viernes, 14 de octubre de 2016

La cosas que sí lo son

What immortal hand or eye,
 dare frame thy fearful symmetry?
-          William Blake

¿El periódico? No, pura mala noticia. Pero no era mala la noticia, la noticia decía lo que tenía que decir. Mala era la realidad, la vida social, la estructura política, las disposiciones de esos contactos que hacen algunas personas entre sus ideas, sus sentimientos, sus historias de quiénes son y sus actos.
Las noticias no lo eran, sólo lo decían, por eso podían ser ignoradas. Pero aquellas cosas que sí lo eran andaban libres, retozaban en el triángulo dorado, se tumbaban al pasto en Atlacomulco, se reían en Ayotzi, iban a un baile en Ciudad Juárez, tenían una gira artística: Acapulco, Jalapa, Matamoros, Tijuana, Autlán, Cuernavaca, la Narvarte, la frontera sur y su gira no acababa porque sus productores eran muy hábiles, sus fans estaban enceguecidos por la emoción y los reflectores eran enervantes. Esas cosas que sí lo eran, lo eran cada vez más y cada vez más en todos lados.
Luego los periódicos ya no pudieron decir lo que tenían que decir, porque no se puede decirlo todo. Esas cosas que sí lo son les habían quitado el trabajo, se promovían solas y de formas más materiales, más tangibles, más en los cuerpos, que se tornaron sus medios de comunicación, se tornaron materia prima, se tornaron objetos de uso, con menos letras pero con más simbolismo, con tinta roja, con tirajes incontables, con el estilo más claro y grotesco nunca impreso, diarios, semanarios, mensuales, números especiales; con sección de política, de economía, de los estados, de la capital, internacional, deportes y tecnología.
Las cosas que sí lo son no podían ser ignoradas, porque no saben lo que quieren ser y entonces intentan serlo todo, no conocen límites, y creen que en efecto todo lo son, pero lo son mal. Las cosas que sí lo son no saben sumar, no saben que las existencias se suman, no saben que pueden seguir siendo sin segar, creen que la cosecha es su negocio y cosechan las plantas, las ganancias, los votos, las confianzas, las vidas. Las cosas que sí lo son no saben caber ni les cabe el sentir, han creído que su derecho es a desbordarse, han creído que ser se conjuga con mucho y han creído que ser no se crea ni se destruye, sólo se despoja.
Las cosas que sí lo son han estado aquí desde antes de lo que diga su propia memoria, no se hicieron solas, aunque es lo que intentan probar. No aceptan que vienen de algo más, que pertenecen, que son parte de; insisten en que de ella se viene, a ellas se pertenece y que de ellas se es parte. Las cosas que sí lo son creen que se inventaron, creen que se innovaron, pero en ello está la falacia más antigua, más heredada, más reproducida y menos propia. Las cosas que sí lo son no toleran ser lo que son.
No son nuestras lágrimas, no son nuestro miedo, no son nuestro dolor, no son nuestra dificultad, todo eso es nuestra resistencia, eso es lo que hacemos con lo que hacen. Eso hay que apropiárnoslo, eso es lo último que podemos ceder porque en realidad se trata de nuestras mismas risas, nuestro valor, nuestro gozo y nuestra fuerza que sí conocen límites, que no buscan perpetuarse a cualquier costo y por eso deciden que a veces tienen que ser oscuras. Por eso pueden volver en sus distintas formas, porque se pueden transformar, porque se llora cuando aquello a lo que pertenecemos se desmorona y se ríe cuando aquello a los que pertenecemos se reconstruye, porque no se trata del resultado final, sino de nuestra relación con aquello que amamos. Las cosas que sí lo son creen que no han dejado de sonreír, que pueden no llorar, creen que siguen siendo valientes y creen que pueden no tener miedo, por eso no son ni una cosa ni la otra, no son siquiera la oscuridad. Son apenas una versión desfigurada y miserable de ambos lados: un alegría forzada, una tristeza con una rota máscara de sonrisa macabra, un llanto fingido porque intenta hacerse permanente, un dolor que hace mucho se fue aunque se insista en simular que allí sigue.


Las cosas que sí lo son tengo que referirlas con un “cosas que sí lo son”, porque no se asumen, porque huyen, porque no aceptan y es difícil precisarlas. Puedo nombrar lo que hacen, lo que acaban, lo que rompen, lo que matan, lo que imponen, lo que quieren hacernos creer que son. Porque quieren creer que son esos hechos, esas materialidades innegables, que son el poder o el odio, no que son carne y hueso, no que se pueden quebrar y que están sólo un poco aquí, no que se acaban. Son las cosas que sí lo son, porque son malas, pero sobre todo porque tengo que recordar que sí son de lo mismo que el resto de la humanidad, aunque no lo quieran ver.

La cosas que sí lo son

What immortal hand or eye,
 dare frame thy fearful symmetry?
          - William Blake

¿El periódico? No, pura mala noticia. Pero no era mala la noticia, la noticia decía lo que tenía que decir. Mala era la realidad, la vida social, la estructura política, las disposiciones de esos contactos que hacen algunas personas entre sus ideas, sus sentimientos, sus historias de quiénes son y sus actos. 
Las noticias no lo eran, sólo lo decían, por eso podían ser ignoradas. Pero aquellas cosas que sí lo eran andaban libres, retozaban en el triángulo dorado, se tumbaban al pasto en Atlacomulco, se reían en Ayotzi, iban a un baile en Ciudad Juárez, tenían una gira artística: Acapulco, Jalapa, Matamoros, Tijuana, Autlán, Cuernavaca, la Narvarte, la frontera sur y su gira no acababa porque sus productores eran muy hábiles, sus fans estaban enceguecidos por la emoción y los reflectores eran enervantes. Esas cosas que sí lo eran, lo eran cada vez más y cada vez más en todos lados.
Luego los periódicos ya no pudieron decir lo que tenían que decir, porque no se puede decirlo todo. Esas cosas que sí lo son les habían quitado el trabajo, se promovían solas y de formas más materiales, más tangibles, más en los cuerpos, que se tornaron sus medios de comunicación, se tornaron materia prima, se tornaron objetos de uso, con menos letras pero con más simbolismo, con tinta roja, con tirajes incontables, con el estilo más claro y grotesco nunca impreso, diarios, semanarios, mensuales, números especiales; con sección de política, de economía, de los estados, de la capital, internacional, deportes y tecnología.
Las cosas que sí lo son no podían ser ignoradas, porque no saben lo que quieren ser y entonces intentan serlo todo, no conocen límites, y creen que en efecto todo lo son, pero lo son mal. Las cosas que sí lo son no saben sumar, no saben que las existencias se suman, no saben que pueden seguir siendo sin segar, creen que la cosecha es su negocio y cosechan las plantas, las ganancias, los votos, las confianzas, las vidas. Las cosas que sí lo son no saben caber ni les cabe el sentir, han creído que su derecho es a desbordarse, han creído que ser se conjuga con mucho y han creído que ser no se crea ni se destruye, sólo se despoja.
Las cosas que sí lo son han estado aquí desde antes de lo que diga su propia memoria, no se hicieron solas, aunque es lo que intentan probar. No aceptan que vienen de algo más, que pertenecen, que son parte de; insisten en que de ella se viene, a ellas se pertenece y que de ellas se es parte. Las cosas que sí lo son creen que se inventaron, creen que se innovaron, pero en ello está la falacia más antigua, más heredada, más reproducida y menos propia. Las cosas que sí lo son no toleran ser lo que son.
No son nuestras lágrimas, no son nuestro miedo, no son nuestro dolor, no son nuestra dificultad, todo eso es nuestra resistencia, eso es lo que hacemos con lo que hacen. Eso hay que apropiárnoslo, eso es lo último que podemos ceder porque en realidad se trata de nuestras mismas risas, nuestro valor, nuestro gozo y nuestra fuerza que sí conocen límites, que no buscan perpetuarse a cualquier costo y por eso deciden que a veces tienen que ser oscuras. Por eso pueden volver en sus distintas formas, porque se pueden transformar, porque se llora cuando aquello a lo que pertenecemos se desmorona y se ríe cuando aquello a los que pertenecemos se reconstruye, porque no se trata del resultado final, sino de nuestra relación con aquello que amamos. Las cosas que sí lo son creen que no han dejado de sonreír, que pueden no llorar, creen que siguen siendo valientes y creen que pueden no tener miedo, por eso no son ni una cosa ni la otra, no son siquiera la oscuridad. Son apenas una versión desfigurada y miserable de ambos lados: un alegría forzada, una tristeza con una rota máscara de sonrisa macabra, un llanto fingido porque intenta hacerse permanente, un dolor que hace mucho se fue aunque se insista en simular que allí sigue.

Las cosas que sí lo son tengo que referirlas con un “cosas que sí lo son”, porque no se asumen, porque huyen, porque no aceptan y es difícil precisarlas. Puedo nombrar lo que hacen, lo que acaban, lo que rompen, lo que matan, lo que imponen, lo que quieren hacernos creer que son. Porque quieren creer que son esos hechos, esas materialidades innegables, que son el poder o el odio, no que son carne y hueso, no que se pueden quebrar y que están sólo un poco aquí, no que se acaban. Son las cosas que sí lo son, porque son malas, pero sobre todo porque tengo que recordar que sí son de lo mismo que el resto de la humanidad, aunque no lo quieran ver.

viernes, 10 de octubre de 2014

Entrevista

Que cómo empecé. Pues mire usted, yo desde chico quería ser periodista. No sé de dónde me pegó la idea, es más, yo creo que al principio no sabía muy bien lo que es periodista. Más niño, como a eso de los cinco años, creo que lo confundía con policía porque los dos andan en eso de los muertos asesinados y accidentados. Y siempre he sido medio morbosillo.
Total, que cuando salía de la primaria llegaba a escribir mis notas sobre lo que había pasado en el salón. Que Ruy se peleó con Ramiro, que si a Laura la maestra la felicitó, que si Mireya se sacaba los mocos, pura cosa importantísima. En la secu lo dejé un poco porque me pegó la pubertad y esa siempre lo pone a uno apático, pero ya pa llegar a tercero me animé a meterme a un dizque periodiquillo escolar que era más cosa de chavos que un proyecto en serio. En realidad lo que más pegaba allí eran los chismes, y yo que me sentía el más chucho, escribía los más jugosos. Me inventaba un chingo de cosas, a todo mundo le tiraba, que si eran gordos porque al autobús los subían en diablito, que si eran flacas porque a nadie le gusta chupar los huesitos, que quién se besaba con quién y luego le ponía el cuerno.
Además me hice un asquerosillo obseso del poder, todos querían que escribiera bien de ellos, o por lo menos que no escribiera mal, o mejor, que le tirara alguna piedra a la que les bajó al novio. Yo ponía mis cuotas, en dulces de la cooperativa, en hacerme tareas, en hacerme la corte o a veces en un beso o una manita sudada, pero na más ¡eh! Sí tenía ciertos códigos. No pedirle a una chica nada que ella no quisiera, no escribir nada que fuera muy manchado, nunca hacer llorar a nadie más de una vez, por ningún precio escribir para nadie que fuera un auténtico canalla y algún otro por el estilo.
Claro, todo con sus ecepciones. Una pa los cuates, que siempre hay que hacerles el paro. Otra pa los pinches buscapleitos, nunca me gustaron, yo creo porque soy flaquito y debilucho. Entonces a los buscapleitos siempre me los fregaba y los evidenciaba cuando los había visto molestar a alguien en el recreo. ¡Uta! Na más que luego pa andarme cuidando de que se las querían cobrar, pero también por eso siempre tenía a alguien que me hiciera la corte.
Pasé a la prepa que como estaba junto a la secu, pos todos pasábamos allí, todo era igualito y el periódico seguía. Me llevé mi fama y mi suerte. Bueno, fíjese que allí empezó más en forma el asunto. Una profa que nos daba orientación llevó a un primo suyo que era periodista. No sé si bueno ni malo, ni me acuerdo de su nombre, pero lo cierto es que luego el señor sí me llevo a la oficina del Cotidiano. Y es que cuando preguntó al grupo que si alguien quería ser periodista, yo en chinga me paré del asiento, pero como si tuviera cuetes en la cola. Y todos los del salón luego luego dijeron «sí, sí, él es re bueno pa eso.» Yo creo que al señor le convenció mi entusiasmo o el apoyo o las dos cosas y me invitó a un evento pa jóvenes periodistas o algo así.
Y que llego al evento, a las oficinas. Me hubiera visto, me fui bien formalito, hasta de corbata. No, no, no. Los otros chavos y las chavas eran puro pandroso, de pantaloncito roto, chaleco kaki bordado con colorcitos en las treinta bolsas y morral. Y yo, disfrazado de ñoño; ahí medio me aflojé la corbata y me desfajé un lado de la camisa y ponía un tonito ligeramente valemadres al final de las frases como pa que dijeran «órale, este es tan valemadres que le vale madres lo valemadres y se viste formal.»
Nos anduvieron paseando de arriba pabajo, que las prensas, que la editorial, que todo el problemón que es sacar un periódico. Al final nos llevaron a una salita de juntas con cafecito y galletas. Yo era un imberbe que nunca había probado el café, pero como había que apantallar, me serví y como no sabía nada, pos no le eché azúcar ni crema y le di un sorbo que se sintió como el alma de satanás en viernes santo, pero igual sonreí y dije «está suficientemente cargado.»
Llegó un periodista importantón y se puso a platicar muy cuate, nos contó anécdotas de todo, chistosas, tristes, tiernas, pa chillar, unas escalofriantes y unas cachondonas. Luego nos preguntó que qué nos interesaba y que si ya teníamos algo de experiencia. Como nadie decía nada, yo pensé «a güevo, ora es cuando.» Y dije «sí, pues yo ya tengo algo de experiencia. Tenemos una gaceta escolar (es que así suenas más elegante) y siempre tengo la primera plana (cosa que era cierta, de las dos planas del periódico, lo mío salía en la primera).» «¿Y de qué tipo de tema escribes?» «Ah, pues, cosas que son del interés (¿qué palabra sonaría más propia?) social.» «OK, ¿social como de reformas políticas y movimientos magisteriales o como de los eventos de la gente bien de la escuela?» Y entonces chíflale, papá. Pues yo no sabía ni qué imaginarme que es un movimiento magisterial, pero por el tono que usó, sonaba más importante que mis chismes. «No, pues, así como de eso, de lo primero que dijo, de los magistrales más o menos algo parecido.»
Lo bueno es que no hizo más preguntas sobre mi experiencia periodística. Ya al final nos invitó a mandarle algún escrito y dijo que si lo hacíamos bien, chance nos sacaban una nota allí en el Cotidiano. Durante las siguientes tres semanas compré todos los días el Cotidiano para leer la columna de este señor, que era de asuntos nacionales, además de sus opiniones de libros y de futbol. Como que tantito le imitaba el estilo pa no verme muy amateur y tantito le metía otras cosas propias pa no verme lambiscón. A la cuarta semana redacté allí unos parrafitos escuetos escuetos sobre la liga de voleibol de la ciudad, que a mí me gusta el voli. Es que nadie conocía la liga, pero es muy buena, o por lo menos eso decía yo.
Le llevé el escrito y lo dejé ái con su secretaria que también me pidió mi número y yo bien contento y bien pendejo se lo dejé anotado con un corazoncito porque creí que me lo pedía ella y no supe que era por si me quería contactar el reportero. Después, cuando sí le entré al periódico, durante un año me hice el desentendido cada vez que pasaba frente a la secretaria. El punto, mire usted, es que sí me llamó este reportero, que no sé pa qué le digo “el reportero” si era don Pancho Milán. Me citó en su oficina y me dijo que estaba bueno el escrito, que na más le iba a meter una manita de gato que fue como un zarpazo de tigre, pero igual me publicaron mi notita.
De allí pal real, pos en esto ando. ¿Qué dice, le respondí?
Vaya que sí me respondió, me tuvo diez minutos escuchándolo. Y eso que sólo le dije que era el nuevo enfermero, que si ya le habían mandado sus pastillas.