jueves, 26 de octubre de 2017

¿Por qué te quitaste los zapatos?

Estado de Puebla, municipio de Cholula de Rivadabia, calle 22 oriente, Colegio Yoliztli, salón de 3ro de prepa. Era el día, y lo sabíamos con antelación, de la prueba ENLACE o PISA o como sea que se llamara ese tiradero estandarizado de impuestos. Nos sentamos en nuestro respectivo mesabanco y vimos entrar a la subdirectora seguida de una muchacha de unos veintitantos años que cargaba una caja. La subdirectora presentó a la muchacha y se retiró, porque las reglas de la prueba prohíben la presencia de personal de la institución durante la aplicación.
La señorita, ¿qué digo? La Señorita, es más, la respetable Señorita, sacó de la caja y nos repartió unos cuadernillos con las preguntas y también unas hojas con círculos para elegir las respuestas de opción múltiple. Nos dio las instrucciones: el cuadernillo está dividido en secciones y tienen un tiempo limitado para responder cada sección, si se les acaba el tiempo, dejen de responder; pero si acaban la sección antes de que acabe el tiempo, esperen sin pasar a la siguiente. 
Viene la primera sección. Tiempo, treinta minutos.
¡Chin! Ya terminé y creo que no van quince minutos. Cerré el cuadernillo y - como siempre que esto ocurría en clase - de mi mochila saqué un libro y me puse a leer. Probablemente se trataba de alguna de las últimas entregas de Harry Potter que recién se habían publicado.
No puedes leer, dijo la muy respetable Señorita. Aunque nadie me lo había explicado, me pareció sensato que las reglas de la prueba prohibieran que se consultara cualquier material. Cerré el libro. Ella comenzó el gesto de estirar la mano para requisitarme el libro, pero nadie, ¡NADIE! me quita un libro. Así que antes de que su gesto fuera tan siquiera claro, yo ya había guardado el libro en la rejilla del mesabanco. No le agradó que me guardará el libro y torció el gesto, pero dio la vuelta y regresó al frente del salón.
Viene la segunda sección. Tiempo, treinta minutos.
¡Chin! Volví a terminar como en quince minutos. ¿Qué hago si no puedo leer? Soy de mente inquieta. Miro la portada del cuadernillo, miro mi lápiz, los junto y la aburridísima portada se llena de grafito en formas locas que brotan espontáneamente de la punta de ese cilindro amarillo.
No puedes dibujar, dijo la respetabilísima Señorita con gesto exasperado, arqueando los ojos y pausando las sílabas como cuando se habla con alguien que no tiene la capacidad de entender cosas sencillas. Yo había supuesto que los cuadernillos nos los íbamos a quedar, pero al cabo resultó que no. Así que las reglas de la prueba prohíben rayar el cuadernillo. Bajé, pues, el lápiz y, sin más remedio, hice desaparecer las figuritas con una goma de migajón.
Viene la tercera sección. Tiempo, treinta minutos.
¡Chin y re chin! Volví a terminar como en quince. La cabeza se me seca de no hacer nada. De a perdida voy a revisar si respondí bien.
¡No puedes adelantar secciones! gritó la Señorita modelo de respetabilidad. Pero digo que gritó, un gritazo de aquellos, de los que te hacen dar un pequeño brinco en el asiento. Pues claro que no se podía adelantar secciones, ella misma lo explicó: ¡pero yo no estaba adelantando secciones! ¿Cómo podía ella decir que yo adelantaba secciones sin mirar en qué sección estaba mi cuadernillo? ¿Cómo se puede acusar a alguien sin evidencia? Supongo que desde el escritorio sólo alcanzaba a verme pasar muchas veces las hojas y desde su cabeza esa fue la única explicación que alcanzó a formular. Estoy revisando mis respuestas, explicó Tozic el irrespetuoso. Me miró fijamente, desconfiaba. Se acercó a ver el cuadernillo y la evidencia habló. No hubo más palabras, esta vez no había nada que las reglas de la prueba prohibieran.
Viene la cuarta sección. Tiempo, cuarenta y cinco minutos.
¡Chintrolas! Ora sí la cajetié. Volví a contestar en quince minutos, pero esta sección es más larga. Reviso mis respuestas una, dos, tres veces y el tiempo no acaba.
Mira, sólo cierra tu cuadernillo, ya te dije que no puedes adelantar secciones, gritó enojada la señorita-premio-nacional-de-respetabilidad, mientras se levantaba del escritorio con violencia y caminaba hacia mí como señora a punto a chanclear al niño.
La Señorita tenía una mezcla de desesperación más ira. Estaba molesta, no sabía controlarse y no sabía controlarme; no sabía controlar a alguien que no estaba haciendo nada mal, pero que la hacía dudar de su capacidad para hacer su trabajo bien. Su actitud demostró que en ese momento ya no se trataba de las reglas de la prueba, sino de mostrar que ella tenía el poder. Me espanté, era una reacción desmedida para una nadería.
Viene un receso. Tiempo, diez minutos. Mis amigos me miran con cara de chale, ¿qué vamos a hacerle? Y nomás me miran, porque no dan muchas ganas ya de platicar nada, para empezar quién sabe si esté prohibido.
Viene la quinta sección. Tiempo, cuarenta y cinco minutos.
¡Me cachis! Juro que hice los ejercicios tan despacio como pude, pero no han pasado más de veinte minutos. La miro de reojo, sentada muy chucha en un escritorio que le queda grande. Coloco la punta de mi zapato derecho contra el talón del izquierdo, presiono ambos, levanto el talón izquierdo y mi pie sale del zapato. Repito el procedimiento para el otro pie y estiro mis piernas hasta el medio del pasillo entre los mesabancos. Allí, a plena vista, dos calcetas blancas.
Nada dijo la respetable. ¿Qué podía decir? ¿Es contra las reglas de la prueba, el quitarse los zapatos? Pero de algún modo ella lo sabía y yo lo sabía, era un reto, era la única de mis acciones que de hecho era un reto y era la única a la que no podía contestar. Me miraba, fruncía el ceño, ponía trompa de cochino, resoplaba, se ponía chapeada, arqueaba las cejas, estaba diez veces más irritada que la última ocasión, pero en esta ocasión- como yo había tenido que hacer antes - se tenía que callar. ¡Jaque a la reina!
Algunos de mis compañeros lo notaban y se reían bajando la cara, pero sólo quienes estaban cerca, no alcanzaban a ver los que se sentaban al otro extremo del salón. Entonces la voz de alguno preguntó en tono juguetón toziC, ¿por qué te quitaste los zapatos? Y respondí fuerte y claro No sé, me dieron ganas. Y de algún modo todos entendían cómo eso era un reto. Si a caso doña Respeto había pensado que tenía la oportunidad de hacerse la desentendida, que ese pequeño desafío sería algo que pasaría desapercibido y bastaría que ella no lo contara para salir incólume, se equivocaba. Ahora todos lo sabíamos. No podía decirme nada a mí, ni podía decirle nada a mis compañeros. Públicamente había explotado contra mí y ahora públicamente se quedaba callada. ¡Jaque mate!
Un triunfo en realidad pequeño. Eran bastantes más las cosas que ella tenía bajo control, pero encontrar un pequeño resquicio a su autoridad se sentía como un respiro enorme. La conciencia colectiva de que uno de nosotros le había ganado y todos podíamos compartirlo, sabía a esas fotos de soldados y adelitas entrando a la Ciudad de México, a la Corregidora alertando a los conspiradores, a  Cuitláhuac triunfando en la noche triste. Sabía a todo eso en chiquito, claro, pero a fin de cuentas sabía a que había hecho algo ante la arbitrariedad.
No tengo nada contra la muchacha que fue a aplicar la prueba, me burlo de la Señorita Galardón Internacional de Respetabilidad porque es divertido. Pero lo cierto es que la muchacha era una chica a la que le habrán dado doscientos pesos por ir a hacer un trabajo brutalmente aburrido y a la que le habrán encomendado mantener el orden sin decirle precisamente cómo, ni darle mucho respaldo. Y es que si se hubiera tratado del supervisor de zona escolar, tal vez sin problemas me decía que me pusiera los zapatos y tendría todo el respaldo de la SEP. Pero los aplicadores de esta pruebas son empleados de ocasión que no se van a meter en muchos pleitos por doscientos pesos. Menos le convenía que se dijera que un escuincle la había sacado de quicio quitándose los zapatos, que aguantarse la muina en ese momento. 
¿Para qué sirve exactamente una prueba? Si su misma estructura funciona bloqueando a una mente que se muere por resolver problemas. ¿De qué sirve la autoridad? Si en lugar de guiar las energías del alumno, se dedica a sujetarlo a normas de inactividad.

sábado, 9 de septiembre de 2017

Estampas del Tacolicismo: el mito de Itacatzin

Itacatzin era un mortal, un tacólico como cualquier otro. Itacatzin vivía con su amado y les era placentero acompañarse a comer. En su departamento en la colonia Doctores, en el Distrito Federal, cada noche tras volver del trabajo pedían comida o salían a comprarla para disfrutar en su sala con una buena charla junto a su ventana del quinto piso, al calor de las cumbias del vecino del seis y contemplando el tendedero de la azotea de enfrente.
Fue en tiempos de la gran Gripa del Puerco cuando el amado de Itacatzin cayó enfermo y fue internado en un hospital. Cada noche los dos buenos hombres añoraban los tacos del Paisa, las alitas de doña Maru, las tortas "Chema" o las gorditas de la esquina; extrañaban ver bajar el sol que perfilaba naranja un ensoñador paisaje de antenas y tinacos. Y la añoranza los consumía; viviendo en las memorias no supieron hallar sentido en la insípida gelatina del hospital.
Una noche sucedió lo peor. Conforme los médicos se retiraban de la cama, Itacatzin derramaba una lágrima por cada platillo que aquella su amada boca no volvería a probar. Pero Itacatzin no desesperó y al volver a casa pidió ayuda al señor Tacocóatl y a la señora Tacoatlihcue. Ni siquiera a ellos les está concedido retornar a los idos; no se puede ablandar una tortilla tostada. Sin embargo, conmovidos, le entregaron a Itacatzin unos tennis Panam con alas de quetzal. Itacatzin se arrodilló, se quitó sus zapatos Andrea y calzó el divino regalo, las agujetas se amarraron solas con doble nudo, todas las luces del apartamento titilaron, las alas empezaron a batir, se oyó el sonido de caracolas, el tocar teponaztles y al fondo el sonido de la Sonora Dinamita con el vecino del seis. Itacatzin alzó el vuelo, dispuesto a comprar comida en cada puesto de la delegación. Salió por la ventana y tras avanzar unos metros en el aire, se enredó bien cabrón con unos cables de luz y ya mejor se fue caminando.
Esa noche compró 230 tacos, 120 quesadillas, 72 gringas, 20 alambres, 64 tortas, 47 hamburguesas, 48 jochos, 4 kilos de papas a la francesa, 45 tamales de los cuales 15 fritos, 15 en torta y 15 fritos en torta capeada, 6 litros de atole, una orden de salchipulpos y un alka seltzer. Cargando su prenda de amor, entró a la estación del metro más cercana y voló por los túneles hasta metro Barranca del Muerto, porque allí se abre por las noches un portal al inframundo, al mítico Mictlampa.
A la entrada del Mictlampa aguardaba el gigante Tostatecuhtli, señor de las tortillas tostadas, de los bolillos duros y del refresco sin gas. Itacatzin habló de este modo al señor Tostatecuhtli: "Traigo este itacate, un lonchecito, para mi amado que ahora habita en sus recintos, señor Tostatecuhtli, y he de entrar."
El señor Tostatecuhtli respondió así a Itacatzin: "Soy el señor Tostatecuhtli, guardián de los recintos de abajo del metro Barranca y no he de permitir que nadie entre si no puede probar que en verdad desea entrar. Si deseas entrar, Itacatzin portador de comida, has de darme algo de comer."
Itacatzin miró con preocupación los alimentos que llevaba para su amado, no querría dejar ninguno. El apetito del señor Tostatecuhtli es grande y podría continuar comiendo hasta terminar con todo, pero necesitaba entrar.
"Así sea." Respondió Itacatzin al señor Tostatecuhtli. Tomó un tamal y lo acercó a la boca de la deidad. Cuando el gigante abrió la boca para recibir la ofrenda, Itacatzin dejó caer el tamal y en su lugar introdujo el brazo entero en las fauces de Tostatecuhtli, que mordió y arrancó el brazo. Mientras el guardián del Mictlampa se ahogaba con el brazo atorado en al garganta, Itacatzin levantó el tamal caído, abrió las puertas del inframundo y entró. Grande fue el rebumbio de las calacas cuando Itacatzin y su amado compartieron sus alimentos y se armó una pachanga mortal.
Cuando se alistaban unos chilaquiles para la tornafiesta, apareció el señor Tostatecuhtli, quien tuvo que reconocer la enormidad del gesto amoroso de Itacatzin y - habiendo convencido a otras deidades - lo convirtieron en señor de la entrega de comida y la comida para llevar.

Comentario del Dr. Cozit Alrebaize, antropólogo de la religión.

El mito de Itacatzin es uno de los textos más antiguos en el Tacolicismo. Comienza con un tacólico como cualquier otro que termina por incorporarse a las filas de las deidades tacólicas, esto revela cómo para los tacólicos las fronteras entre lo mundano y lo divino son muy tenues y pueden transitarse con facilidad, por ello hallan la trascendencia en alimentarse, en el acto más terrenal. Para ellos la división entre lo divino como espiritualmente puro y lo terrenal como sucio, es falsa, buscan deshacerse de las dualidades y demostrar la unidad del mundo.
Cabe destacar cómo a las sumas deidades Tacocóatl y Tacoatlihcue no "les está concedido retornar a los idos". Para los tacólicos sus dioses no son fuerzas últimas o todopoderosas, están sujetas a limitaciones: la muerte las supera y también pasan hambre o pueden atragantarse. Esto es fundamental en la mentalidad tacólica, ya que no creen en el poder absoluto como recurso para resolver problemas. Como lo revela la escena de los Panam con alas de quetzal, incluso siendo seres limitados, los dioses y los mortales pueden actuar y aprovechar los recursos disponibles para resolver sus problemas. Que no se tenga el poder total de cambiar las cosas, no quiere decir que no haya estrategias alternativas. En esta religión no hay soluciones definitivas, la vida es un devenir constante como la rotación de un trompo de pastor.
La escena de los cables es otro indicador importante del pensamiento tacólico. A pesar del privilegio de los Panam con alas, este Hermes chilango se topa con que una ciudad mal organizada le estorba incluso a un favorecido de los dioses. De aquí se desprenden dos consecuencias. Una es que Itacatzin hace el recorrido a pie, pues el tacólico ha de perseverar en sus trabajos incluso si ello supone el mayor esfuerzo, cuando se le mete una idea, nadie se la quita: es disciplinado. Por otro lado los tacólicos advierten que para volar hay que despejar el cielo, que mientras no se arreglen los problemas cercanos, no podremos ir lejos.
Finalmente hay que destacar que Itacaztin y su amado nunca cocinaron sus alimentos, los conseguían de alguien más en sus tardes de disfrute y es de alguien más que Itacatzin los consigue para llevarlos al inframundo. Itacatzin es patrono de los repartidores, de UberEats, de los tuppers para llevarse la comida en las fiestas y de los meseros, porque su labor es llevar, asegurarse de que se reciba. La gran virtud que lo llevó a la divinidad es la entrega. En esta historia, la entrega de los tacos - y otras guzguerías - es también la entrega como sacrificio por el bienestar ajeno; Itacatzin prefiere entregar su brazo a Tostatecuhtli que fallar en entregar toda la comida a su amado. Es también por esto que Itacatzin es patrono de los meseros, tiene sólo una mano para llevar la comida, como ellos cargan la charola con sólo una mano. La comida que se lleva a un viaje o a otro lugar, incluso al último viaje que es al inframundo, es una forma de aprecio y de cuidado que se extiende más allá de los límites de la cocina. No es el alimento que es sólo para quien está cerca, es el compromiso que va más allá y llega a donde sea necesario, es un acto de procuración que no tiene miedo a las distancias o riesgos, por ello Itacatzin es también un símbolo de compromiso.

martes, 8 de agosto de 2017

¿Dónde están los lugares? / Where are the places?

ES/EN

¿Y si no hubiera más dónde esconderme?
¿Y si fuera transparente en cualquier lugar?
¿Y si Central Park fuera una milpa llamada Alameda Central?
Tendría, entonces, que llevarlo todo en mí.
Podría, entonces, ser un portador de lugares, un trenzador de sitios que no paran de caminar.
Sabría, entonces, estar en mí.

¿Y si el único lugar estuviera entre la memoria y el corazón?
¿Y si, tras caminar el infinito, volviera a encontrarme aquí?
Me sentaría, entonces, de nuevo junto a una silla rota, frente a las mazorcas entre la niebla de Zacatlán, para alzar el rostro a la luz de Manhattan mientras inhalo el aire de Chapultepec.

¿Y si pudiera comer con masala un aguacate y decir con sorpresa un 'chale, yo'?
¿Y si latkas con chipotle fuera un platillo nacional de los trashumantes moradores de caminos?
¿Y si my tongue, my twisting tongue, saboreara every possible difference entre un mot et l'autre, zwischen ich und du, entre aquí y allá?
Desearía, entonces, a todos los lugares estar en mí.

Imágenes abajo.
*Central Park. Parque ubicado en el centro de Nueva York.
*Manhattan. Isla de la ciudad de Nueva York que concentra el distrito financiero y la atención de las cámaras.
*Masala. Mezcla de especias del sureste de Asia,
*Yo. En jerga de inglés estadounidense sirve para llamar la atención de alguien o para dar énfasis a lo que se dice.
*Latkas. Platillo frito de papas que es tradicional de la fiesta judía de Jánuca.

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What if I had nowhere to hide?
What if I were transparent anywhere?
What if Central Park was a milpa named Alameda Central?
Then, I'd have to carry it all within me.
Then, I could be a bearer of places, a braider of the spaces that don't stop walking.
Then, I'd know how to be in me.

What if the only place layed between memory and heart?
What if, after walking infinity, I found my self back here?
Then, I'd sit again next to a broken chair, facing the mazorcas between the mist of Zacatlán, raising my face to the light of Manhattan while I inhale the air of Chapultepec.

What if I could eat avocado with masala and say surprised a 'chale, yo'?
What if latkas with chipotles was a national dish of the nomadic dwellers of roads?
What if mi lengua, mi juguetona lengua, could taste cada posible diferencia entre un mot et l'autre, zwischen ich und du, between here and there?
Then, I would desire all places to be in me.

*Milpa. Traditional plantation of corn and other plants, most frequently beans, zucchini and chile.
*Alameda Central. The oldest public garden in Mexico and America - which is a continent - located in downtown Mexico City.
*Mazorca. Plant and fruit of the corn.
*Zacatlán. Municipality and city in the state of Puebla, Mexico.
*Chapultepec. The largest park in Mexico City, twice as big as Central Park.
*Masala. A spice mix from south asian cuisine.
*Chale. Mexican slang expressing surprise.
*Chipotles. Plural of chipotle, a dried jalapeño chile.


St. Patrick's Cathedral, New York, New York, USA
Iglesia del Señor Santiago, Tepeixco, Puebla, México