatir, te ha derrotado haciéndote movilizar todas tus energías y estrategias en vano, ahora te derrota al descubrir tu infantil engaño. Pero al parecer es una buena triunfadora y mientras sale del local te sonríe amablemente, sin altanerías de vencedora. Lo cierto es que eso sólo te irrita más.
Oiga, pero fíjese, todavía nos queda una empanada de atún, si quiere.
Aceptas la oferta, algo es algo, dijo el diablo, y cargó con un obispo. Pagas, te entregan la empanada. El olor a atún es demasiado fuerte, si no fuera porque quieres deshacerte del sabor a pollo agridulce, la considerarías repulsiva. Ese fuerte olor de atún te da una idea, entra en acción el sistema simpático. Alcanzas un sobrecito amarillo de salsa picante, abres la empanada por la mitad, sumerges los dedos en el relleno y los impregnas de atún, luego los embarras en toda la superficie del sobre para que adquiera las propiedades atuníferas del relleno. Sales corriendo con la empanada abierta en una mano y el sobre cerrado en la otra, alcanzas a la señorita adolescente en la siguiente esquina y la llamas.
Disculpa, disculpa. ¿Me podrás ayudar a abrir el sobre? Es que con los dedos no se puede y tengo un dolor de muelas que no puedo morderlo.
Te dice que sí, te da el plato con su rebanada de pizza para que lo sostengas mientras toma el sobre de salsa. Comienzas a saborear la venganza. Te quitó la rebanada de pizza, pero ahora pasará la noche con el sabor de boca a empanada de atún con dedos, saliva y aliento de un desconocido. Maquiavelo estaría orgulloso de ti. La señorita adolescente mete la mano a su bolsillo, jala una cadena de metal, al extremo de la cadena hay un llavero y una navaja suiza. Tu sistema parasimpático se desactiva, temes lo peor. Ella alcanza la navaja y saca unas tijeras, corta una esquina del sobre de salsa que luego coloca entre tu mano y la empanada. De esa misma mano toma tu servilleta, se limpia los residuos de aceite atunoso que le dejó el sobre, toma de tu otra mano su plato con la rebanada de pizza, da la media vuelta y se va. Jaque mate, estás ante una profesional

domingo, 15 de enero de 2017

México FC

Veo series dramaticonas futboleras. Bueno, sólo el Club de cuervos, creo que no hay muchas otras. El punto es que después de una temporada de verla nada más que por el placer de verla, me va pareciendo que presenta una buena analogía con la vida política nacional.
La serie presenta un equipo mexicano de fútbol, léase las instituciones del país. Fue fundado por un señor que los espectadores contemporáneos a penas alcanzan a ver un ratito al principio de la serie antes de que cuelgue los tenis. Lo que se nos cuenta de ese señor, y parece bastante cierto, es que levantó a su equipo y a sus empresas en base a (espero reclamos) trabajar un resto, ser medido en sus gastos y pensar antes de actuar, se lo ganó todo a pulso, pues. Recuerda a esos fundadores de las instituciones del país con los que, aún si no se está de acuerdo y aún si eran unos machines hechos y derechos, se tiene que admitir que trabajaron un chingo y que fueron tan inteligentes como el momento lo requería, Vasconcelos, Gamio, Cárdenas – probablemente más el primero que el segundo – Silva Herzog, Fabela, Bodet, Gómez Morín, etc.
Pero la situación actual del club – una nación con suficientes recursos, medianamente bien posicionada y con no pocos problemas – es que el liderazgo ya no está en manos de ese señor postrevolucionario que sabía lo que es el esfuerzo. Al liderazgo ahora se llega por la herencia y el vínculo de sangre (ver figura 1), lo que reduce la posibilidad de presidencia al hijo o la hija. El hijo dirige el club como lo que es, un mirrey desobligado, un niño bonito delirios de grandeza, ninguna noción de lo que necesita un equipo para jugar y el egoísmo suficiente para actuar contra el equipo si su gloria va en ello… también tiene un copete ridículo. En otro momento la hija dirige el club de otro modo, ciertamente más inteligente en el sentido de la estrategia, planea qué va a hacer y toma los pasos necesarios para obtener lo que quiere, se obsesiona por controlar cada detalle de la vida del equipo y exige resultados so pena de castigo, no tolera la protesta por más razón que esta tenga e ignora toda necesidad real – material o afectiva – de la gente a la que dirige (cualquier parecido con toda la vieja guardia del PRI ¿es mera coincidencia?). Igual vemos a estos herederos que crecieron ajenos a las condiciones de la cancha, acostumbrados a resolver todo con una orden o con dinero y a disfrutar los frutos del trabajo que no hacen.
Debajo de esta aristocracia hay un breve grupo  de gente comprometida, dedicada y, sobre todo, consciente de lo que un equipo necesita. Estos sucesivos entrenadores y directores técnicos sobrellevan los desplantes del liderazgo, arreglan sus desbarajustes, aconsejan sus oídos sordos, median entre ellos y los jugadores, en suma, demuestran capacidad, pero están impedidos de tomar las decisiones fundamentales porque no nacieron con el apellido adecuado – ya me perdí, ¿estoy hablando de un equipo de fútbol, de una república o de una monarquía? – frecuentemente sus esfuerzos son apenas suficientes para mantener el asunto a flote porque a cada acierto de ellos, los herederos destrozan algo más en una riña interna por el poder. Al final muchas de estas personas dedicadas se ven forzadas a elegir entre participar de la caída del equipo al que quieren o cambiarse de equipo para tener la oportunidad de hacer las cosas bien.
Ni he terminado las temporadas disponibles ni la historia ha terminado en ellas, así que no sé cómo va a parar el asunto. Calculo, por el modo en que suelen escribirse estas historias y por el hecho de que la producción de la serie ha procurado que otorguemos nuestras simpatías al par de herederos a pesar de sus desmanes – como si la productora fuera una televisora oficial – que el mejor desenlace posible parece estar en una reconciliación de sus egos, el reconocimiento de aquello que siempre les dijeron sus buenos consejeros y la nueva oportunidad para el equipo. Así suelen terminar estas historias y tal vez sea un buen final para la historia de una familia que tiene un equipo de fútbol, no lo sé. Pero aquí se rompe la analogía, en ese reino de la dirección nacional necesitamos parar las herencias, garantizar que estas personas que saben, pueden y quieren lleguen a la presidencia y dirección y consejos, justamente por no tener el linaje, como ocurrió en aquellos principios del siglo XX donde las cosas se movieron, que lleguen por aquello que se prueban capaces de hacer. Y tal vez esto también sería un buen final para una serie sobre una familia que no pudo llevar la dirección de un equipo de fútbol, nomás para que empecemos a contar historia diferentes sobre lo que puede suceder en México.

Figura 1
Imagen tomada del libro "Lazos de familia" de Francisco Cruz y Jorge Toribio Montiel