lunes, 21 de enero de 2019

Vida de un Mexiyorker: La Gran Tienda del Distrito del Este

"I've known rivers,
I've known rivers ancient as the world
and older than the flow of human blood in human veins.
My soul has grown deep like the rivers."
- The Negro Speaks of Rivers, Langston Hughes

A unas calles de mi casa en Bed-Stuy hay una vieja casona que puede parecer abandonada, aunque aún se le notan algunas atenciones como la pintura ocasionalmente renovada, un único foco siempre encendido frente a la puerta principal o el pasto del jardín recortado como con la quijada de un burro. Pero la ventana rota y mal tapiada en el ático,  la total clausura de las ventanas del primer piso, los fragmentos caídos de concreto y el crecimiento sin recortes de algunos arbustos, son los argumentos con los que la sensación de abandono domina la primera impresión que se tiene de esta casa.
El ojo más avispado notará la inscripción sobre el pórtico:

"1888-1988 EASTERN DISTRICT GRAND TENT #3
GRAND UNITED ORDER OF TENTS OF BROOKLYN"

      La Gran Orden Unida de las Tiendas de Brooklyn. ¿Qué podría ser eso? ¿Por qué guarda unos resabios a secretos, a logia, a esoterismo como el de aquellos antiguo pitagóricos que se reunían para jugar con geometrías y números porque creían que el universo responde a unos principios trascendentales de belleza?
     Mientras camino por otro barrio que frecuento, Morningside Heights, me pregunto si hay noches en las que algunas personas se escabullen silenciosamente por McDonough Street y entran por esa puerta con un número 87 para sostener alguna reunión a la luz de las velas y entre susurros para no levantar las sospechas de los vecinos. ¿Será una conspiración? Y pienso en la iglesia de la Profesa, en la esquina de Francisco I Madero con Isabel la Católica, donde en alguna ocasión los altos mandos del clero mexicano conspiraron la caída del último gran caudillo de la Independecia, Vicente Guerrero, un negro, un afromexicano, un mestizo, que se jugó la vida por el hartazgo y el dolor de sus antepasados y su gente.
     Tras andar un par de calles más, llego al lugar en el que algunos amigos de la universidad me dieron cita, un restaurante de ensaldas y otras porquerías orgánicas. Es un lugar como cualquier otro en esta zona (rica) de la ciudad. Muy bien arreglado, tiene un área de mesas para el consumo y una barra tras de la cual los empleados agregan los ingredientes que solicites en tu ensalada. Del mismo modos que los otros comercios en esta parte de la ciudad, tiene una línea invisible que nunca ha dejado de llamarme la atención: la línea Ying Yang. De un lado de la línea, el de la cocina y los empleados, todos son negros, salvo por ese puntito blanco que es el gerente. Del otro lado, del lado de los clientes, todos son blancos, salvo por un estudiante de intercambio que está haciendo la fila. Tal como aquel antiguo símbolo del equilibrio. La línea Ying Yang es particularmente presente en las zonas ricas de Manhattan - el epicentro de los blancos y los ricos y Wall Street, representando, en este caso, el total desequilibrio. Aunque en otras zonas de las ciudad se hace más frecuente tener gente de distintos colores de ambos lados del mostrador, aquí siguen siendo los primos norteños de Guerrero los que prestan servicios por un menor ingreso.
     Como me niego a consumir en locales donde te venden la idea falsa de ser saludable por ser un comehojas, espero a mis amigos mirando mi celular. Navegador -> Google -> Grand United Order of Tents. Hay bastantes resultados. Sí hubo algo de conspiración involucrada en esto, pero no como aquella de la Profesa. La Orden fue organizada por dos ex esclavas, Annetta M Lane y Harriett R Taylor, para ofrecer techo, alimentación y cuidados a personas que no estuvieran en posibilidades de obtenerlos por sí mismas. Dato curioso, es la orden de las "Tiendas" en honor a las improvisadas tiendas de campaña que utilizaban los esclavos en el Ferrocarril Subterráneo (Undeground Railroad), que, no, no es un sistema de metro - como yo pensé la primera vez que estuché sobre él - sino que fue una red secreta de lugares donde se daba asilo a esclavos que escapaban de las plantaciones. Y a veces, mientras intentaban alcanzar alguno de estos lugares, pasaban las noches en bosques o campos improvisando tiendas. Claro que una vez libres, se hallaban sin techo, sin dinero, sin ningún tipo de propiedad o título escolar que les siriviera para incorporarse a un trabajo de remuneración mayor. Entonces personas como las Hermanas (Sisters) de la Gran Orden Unida de las Tiendas, les ofrecían apoyo para superar los efectos de una sociedad que realmente no tomaba acciones serias para acabar con el sistema mismo de esclavitud.
     Mis amigos regresan de la barra con sus horrorosas ensaldas y salimos del local. Caminamos de vuelta a la escuela, Columbia University. Voy mirando por los cristales las líneas Ying Yang de todos los comercios en la zona de esa universidad que fue fundada por ingleses propietarios de esclavos, misma que hoy por hoy maquilla el hecho de que a penas el 5.4% de sus estudiantes son negros, alegando en su sitio web que el 50% de los estudiantes de licenciatura son "de color". El problema es que en la categoría "de color" entramos los latinos, entran los indios, los vietnamitas, los indígenas, etc. Y cuando cuentas a los negros, cuantas - con más probabilidad - a los descendientes de los esclavos, cuentas así el progreso en reparar los daños de una gente que fue secuestrada de sus familias, país y continente para morir trabajando. Pero con esa treta de color, le dan la vuelta a la cifra pura y dura que indica que en esta parte de la ciudad las cosas han cambiado un 5.4% + Ying Yang desde los años de Abraham Lincoln.
     En esa universidad un profesor gana $119,000 USD al año ($118,400 pesos al mes) y un estudiante de licenciatura paga $74,199 USD anuales ($117,480 pesos al mes). Mientras tanto en mi barrio se deteriora la casa de la Gran Orden de las Tiendas que Annetta y Harriett - que sin problemas habrían gritado en la parroquia de Dolores ¡Muera el mal gobierno! - fundaron para ayudar a los que durante siglos se rompieron la espalda llevando las cargas de los fundadores de la universidad.
     Por eso el Nueva York del que yo me llevaré un cachito de vuelta para las ultra chingonas tierras de Chilangolandia y Pipopetlan, es el Nueva York de las Sisters de Annetta y Harriett, que tal vez sí eran como aquellos pitagóricos que se reunían porque creían que el universo responde a unos principios fundamentales de belleza, la belleza de extender una mano por la justicia.


 

*Vida de un Mexiyorker cuenta historias basadas en las experiencias de este gato de biblioteca al pasar unos años viviendo en la gran manzana.

lunes, 1 de octubre de 2018

Lo que no nos pertenece


Pos me encontré esto en FB y me puse a pensar. Es la barda de la catedral de Puebla - mi ciudad que fue fundada por religiosos españoles para restarle poder a la vecina ciudad náhuatl de Tlaxcala, que no podían invadir descaradamente por ser un señorío aliado, pero cuyo éxito no podían tolerar - y que tiene esa pinta tras una de las recientes marchas demandando la despenalización del aborto entre otras cosas. La nota a la derecha dice "Exiges respeto, pides decidir sobre tu cuerpo, quieres nueva ley del aborto... PERO VANDALIZAS LO QUE NO TE PERTENECE, ¿ASI COMO? *Carita enojada para que se entienda el tono del mensaje*"
Los seres humanos tenemos una larga historia de meternos con lo que no nos pertenece. Dos ejemplos, uno reciente y otro menos reciente, pero importante.
El ex gobernador de Veracruz, Javier Duarte, perpetuó el cáncer de cientos de niños veracruzanos para poder meterse unos millones de pesos  en el bolsillo, metiéndose con lo que no le pertenece: la salud y el dinero del pueblo. Más tarde, el sistema judicial mexicano lo condenó a pagar 58 mil pesos a cuenta de sus robos por miles de millones, metiéndose con algo que no les pertenece: la justicia de la nación.
La iglesia católica apostólica romana, por otro ejemplo, llegó hace quinientos años y obligó a pueblos enteros a "convertirse" a punta de espada y llamarada, a olvidar sus lenguas, a negar su fe, a hacer caso omiso de la violaciones cometidas contra mujeres y niños en los rincones ocultos de las parroquias, a ceder sus tierras para construir iglesias que nadie pidió, a ver la tortura inquisitorial como algo normal, a pagar tributo para que el papa pudiera pagar sus putas y banquetes, a vestir de oro las imágenes de cartón y las estatuas de santas hechas a imagen y semejanza de las amantes de los artistas, por mencionar algunas pocas de sus múltiples formas de meterse con los habitantes de mesoamérica que nunca le enviaron solicitud de amistad al obispo de Roma. Además, claro, de darle el espaldarazo a los ejércitos que cometieron estas faltas a título de los buenos reyes católicos, esos próceres de la humanidad que sólo querían dinero y poder, y de los mercaderes que se adueñaron de los procesos de colonización, otros ángeles que no aspiraban a nada por encima de la riqueza y la posesión. Papas, reyes, soldados y mercaderes, los Nelson Mandela y Mahatma Gandhi del renacimiento. Falta agregar que no sólo nunca ha habido una disculpa por esto, sino que menos aún ha habido un gesto o intención dirigidos a restituir a los herederos de los vencidos por los daños causados.
Teniendo esto en mente, me parece que si quienes hicieron esa pinta para reclamar el derecho al aborto - asumiendo, claro, que no la hayan hecho porros del gobierno para desacreditar al movimiento - de verdad hubieran querido "vandalizar", habrían podido meterse hasta la cocina, entrar a catedral, romper las vírgenes, grafitear los óleos y tallar vulvas en los asientos del coro (cosa que en el fondo complacería a los padrecitos). Pero no hicieron nada de eso. Admito que si lo hubieran hecho, ese lado mío que es magodeozesco y que disfruta cantar la "fiesta pagana", habría gozado de lo lindo, pero, al final, incluso este lado mío - como los autores de la canción y de la pinta - entiende que no debemos comportarnos como si fuéramos la iglesia católica o los gobernantes de México, que debemos colocarnos en un escaño moral superior.
Ahora, este escaño superior no es el de "no meterse con nadie", porque cuando se meten contigo, pues que se chinguen, muera el mal gobierno. El asunto es meterse con el otro, incluso meterse con lo que no nos pertenece, pero meterse del modo correcto. Y un modo correcto de meterse, es el modo simbólico. No vamos a tomar tus tierras, no vamos a destrozar tu teocalli, no te vamos a forzar a que me llames dios, no te vamos a cambiar la quimioterapia por agüita con sal, no vamos a mandar al batallón olimpia ni a los halcones a que te coopten el derecho a respirar. Vamos a pintar de moradito la barda exterior de uno de los símbolo de tu poder y riqueza excesivos. ¡Puta! Qué malos somos, ni Hitler lo habría pensado así. Stalin y sus campos de concentración de Siberia, y la masacre de Rwanda parecen meros pleitos infantiles al lado de esa pinta que ocupa unos veinte centímetros cuadrados de los cientos de metros de superficie que tiene la catedral.
No vamos a tomar lo que no nos pertenece, pero vamos a cuestionarlo colocándole nuestros símbolos en la capa de hasta afuera. Bai de güei, ¿para qué necesitaría la catedral una reja y un muro exterior si no guardara más bienes y poder de los que le reparte a su pueblo?
Yo lo digo primero, el día que la iglesia mexicana le pague a cada mujer un muro portátil  como el de sus catedrales, para protegerlas del acoso y las violaciones, yo voy a ir a grafitear sus muros también. Pero mientras eso no pase y los muros estén donde no tienen que estar, defenderé sus pintas.
More over, la realidad es que sí nos pertenece. Esas piedras, la mano de obra que las puso una sobre otra, la tierra de la que salieron, los impuestos con los que se "pagó" el trabajo, el terreno junto al zócalo y demás, nunca les han pertenecido a los curitas. ¿Quién me dice qué trabajo hicieron para merecerlo, además de la ya mentada justificación de la conquista? Esta gente asienta sus derechos en violencia cometida hace quinientos años, todavía dijeran que en el último siglo ayudaron a la reforma agraria y la producción de nuevas vacunas, diríamos "bueno, se están redimiendo" pero más allá de la producción  de curas pederastas y la pérdida de feligresía ante los grupos cristianos, su mayor logro sigue siendo un crimen de cinco siglos de antigüedad. Recordando que algunos de mis antepasados fueron mineros en San Luis Potosí, donde morían apenas llegar a la madurez en túneles oscuros, inhalando el polvo de roca, asfixiándose en inundaciones o quemándose en explosiones para que políticos y obispos pudieran tener cubiertos de plata, pienso que estamos vandalizando lo que sí nos pertenece.
Ya en últimas, una cosa no tiene nada que ver con la otra. Imagínense a un padre de familia que le dice a su hijo "quieres que te lleve al médico, pero pintaste la pared con crayones ¿así cómo?" Y entonces en un acto de justicia divina, ese padre no lleva a su hijo al médico para que el escuincle aprenda a respetar lo que no le pertence, y la pulmonía que le vino luego, pues él se la buscó. ¡Niño idiota! Nel. Si un derecho es un derecho, lo es independientemente de ninguna otra cosa.

A mí me gusta la remodelación que le hicieron a mi catedral que mis antepasados han pagado por siglos. De hecho me gustaría que me pasen el número de las decoradoras, estoy considerando pintarla toda de morado con siluetas blancas de sacerdotes en el Mictlampa, ensartados como en un tropo de pastor y con unas calaveras a la Posada cortándoles pedacitos para servir tacos.
(Nota: claro que esos sacerdotes que van de de las Casas y Sahagún hasta Solalinde y los teólogos de la liberación tienen salvoconducto.)
Hay cosas en esta vida que no nos pertenecen y que no deberíamos tocar, como el bienestar físico y emocional de otras personas y los objetos materiales directamente asociados a este bienestar, los medios de producción alimentaria o los recursos naturales, por ejemplo. Pero las paredes, en especial las que pagamos con años de imposición autoritaria, son nuestras incluso para el malvadísimo acto de escribir. ¡Qué horror! Gente que cuando quiere hacer algo 'malo', escribe. En la historia de la violencia hay un lugar para aquel narco que disolvía a la gente en tambos con ácido y después de él, hay otro para quienes ponen palabras por la ciudad. Ñoños de satanás. Aunque en realidad no me sorprende que haya a quienes les horrorice, después de todo, si esa misma iglesia tuvo las letras por siglos y nunca las enseñó, fue por algo. 
Eso es lo que sí nos pertenece, el lenguaje y  la irreverencia de usarlo en el modo que no quieren que se use; la capacidad de meternos bajo su piel con tantita pintura morada y demostrar que sus espíritus son tan frágiles que con  el rociar de un aerosol de tambalean.

jueves, 5 de julio de 2018

Niebla de Nueva York

Ya lo sé, suelo quejarme de Nueva York. No es todo Nueva York lo que me desagrada, suelo sentirme bien en sus lejanías, sus rincones habitados por los desplazados, los lugares a donde llegan las terminales del metro. Aquello que me gusta tan poco que llega a disgustarme, es el llamado "downtown", el sur de Manhattan, aquello que sale en las fotos y las películas. No es mi lugar favorito, pero tengo que admitir que, a veces, me gusta. A veces tiene un encanto que incluso a mí me resulta seductor, y es cuando hay neblina. Es curioso, ¿no? Me refiero a la neblina o niebla. Básicamente es esa nube tan baja que oculta aquello que normalmente nos es visible. La niebla en la que suelo pensar es la que hay en la sierra norte de Puebla - ese lugar que prueba que hay deidades de la tierra - donde la neblina oculta la carretera, oculta las casas que están a unos metros de distancia, los árboles, los bosquecillos, los rebaños y muchas otras cosas que están siempre a nivel de suelo. A cualquier nube que esté por encima del campanario de la iglesia, le decimos así, nube, nada más. Por esos rumbos, a seis metros de altura, ya no es neblina.


Pero en esta megalópolis de hijos de la civilización, aquellas que serían nubes bajas a seis metros de altura ya ocultan el tope de los edificios pequeños, los de diez metros; las que serían nubes a media altura ocultan objetos visibles en la vida diaria, como las puntas de los edificios medianos, los de doscientos cincuenta metros; y lo que serían nubes altas, son ya también neblina, pues ocultan la mitad de los rascacielos, los de quinientos metros. Y así, aquí hay cosas que son neblina y que allá no lo sería.



En esta neblina se desvanecen edificios que pasan a confundirse con en el cielo de noche o de la madrugada, que es cuando más me impresiona la niebla.Y es que esas moles de metal y vidrio tienen luces que iluminan la neblina circundante, de modo que ese cielo de noche en el que se pierden los edificios es una especie de oscuridad luminosa, como la nebulosas captadas por los telescopios. Y, a veces, alguna o algunas ventanas de los pisos superiores, los que ya se encuentran más allá del punto de desvanecimiento, se enciende y parecen un cuásar o, si son varias, una galaxia flotando sobre la ciudad. Y así el sur de Manhattan se ve muy bien. Se ve muy bien a pesar de ser y a causa de ser una fatua ciudad - según Joaquín Sabina - en la cual da más sombra que los limoneros, la estatua de la libertad.


En un día soleado, la urbe es demasiada, es una plasta de hormigón que ahoga todo sentido de la estética y ata la percepción al más improductivo de sus puntos de vista. El famoso central park, por ejemplo, es como una prisión para el verde, es grande, sí, lleno de naturaleza, sí, pero naturaleza encasillada en un rectángulo perfecto entre dos avenidas y de sesenta calles de largo al centro de Manhattan, en una posición y forma que ningún bosque en su sano juicio habría elegido, rodeado por un muro de piedra como si se fuera a escapar ¿qué? ¿Los árboles? Parece más bien que en algún momento la modernidad se dio cuenta que debía pagar un tributo a la naturaleza y decidió cumplir como un mero trámite en el que la forzara a sus propio términos de obsesiones cuadrangulares sobre el verdor. Y entonces dan menos sombra los limoneros porque son pocos y están segregados, que el acero que la señorita libertad comparte con las torres del poder del dinero que dictan hasta la posición de los árboles.

La niebla, entonces, es como una victoria ocasional que vuelve a traer a la naturaleza sobre la ciudad, sin recibir dictados de geometrías idealizadas. Cuando estás de pie entre la niebla, que desaparece a los edificios que no están a más de dos o tres calles de distancia, parece que toda la ciudad no es más que aquello que puedes ver, que se halla nomás a vuelo de pájaro o a tiro de piedra, que todo lo demás es un vaho espectral de neón. Y la ciudad se reduce a ese círculo de treinta metros de visibilidad y se hace digerible.

Esto no suele mostrarse en las fotografías áreas que hacen famosa a la gran manzana, que son fotografías tan lejanas que lo simplifican todo. Los edificios se ven pequeñitos y amontonados a la distancia, recortan el cielo en eso que por acá se llama "skyline", también hacen evidente la cuadrícula que forman las calles y avenidas. Lo simplifican todo. Pero cuando se está allí abajo, al pie de los rascacielos, entre las calles del downtown, del distrito financiero, de SoHo, nada se puede ver. Incluso el edificio más alto, incluso los miradores - los grandes miradores del piso ochenta - no se pueden ver a dos calles de distancia, porque el otro edificio que está allí junto, el pequeñito de treinta pisos, los tapa de la vista. La majestuosidad de esta ciudad no se aprecia desde la calle. Esta ciudad está hecha para dios.

Irónicamente no está hecha para dios como las líneas de nazca estaban hechas para un ser más allá que los humanos que las trazaron, no tiene un propósito explícito de vincular con una divinidad. No. Está hecha para el dios que los arquitectos y los ingenieros y los hijos de la civilización creen que son. Cuando trazan sobre el papel, cuando hacen sus maquetas y lo ven todo allí pequeñito, en la palma de su mano y aislado del resto de los edificios, entonces - algunos, la mayoría - sienten que son dios y se admiran de su propia obra a una distancia ficticia y desde un ángulo desde el cual nunca nadie la va a ver. Cuando estos edificios se ponen en la ciudad, junto a los demás, sólo los helicópteros tienen derecho a apreciarlos, sólo a los drones les parece algo cotidiano, y, claro, a los ricos que pueden pagar el piso ochenta de alguno de los otros edificios. Pero los seres de carne y hueso que caminan por las aceras día a día, pierden gran parte de la perspectiva, del esplendor que podrían tener esos edificios, porque la mayor parte de ellos, sencillamente, no están hechos para ser apreciados por el ser humano del día a día. Hemos hecho un mal trato, cuando el habitar la ciudad la priva de su magnificencia. You want it darker? We killed the flame, dijo Leonard Cohen.

La niebla tiene el poder de devolverle algo a la ciudad, robándole el exceso de pedantería. Oculta muchos edificios que resultan de cualquier manera indigeribles y que sólo logran una saturación visual, un ruido arquitectónico que se convierte en un alienable escenario de fondo, un confuso manchón de edificios que, cuando son todos iguales, recuerdan a la manada de cebras que se queda junta de modo que el leopardo que las mira no pueda distinguir más que una serie de rayas sin poder destacar nada que haga demasiado sentido. La niebla nos hace el favor de reducir esa pérdida por demasía, de llevarse lo que sobra, que no es la construcción, ni sobra la persona que las hizo, ni sobran sus obras, sobra el engreimiento con el que están hechas tantas cosas en esta ciudad, sobra la perspectiva de estar por encima de algo.

Y buena jugarreta les hace la niebla a esta ciudad, cuando se pone por encima de ella, la descompone en sus partes fundamentales y le saca resplandores que no la misma ciudad no sabía que estaban allí.