lunes, 4 de enero de 2021

De libros, antisistemas y colibrís

 

Mire usted qué chulada de foto, no me va a decir que no. Seguro a los educadores con aspiraciones críticas nos gusta particularmente, ahí, todo chulo, el poder la lectoescritura para cuestionar el sistema. La primera vez que la vi, lo primero que me saltó fue el asunto de la presión tremenda que soporta ese libro allí, solito, debajo de tanto ladrillo. Me recordó a algunas historias que conozco de profesoras que quisieron echar a andar estrategias innovadoras en sus aulas y se toparon con un muro ante las actitudes de colegas y directivos que las llevaron a renunciar.

Pero luego hubo otra cosa, algo que me incomodaba. Conforme las fotografías nos hacen un acercamiento al libro, podemos ver que ese espacio para perturbar el status quo, lo pudo tomar cualquier objeto. El artista pudo haber colocado una lata, pudo haber colocado un sartén e, incluso, pudo haber colocado otro ladrillo; lo importante es que el objeto empujara la coyuntura de los dos ladrillos superiores, que estuviera "fuera de lugar" o "mal acomodado". O pensémoslo del modo contrario, el artista pudo haber colocado un libro - que así fuera de Marx o Bakunin - si hubiera sido colocado en el lugar exacto de un ladrillo de la fila, habría cumplido la función de soportar el orden del muro como cualquier otro ladrillo.

Curiosamente, mi espíritu alfabetizador estaba más contento con esta segunda observación que con la primera. Cualquiera pensaría que el alfabetizador sería el primer defensor a capa y espada de la lectoescritura como herramienta política, en lugar de ponerse a fantasear que cualquier objeto podría sustituir a un libro, siempre que esté en la posición adecuada. Pero el asunto es justo ese, que quienes hemos convivido con personas analfabetas, sabemos que no les falta nada para cuestionar o para entender las cosas; les falta, sí, un cierto dominio sobre el alfabeto y las palabras que se construyen con él, pero eso no les hace más ni menos inteligentes que quienes sí lo tienen. Del mismo modo, tenemos aquél dichoso refrán que dice que 'lo doctor no quita lo pendejo', que nos habla de gente con un profundo dominio del alfabeto y las palabras escritas, y una nula capacidad para nada fuera de ello.

Mi ejemplo favorito es un guatemalteco que fue mi jefe cuando yo trabajaba en limpieza de hoteles en Nueva York, lo llamaré Manuel. Manuel venía a mí para pedir ayuda con cualquier asunto relacionado con letras escritas: instrucciones, contratos e incluso el uso de la tarjeta bancaria en la que le depositaban su salario. Con las cuentas escritas era muy hábil, pero además de los números y firmar su nombre, le resultaba casi imposible leer o escribir cualquier palabra. Un día, Manuel me platicaba sobre su relación con los managers de distintas empresas en que había trabajado, casi siempre gringos que no hablaban español. Resultó que la mayoría habían sido gente decente, salvo por uno, James, que era grosero, exigía más de lo sensato, limitaba los recursos, ensuciaba lo que Manuel y su equipo ya habían lavado, bueno, era una fichita el hijo de la chingada. 

Manuel aguantó los malos tratos durante unas semanas, por eso de la precariedad en que viven los latinos indocumentados en EUA, pero al cabo decidió que valía la pena cambiar las cosas. Un buen día le dijo a los 20 trabajadores que comandaba, que a la siguiente madrugada llegaran media hora antes del turno, pero que no se reunieran en el sitio de trabajo, sino que esperaran en una esquina a tres calles de allí. Quince minutos antes de comenzar la jornada, Manuel le llamó por teléfono al jefe de James, un mexicano-americano que sí hablaba español y le dijo "mira, le dije a mi gente que ya no venga a trabajar, todos están en su casa, porque ya no soportamos a James, así que renunciamos", el tono del asunto era "si James es tan chingón, pues que lo haga él y que él convenza a la gente de venir a trabajar". Manuel confiesa que no tenía idea de cómo respondería el jefe de James, pero el hecho es que era imposible en quince minutos reclutar un equipo de veinte personas especializadas en limpieza y que tuvieran limpio el restaurante para antes de la hora de apertura. Después de explicar los malos tratos de James, Manuel ofreció "mira, si quitan a James, puedo hacer que mi gente venga corriendo desde sus casas y se apresuren a limpiar el lugar, si no es que ya se consiguieron otro trabajo, y aún lo tendremos listo a la hora indicada". El jefe de James aceptó, Manuel le echó una llamada a sus chicos que estaban tomando café y comiendo donas a tres calles de allí, entraron al restaurante sólo cinco minutos después de lo usual, hicieron su trabajo como siempre y a James nunca lo volvieron a ver.

Allí está el muro, el status quo, el orden opresivo, siendo cuestionado y, más que cuestionado, transformado por un hombre que sólo sabía escribir su nombre. Trabajando en la limpieza de ese tipo de establecimientos, aprendí que una de las herramientas más importantes es la espátula. Así que en lugar de un libro, tenemos a la sencilla y delgada espátula, y coloquémosla enla base del muro, haciendo la presión adecuada sobre la coyuntura de los pesados ladrillos que tiene encima. También funciona.

No sé si prestaron atención, pero el libro de la foto es 'El Castillo' de Franz Kafka, famoso por ser uno de los libros de más difícil interpretación en el cannon de la literatura 'culta'. Parecería que el artista de esa foto nos sugiere todavía más, que para poder cuestionar al statu quo, no sólo hace falta saber leer y escribir, sino que hace falta dominar las metáforas oscuras y complejas de autores checos que nadie en esas cocina neoyorkinas conocía (bueno, ni el ñoño que escribe estas líneas entendió La Metamorfosis hasta que vio un video de YouTube explicándola) y entonces, a la luz de la historia de Manuel ¿no parece hasta pedante la propuesta del libro en el muro, quiero decir, académicamente pedante? Por cierto, no niego, repito, no niego el poder de muchas obras literarias para tener ese mismo efecto, ni niego el valor de los mundos que abre la lectoescritura. (Tendría que ser muy mamerto para tener un blog lleno de letras y salir con eso.)

Voy viendo que es momento de invocar al santo patrono de los alfabetizadores y de los educadores críticos, el jefe Freire. El método de alfabetización de Freire comienza con una cosa llamada círculo de cultura, que es disparado a partir de otra cosa llamada palabra generadora, todo esto es decir, una plática sobre un tema que sea relevante para la vida de las personas que están aprendiendo a escribir. Una vez que se ha charlado sobre esa palabra generadora, o ese tema central a la vida de estas personas, el alfabetizador enseña cómo se escribe esa palabra. En el método freireano, la vida cotidiana y colectiva viene antes que el momento escolar/docente/alfabético, porque es la vida de las personas lo que le da sentido a las letras, no al revés. Por esto es que Freire utiliza la expresión 'leer el mundo' para hablar de una capacidad de lectura que va más allá del lenguaje escrito y que no depende de este, es una capacidad de interpretar la vida misma, como hizo Manuel con el ámbito de la vida laboral.

El buen alfabetizador no pretende 'acabar' con el analfabetismo de sus estudiantes, llenando una especie de vacío ignorante con las letras que trae en su mochila alfabetizadora; sino que pretende utilizar las experiencias de vida (las 'lecturas del mundo') de sus estudiantes, para que la lectura alfabética cobre algún sentido. Es por esto que el libro del muro puede ser legítimamente sustituido por cualquier otro objeto, una espátula, un sartén, una cuchara de albañil, lo que sea. Esto no hace más ni menos al libro, ni a estos objetos, sólo nos recuerda que debemos olvidarnos de esa idea según la cual las letras son el único camino a una cultura 'liberadora' o 'crítica' o 'cuestionadora'. El punto es preguntarnos en qué relación ponemos los saberes escolares con la realidad que se vive en el día a día.



sábado, 29 de agosto de 2020

Mis cristoaventuras

 Cristo vino a mí y cambio mi vida. Esa es probablemente la última frase que, quien me conozca, esperaría escuchar de mis profanos labios. Soy un feliz ateo que a la pregunta de ¿por qué soy ateo? Respondo que porque me criaron católico. Pero hubo una ocasión, oh, hermanos míos, en que estuve así de cerquita.

Debía estar en sexto de primaria y mis papás, con bastante frecuencia, no podían ir por mi a la escuela debido a esa enfermedad del mundo adulto llamada trabajo, o laburo, en dialecto argentino. Cuando había lana, o pasta o plata, contrataban al señor del transporte escolar que nos montaba en una combi que iba más apretujada que las del transporte público, y nos daba un espacio fantástico que era una extensión de la escuela más allá de lo escolar, ibas con los compañeros, con los uniformes, pero sin maestras y con un adulto que iba más atento al camino y a entregar sus ruidosos paquetes, que a guardar una disciplina "pedagógica". En ese lindo limbo entre la escuela y la casa, desarrollábamos habilidades tan importantes como masticar papas fritas hasta tener una masa espesa en la boca, que luego sacábamos entre los labios formando un churrito, al tiempo que un compañero movía la mano junto a tu cabeza como girando una manivela, simulando una especie de máquina de puré de papas fritas que hacía a la mitad de la compañía renegar de asco y a la otra mitad, partirse de risa. Pero había veces que en la casa andábamos brujas (que en dialecto chilango quiere decir vacío de dinero) o alguna otra cosa, que no se podía lo del transporte escolar. Entonces le pedían a los papás, o jefes, de mis amiguitos que nos llevaran a su casa, donde comíamos y jugábamos y evitábamos hacer la tarea hasta que mis papás podían ir por mi.

Bueno, un día llegó a la escuela un niño migrado de tierras con nombres extraños, Ciudad de México y Guadalajara, que traía un defecto análogo a mi catolicismo, era cristiano. Nos hicimos amigos sin pensar demasiado en esos asuntos de las religiones, mismos que aún nos parecían muy naturales y no cuestionábamos del todo. En algunas ocasiones, mis padres le habrán pedido a los suyos que los apoyaran, o tiraran paro, recogiéndome de la escuela. Y pues resulta que a mi amigo lo pasaban a votar a los grupos juveniles de la iglesia y a mí, con él. Para mí era muy interesante, una experiencia casi antropológica, estos cristianos por lo menos sí leían su biblia y no la murmuraban de manera soporífera entre gritos admonitorios del infierno y del mal del pecado (mito que, afortunadamente, luego desenmascaré), pero, sobre todo, tenía un grupo de pares con quienes convivir por las tardes. Mi infancia fue en su mayoría muy solitaria, pasé muchas tardes en el pequeño negocio de mis papás, inhalando involuntariamente los solventes y tinturas que se utilizan en una imprenta y que alguna de sus propiedades estupefacientes habrá predispuesto mi joven mente al pensamiento teórico y filosófico que cuajó en mi peluda adolescencia.

Y bueno, pues así las cosas, que le agarré gusto a acompañar a mi amigo a la dichosa iglesia cristiana. Un día, o debo decir casi una noche, porque la luz ya se iba, a los líderes de la congregación les pareció buena idea mandarnos a evangelizar, o algo así. Aunque no recuerdo la instrucción precisa que nos hayan dado, el objetivo era volver con nuevas almas para el rebaño o, por lo menos, esparcir la buena nueva con suficiente fe como para que los desprevenidos peatones pudieran, tarde o temprano, sentir el llamado. Armados con unos trípticos que habrán impreso con el espíritu del cartucho de la impresora, porque no se veía ni madres, o casi nada, y nuestros pueriles rostros doceañeros, nos dejaron ir libres por las calles en parejas de dos y tríos de tres.

Hoy por hoy miro ese momento y supongo que debieron ser verdaderos creyentes, porque mira que dejar a un grupo de quince o veinte niños bastante menores de edad dispersarse en grupos pequeños por las calles para hablar con desconocidos, bueno, no se explica por otra cosa que mucha fe o mucha irresponsabilidad, o la particular mezcla de las dos juntas que es tan común. Total que salimos a realizar la obra y los otros cristianitos iban comentando a voces que volverían con ríos qué digo ríos, mares, qué digo mares, océanos de nuevas y felices almas que encontrarían por las calles, deseosas de ser convencidas.

Obvio valían pa puras madres, o casi no le logró el objetivo, pero eso mi amigo y yo no lo sabíamos. Caminábamos los dos por la colonia aledaña evitando peatones, porque la instrucción era ir con la gente que encontráramos, pero si nosotros casualmente cambiábamos de banqueta y la persona, oh, mala suerte, seguía caminando por la banqueta original en lugar de cambiar también para encontrarnos del otro lado, entonces se podía decir que, técnicamente, no habíamos encontrado a nadie. Pero conforme Tonatiuh descendía del cielo y diositocristojudáico lo miraba con celos por no poder ser el único dios sobre la faz de la tierra, yo me preocupaba por mi amigo que volvería a la iglesia sin haber convertido ni una sola alma, ni al alma de un perrito callejero. Así que tomé valor y le dije, con la voz de pito que todos tenemos a esa edad, que yo quería, que a mí me convirtiera.

El pobre se quedó de a cuatro, o de a seis o muy pinches confundido, y titubeante dijo que él suponía que entonces teníamos que hacer una oración. Y supongo que algo oramos y nos regresamos a a la iglesia donde ninguno de los otros mocosos había traído ni a una de las mil personas que prometieron llevar y, yo, que ya había hecho mi oración.

Y nada, que toda la siguiente semana no sabía cómo decirle a mis papás que era cristiano, o traía un pedo atravesado. En algún momento solté ante alguno de ellos un escueto y vozpitero, "creo que quiero ser cristiano". Eso ya les habrá asustado bastante, pero nada como la tarde que llegaron los papás de mi amigo, o le cayeron, con sendos libros de cristianismo que debían continuar la labor, o jale o talacha, que había empezado su hijo, o chilpayate. A mí ni me avisaron que estaban allí ellos, y supongo que a ellos les habrá caído el veinte al ver la jeta de mis rucos, que nanáis niguas con sus rollos. Igual dejaron unos libros con portada de nubecitas y yo los guardé en mi librero sin la más remota intención de leerlos.

Lo que sí pasó, fue que luego llegó una tía mía, mujer muy culta y formadora de lectores, que tenía rato que me prestaba sus libros más adecuados para niños y me regaló El Mundo de Sofía. Estuvo a toda madre, o muy chido, y fue mi primer puente para leer libros que hablaban de filosofía, o mariguanadas, y de historia y de sociología y de pedagogía, o profesiones poco rentables. Supongo que mis apases le habrán contado el asuntito y ella, que era más atea que el pinche diablo, habrá dicho, mejor que este niño sea chairo a que sea aleluyo. 

Y de ahí pal real, o desde aquel entonces, me clavé en esas onda y hasta terminé enseñándolas. ¿No fue a caso Cristo quien me enseñó el camino, aunque fuera !pal otro lado!?

Los caminos del señor son inescrotables.

miércoles, 5 de agosto de 2020

¿Quiénes son lo parásitos? (II)

Quedó pendiente de la entrada anterior el tema del asesinato del señor Park por el señor Kim y cómo eso también encaja en la teoría de que los parásitos son los Park. La definición biológica dice que el parásito se alimenta del huésped debilitándolo, pero sin llevarlo a la muerte. Los Park, como parásitos, no llevan a ninguno de sus sirvientes a la muerte.

Primero veamos un poco el riesgo de muerte. A los pobres, el riesgo les viene de los otros pobres, como cuando la familiar Kim y Moon-gwang y su marido pelean, pero también les viene nomás por existir, por necesitar un lugar donde vivir. Los Kim viven en un sótano miserable en el que es difícil acceder al internet que utilizan para conseguir trabajo (que es condición para la vida) y que se inunda cuando llega la gran lluvia, misma que entre los ricos Park no tiene ningún efecto más que arruinarles el día de campo. O sea, hasta la naturaleza se los madrea.

Para Moon-gwang y su esposo, un tipo completamente raro, no es posible completar los dos ingresos que les permitan tener un hogar propio, así que viven escondidos en el bunker secreto de la casa, lo que al cabo los deja vulnerables ante la llegada de los Kim y conduce a ambos a la muerte. Por cierto, que si el hijo de los ricos Park creciera para convertirse en un tipo igual o más raro que el esposo de Moon-gwang, no quedaría en tal situación de vulnerabilidad. Las familias ricas con miembros inadaptados, pueden cuidarlos y procurarlos por toda su vida, sin mayor riesgo. Así que son los pobres los que están constantemente a disposición de los otros y, además, en riesgo de muerte, como los huéspedes.

Pero viene la cuestión del asesinato. Y aquí hay que aclarar algo, nada de esto pretende justificar las acciones inmorales de ricos ni de pobres, dentro ni fuera de la película. Luego van a decir que justifico el asesinato del personaje rico porque soy comunista y no. Quien miente, miente. Quien mata, mata. Quien se gana el pan, se gana el pan. Lo que pretendo, es explicar que no es lo mismo mentir, matar o ganarse el pan siendo los ricos Park que siendo los pobres Kim y que eso no tiene nada que ver con el esfuerzo que ponen unos u otros, sino con la condición social en que nacieron, por eso desde la entrada anterior insisto que los Kim trabajaban más duro que nadie.

Justo antes del asesinato, el señor Park y el señor Kim está agazapados detrás de los arbustos, listos para fingir que son indios en el juego de vaqueros del hijo de los Park. El señor Park dice algo así como: “Qué cosas ridículas hay que hacer por la familia” Y lo dice disculpándose, como si le diera penar poner al señor Kim a hacer eso.

¿Cómo habrá entendido esa declaración el señor Kim? Para ese momento el señor Kim ya había tenido que ser un experimentado chofer de lujo, y lo hizo por su familia, ya había fingido no estar emparentado con su familia, y lo hizo por su familia, ya había peleado cuerpo a cuerpo contra otro hombre, y lo hizo por su familia, y podríamos agregar mil cosas más a la lista. El señor Kim es un hombre de familia, más que muchos otros y habiéndoselo ganado a pulso (de hecho, su familia entera es una “familia de familia” dispuestos a apoyarse hasta el final). Es más ¿qué no daría el señor Kim por tener un jardín en el que poder hacer fiestas con los amigos de la familia durante las cuales hacer cosas ridículas que alegren el ánimo de todos? Parecería que esa vergüenza que el señor Park muestra, hace dudar al señor Kim sobre quién es su interlocutor. ¿Quién será esta persona que se dice padre de familia y que no puede mostrar el entusiasmo más básico?

Entonces el señor Kim regresa a un tema que ya habían tratado antes, y dice algo así como: Usted sí ama a su mujer, si está dispuesto a esto. Parecería que el señor Kim está dispuesto a entender que tal vez la personalidad del señor Park le impide sentir demasiado entusiasmo por la idea de disfrazarse durante la fiesta, al fin y al cabo, todos tenemos nuestros caprichos. Y esto parecería comprensible, en el marco del amor a la familia y, en especial, a la mujer. Como decir “bueno, entiendo que no te fascine jugar a los indios y vaqueros, pero no pasa nada si lo haces por amor a la familia”.

Esa frase es como si el señor Kim extendiera la mano y dijera “venga, sí somos muy diferentes, pero más allá de ser rico y pobre, podemos tener esto en común.” Si pudieran coincidir en ese aspecto del amor a la familia, el señor Kim podría encontrar un punto en el que sentirse identificado con el señor Park y trazar una alianza más allá de la clase social. Pero en lugar de una respuesta que le deje ver que hay un valor compartido, el señor Park omite el tema y le ofrece dinero a cambio de esas horas de trabajo fuera de lo normal.

¿Cómo habrá entendido esa declaración el señor Kim? El señor Kim acaba de explicar lo que para él debe ser el valor más alto por el que actúa un hombre y, a cambio, recibió la respuesta del dinero. La ocasión anterior en que había preguntado por el mismo tema, el señor Park decidió evadir al asunto con un tono como diciendo “usted no lo entendería”, en un tono que claramente implicaba que no estaba enamorado de su esposa y, tal vez ya poniéndole mucha imaginación, que agregaba algo como “usted que es gente simple no lo entendería”.

Al vivir en esa grande y moderna casa ¿cuál es el punto de tener todo lo que se quiere, si no se quiere todo lo que se tiene? Tal vez esto le revela al señor Kim que esa vida de los Park, no es la vida bella de una familia feliz que está adicionada con dinero, así como a un buen taco se le adiciona salsa para mejorarlo y sin modificar su esencia. Sino que el dinero es, en realidad, todo lo que hay allí; la felicidad de los Park es una ilusión construida sobre el estatus y el dinero y si esto se acabara, probablemente los Park no sobrevivirían manteniendo el tipo de unidad que mantiene a los Kim juntos a través de la dificultad.

El señor Park no sólo logra bloquear toda posibilidad de identificación entre él y el señor Kim, sino que además logra que el señor Kim quede en la actitud correcta para, unos instantes más tarde, identificarse con el raro esposo de Moon-gwang, despertando esa consciencia de clase que la escuela soviética aplastó con entusiasmo.

Viene la escena de acción de la película. El esposo de Moon-gwang emerge del sótano y toma un cuchillo, camina hasta el jardín, donde, antes de que el señor Park y el señor Kim puedan montar la escena de indios y vaqueros, acuchilla a la hija de los Kim. Tras ver el asesinato, el hijo de los Park cae desmayado. Un invitado, suponiendo que el esposo de Moon-gwang es sólo un loco, intenta detenerlo, pero el hombre se defiende y lo acuchilla. El padre de los Park corre y levanta a su hijo desmayado con la intención de llevarlo al hospital, pasando junto al cuerpo de la hija de los Kim, acuchillada en el corazón, sin pensar siquiera en llevarla también. El padre Park recuerda que no trae las llaves del auto y se las pide al señor Kim, quien en ese momento intenta detener la hemorragia de su hija con las manos. El señor Kim le arroja las llaves al señor Park pero, en medio de la refriega, la madre de los Kim apuñala al esposo de Moon-gwang y las llaves quedan bajo del hombre moribundo. Entonces, el señor Park se acerca y gira al moribundo para sacar sus llaves, pero no puede tolerar el olor del hombre que ha vivido los últimos años encerrado en un sótano y se tapa la nariz para poder terminar de tomar las llaves.

¿Cómo habrá entendido esto el señor Kim? El señor Park pasó junto a un niña que acababa de ser apuñalada en el corazón y la ignoró, en cambio, tomó a su hijo que sólo se había desmayado (y no digo que un padre no se preocupe por su hijo en esa situación, pero en lugar de pedirle las llaves a Kim, pudo decirle, “ven corre, trae a tu hija y llevemos a todos al hospital”). Además, el señor Park le acaba de demostrar hace unos segundos que el amor por la familia no le resulta realmente valioso. Es decir, Kim presencia a un hombre que ignora la vida a punto de perderse de alguien y que ignora el entregarse por amor, pero que, en medio de una situación así, sí tiene tiempo de hacerle fuchi al olor que la gente pobre tiene porque ese es el olor de quien vive en circunstancias duras.

No hay que olvidar que el señor Park ya se había quejado antes del olor del señor Kim – en aquella escena en que la familia Kim está debajo de la mesa de sala, mientras el matrimonio Park tiene relaciones sexuales en el sillón. Y antes aún, el hijo Park había dicho que todos los empelados domésticos olían del mismo modo (llevando a la familia Kim a inventar alguna locura para cambiar su olor corporal, porque incluso eso es necesario para entrar al mundo de los ricos).

Entonces es que el señor Kim se da cuenta que para los ricos, los pobres son todos iguales, todos apestan. El gesto del señor Park revela que a los ricos no les molesta que los pobres vivan en condiciones difíciles, sino que la pobreza interrumpa su experiencia estética de vida pulcra e inmaculada. (Hay que recordar cómo hace unos días uno de los asistentes a la marcha del frente anti AMLO dijo en su tuiter, haciendo referencia a los autos de lujo en los que muchos circularon, que la marcha fifí había sido más estética que las marchas chairas.)

Es entonces que queda claro para el señor Kim no sólo que no hay un solo punto de coincidencia social en la que pueda identificarse con el señor Park, sino que en esa pobreza que lo hace igual al esposo de Moon-gwang, ni siquiera en la muerte merece respeto por parte del señor Park. Entonces lo mata. El parásito nunca mata al huésped, porque lo necesita para vivir, pero el huésped mata al parásito cuando se han cansado de que le chupen la sangre.