jueves, 31 de mayo de 2018

Días de voto I

Jueves por la mañana. Te levantas, desayunas, miras melancólicamente por la ventana hacia la lluvia de Nueva York - que es la misma lluvia que la de cualquier otro lado, pero sale en más fotos - tomas tu paquete electoral y, con el dolor de tu corazón, eliges al que parecer ser el nopal con espinas más cortas. Acto seguido te disculpas con el águila, famélica visión que estaría desnutrida aún si fuera codorniz, y con la serpiente, que ya se parece más a la versión bíblica que a su ancestral Quetzalcóatl.
Comienzas a seguir el instructivo. Hay que doblar las boletas, pero ¿cómo? El instructivo dice que en cuartos, primero a la mitad por lo largo y luego la otra mitad por lo ancho; pero dos de las boletas dicen que las dobles en tercios por lo ancho, como tríptico, y otra boleta dice que en cuartos por lo ancho, como cuadríptico(?). Eliges las formas de tríptico y cuadríptico porque dejarían a los boletas justo con la forma de los sobres pequeños en los cuales las tienes que colocar. Hay tres sobres pequeños, uno gris para diputaciones, uno café para presidencia y uno crema para gubernatura - es gubernatura y no jefatura de gobierno, porque diez años en la capital no te quitaron lo cholulteca y su daño colateral, lo poblano; prefieres votar en conjunto con gente que entiende que las quesadillas llevan queso por definición, que hacerle el caldo gordo a los salvajes que acabaron con el lago de Texcoco.
Ahora, sigue el instructivo, colocar los tres sobre pequeños en el sobre mediano que tiene colocada la guía postal. Miras el sobre mediano y no tiene colocada ninguna guía postal, de hecho tiene impreso un letrero que indica "pegue aquí la guía de mensajería incluida en el interior". Miras al interior y no hay ninguna guía de mensajería. Y exclamas, como aquel líder yaqui cuando vio venir a los españoles, ¿ora qué chingáos?
Vuelves al principio del instructivo. Contenido del paquete electoral postal: Tres boletas (presente), tres sobres pequeños (presente), un sobre mediano con guía postal de regreso (presente, pero no trae el uniforme completo). Miras al salón y notas algo raro ¿quién es ese niño grandulón del fondo? (Hay otro sobre más grande que todos.) No está en la lista, pero trae el uniforme (ese sobre sí trae la guía postal, pero el instructivo no lo menciona.) Una cosa es clara, el sobre grande es el que importa, porque tiene la guía. La cuestión es si utilizar o no utilizar el sobre mediano que debería tener la guía, pero no la trae. ¡El instructivo no ayuda! Hay, pues, que hablar con el papá y ver qué procede hacer con cada niño y por qué uno trae el uniforme del otro.
El número de teléfono viene al final del instructivo. Te preguntas si te van a contestar, no es cuestión de prejuicio, pero luego estos padres son medio INEptos. El papá se llama algo así como Isaac, podría grabar mi llamada por motivos de calidad, tiene tono de aburrimiento, insiste en decir New York cuando yo digo Nueva Yor y es muy cortés. Me dice lo obvio: los sobres chicos van en el mediano y el mediano va en el grande y el grande va en la bolsa postal y la bolsa postal va en el camión y luego en el avión y el avión va en la pista del futuro viejo aeropuerto y la pista se va a la mierda en cuanto esté listo en nuevo aeropuerto y el nuevo aeropuerto va al bolsillo de alguno de los nombres en la boleta electoral.
Haces el juego de las matrushkas-sobres y se termina el emocionante proceso de votar desde el extranjero. Mientras te preparas para salir hacia la oficina postal, sabes que quieres quejarte de algo, del instructivo. ¿No pueden coordinarse en cómo se dobla la boleta ni en cuántos sobres van a mandar o a cuál le van a poner la guía? "Es como la democracia misma" piensas al final, el instructivo dice una cosa, pero lo que tienes en frente es otra distinta. Lo que queda es pensar sobre lo que se tiene enfrente y desconfiar de lo que te dicen que hagas.
Antes de salir a la calle, ves al águila y a la serpiente jugueteando, y piensas que fuiste muy duro al juzgar. Tal vez no parezcan tan grandes como el águila que volotea sobre estas tierras por las que ahora caminas, pero tampoco se meten esteroides ni le roban la torta a los demás en el recreo. Salir del cascarón les ha costado y seguirá costando, pero nunca han sido del tipo que se rinde.




jueves, 3 de mayo de 2018

Si tuviera un nombre

I. Definiciones operativas
Nuestra rabia no es por colocar un manifiesto partidista en cada pupitre,
nuestra rabia no es por la propiedad de los medios de producción.
Nuestra rabia es por colocar un alguien en los brazos de cada alguien más,
nuestra rabia es por la propiedad del derecho a la vida
    y a mirarnos en los ojos un corazón palpitante que se vea como manos tomadas,
    como sonrisas inolvidables,
    como hijas, como hermanos, como primas, como padres, como abuelas, como tíos
    que nunca se han perdido, que siempre se sabe que están.
Nuestra rabia es porque hay regazos que merecen una cabeza a la que soportar,
    no una orden de deportación,
    no un teléfono ansioso por esperar noticias improbables.
Nuestra rabia es el nombre de la esperanza cuando se indigna.
Y nuestra esperanza son unas ganas viejas - por sabias - una herencia centenaria,
    de probar que siempre supimos que la vida es un tacto,
    es unas palabras,
    es unas respiraciones sincronizadas con alguien que elegimos para corresponder.
    Ganas de dar fe de que no hay grandeza ni triunfo en los certificados,
    en los muchos ceros,
    en los aplausos
    o en las pantallas, salvo que estas nos muestren un rostro que sabemos cómo acariciar.
Nuestra esperanza es la continua reinvención, 
    es el gesto secreto con el que los hermanos se saludan, 
    es unas madres analfabetas reclamando que se abra una escuela, 
    es las fronteras desbordadas con garrafas de agua en el desierto, con refugios, con letras en los muros e, incluso, con huesos.
Nuestra esperanza, cuando es rabia y cuando no, es bien chingona.
Y ya.

II. Metodología
Descender, o dejarse caer, o tumbarse, o tirarse a la mierda, según el mundo lo requiera.
Ya en en el suelo, revolcarse, sacudirse, poner en la piel los estertores que nos llegan sin invitación.
Y con las convulsiones patear, hasta tener el suelo debajo de los pies, hasta haber licuado y molido y machacado esos pesos que nos tumbaban.
Si algunos quedan en pie, mirarlos a los ojos con un reto de río que cansa los montes, hasta que se fundan en el pedacerío general.
Agregar leche y beberse los miedos en batido.
Repetir las veces que sea necesario.




lunes, 16 de abril de 2018

Ahí vienen las feminazis

Esta historia sucedió en Terrilandia.
Algunas personas en Terrilandia ganaban más dinero que otras, aunque trabajaran igual.
A algunas personas les hacían más caso que a otras, aunque dijeran lo mismo.
A algunas personas las respetaban más, aunque todas fueran personas.

Y en Terrilandia vivía Igualitarín. A Igualitarín esas situaciones no le gustaban, no le gustaban los privilegios. Le disgustaban mucho. Y el privilegio que más le molestaba, era ese que algunas personas creían tener para organizarse y mejorar sus condiciones.

- ¡Ahí vienen las feminazis! - gritaba Igualitarín mientras corría y agitaba las manos al aire.
- Nos quieren cortar el pene - le tiraba de las barbas a un anciano.
- Nos van a obligar a barrer - le gritaba a una niña en un columpio.
- Tienen reuniones en logias secretas - se aferraba a la pierna de un obrero.
- Te encarcelan si les dices un piropo - murmuraba debajo de las sillas en la sala de espera.

Escuchar todo eso me consternó, parecían terribles, esas feminazis.
- Igualitarín - dije, preocupado - ¿dónde están las feminazis?
- Allí, allá, en todos lados.
- ¿Dónde, Igualitarín, dónde?
- ¡En las universidades! Allí transmiten su doctrina.
- Hay que detenerlas - pensé y fui a la universidades.
- Hola, ¿están aquí las feminazis? - le pregunté a Doctora Académica. Respondió, creo, en otra lengua, no entendí sus palabras, pero no parecía alguien que cortara penes. Buscamos entre los libros, atrás de las pancartas y debajo de los escritorios, pero no había feminazis. Nos miramos con gesto extrañado y antes de irme quedamos de leer un libro para discutirlo.

- ¿Dónde, Igualitarín, dónde?
- ¡En las organizaciones civiles! Desde allí imponen su ideología.
- Hay que detenerlas - pensé y fui a la organizaciones civiles.
- Hola, ¿están aquí las feminazis? - le pregunté a Activista Luchón. Respondió con muchas palabras a todo volumen y me salpicó un poco de saliva, pero no intentó obligarme a barrer nada. Buscamos entre las pancartas, detrás de los cordones de policía y debajo de los proyectos de trabajo, pero no había feminazis. Nos rascamos la cabeza un rato y antes de irme quedamos de redactar unas cartas para enviar al senado.

- ¿Dónde, Igualitarín, dónde?
- ¡En el gobierno! Allí abusan de la democracia.
- Hay que detenerlas - pensé y fui a las cámaras de representantes.
- Hola, ¿están aquí las feminazis? - le pregunté a Legisladora Normativa. Respondió con un discurso muy largo y emotivo, hasta me dormí un ratito, pero no parecía del tipo que van a reuniones en logias secretas. Buscamos entre las curules, detrás de la Constitución y debajo de los proyectos de ley, pero no había feminazis. Nos miramos el ombligo unos minutos y antes de irme quedamos en que me enviara sus declaraciones de bienes.

- ¿Dónde, Igualitarín, dónde?
- ¡En los medios! Allí inventan verdades.
- Hay que detenerlas - pensé y fui a los medios.
- Hola, ¿están aquí las feminazis? - le pregunté a Presentadora Comunicativa. Respondió con cientos de datos y sucesos, me perdí entre tanta información, pero no parecía del tipo que te encarcela por decirle un piropo. Buscamos entre las cámaras, detrás de micrófonos y debajo de los guionistas, pero no había feminazis. Miramos el techo por un tiempo y antes de irme quedamos de preparar unas entrevistas con mis amigas anteriores.

- ¿Dónde, Igualitarín, dónde?
- ¿Dónde, Igualitarín, dónde?
- ¿Dónde, Igualitarín, dónde?
Le pregunté una y otra vez, mientras él las denunciaba trepándose a los árboles, repitiéndolo por un altavoz asomado a la alcantarilla, repartiendo panfletos sobre el tema a la entrada de un hormiguero y murmurando sobre ellas una y otra vez mientras daba vueltas al mismo árbol.
Llegaron entonces mis amigas nuevas y nos pusimos a buscar hasta hallar algo inesperado ¡sí había feminazis! Feminazis que colgaban penes disecados en las paredes de sus logias secretas limpiadas por hombres-esclavos-barrenderos que cumplían penas por haberlas mirado. Todo estaba allí, bien claro, entre la paranoia de Igualitarín, detrás de su mirada y debajo de sus miedos no resueltos. 
Al princpio nos miramos con un poco de desconcierto, pero el cabo estalló la risa, mucha risa, tanta risa que no nos enteramos de cuándo dejó de escucharse la voz de Igualitarín. Y quedamos de hacer una fiesta a la que llegaron el viejo de las barbas y la niña del columpio y el obrero y la gente de la sala de espera y los guionistas, y hasta la policía llegó después de renunciar a su cordón. Y cada quién dijo sus palabras raras en sus tonos extraños, cada cual tan inusual como el resto, pero siempre escuchándonos.