miércoles, 1 de febrero de 2017

Florence sin pecado y la virtualidad real

Estoy por terminar la lectura de Bless me, Última del chicano Rudolfo Anaya. A continuación despepitaré una escena casi final, lo digo por si alguien pensaba leerla y quiere evitarse influencia alguna. Agua va.
La novela va del paso a la adolescencia de Tony Márez, un niño mexicanoamericano, en algún pueblo del sur de los EUA, probablemente en los cuarentas o cincuentas. En esta escena él y su pandilla esperan afuera de la iglesia por el examen y la confesión con los que el párroco les permitirá hacer la primera comunión. Tony es reconocido por ser particularmente estudioso y se le prevé un futuro como sacerdote, con esto en mente, entre la discusión y la tensión sobre el resultado posible del examen que cada uno presentará, sale la propuesta de 'ensayar': Tony será el sacerdote y confesará a sus amigos. Las confesiones serán, claro, públicas porque el juego se trata más de darse valor mutuo y exhibir las malas acciones para divertimento del resto.
El primero es Horse, quien hizo un hoyo en la pared del baño de la escuela y por allí espió el baño de mujeres. El siguiente es Bones, que vio a un muchacho y una muchacha locales tener sexo. El tercero es Florence, pero Florence no lo hace voluntariamente. Florence no cree en dios y todos lo saben, él sólo va al catecismo por estar con los cuates, pero es abiertamente escéptico y con frecuencia expone sus razones; esto, en momentos anteriores, había causado tensión y comentarios derogatorios hacia él. Pero durante esta escena donde todos se preparaban para su mayor demostración de fe, a la voz de 'Florence no cree', el asunto se vuelve pretexto para que otros niños lo obliguen, lo tironeen de los cabellos y por la fuerza lo sometan a arrodillarse ante 'el sacerdote' y confesar sus pecados.
Tony intenta intervenir, puesto que Tony es un chico muy sensible y amable que nunca forzaría a nadie y que no tolera la violencia, además de que siempre ha sido un amigo fiel de Florence. Pero Tony es demasiado pequeño y débil comparado con el resto, así que opta por seguir en su papel y rogarle a Florence que le diga un pecado, lo que sea, que lo invente con tal de que lo suelten. Florence contesta: yo no tengo pecados, es dios quien ha pecado contra mí. La indignación corre entre el grupo y la violencia se dispara contra el hereje; por suerte Florence es grande y logra soltarse y empujar a los chicos que los sostenían, entonces se planta frente al 'sacerdote', lo encara... y ahí los dejo con las ganas de leerla. Nomás quiero anotar un par de cosas.
Tony no era un sacerdote real, la pandilla no era su comunidad real y las confesiones no eran confesiones reales. Los acuerdos que el grupo tomó sí eran reales, como que Tony sería el sacerdote, o que Florence debía confesarse; también eran reales los sentimientos involucrados, el ánimo de confesar pecados extravagantes para llamar la atención, o la ira contra Florence por desviarse de la fe aceptada. Todo esto era tan real, que la humillación, los golpes y el sometimiento a Florence también eran reales, el juicio al que su grupo lo sometió, era real. 
Y ahora vuelvo a mi primer enunciado ¿de verdad Tony no era un sacerdote real? Para las normas de la iglesia católica, ni Tony era sacerdote, ni la pandilla era su comunidad, ni las confesiones más que un sacrílego juego. Pero para la pandilla sí era real, en el momento en que el grupo aceptó partir de esos principios, la 'confesión' se volvió una norma real cuya evasión sería castigada de modo real. De la nada, ciertas cosas cobraron existencia. Unas ciertas reglas de comportamiento, una figura sacerdotal y un par de guarros para imponer el orden.  Nada de eso estaba allí cuando la escena empezó, luego las ideas aparecieron en forma de palabras que se fueron sugiriendo, sonidos al aire; luego esos sonido determinaron quién era quién, qué debía hacer cada quién y todo se tornó realidad, se materializó en rodillas pegadas al suelo, señales de la cruz y, finalmente, golpes.
Ahora supongamos a un sacerdote real, autorizado por la iglesia, en una convención de ateos y llamando a la confesión. Por real que sea el sacerdote, su poder allí es incluso menor que el de Tony que tuvo dos confesiones sinceras y un par de inquisidores para forzar una confesión falsa. Mi punto no es contra la iglesia, ni por los ateos, ni nada de eso. Mi punto es sobre la posibilidad que tenemos los humanos de tornar algo real por nada más que un acuerdo. 
Siempre hubo un tiempo en que ninguna práctica humana que conozcamos existió. Algo tan obligado como ir a la escuela no era ni siquiera una idea, pero un día alguien se dijo '¿y si tuviéramos un lugar al que la escuinclada va y se sienta y se aburre seis horas?' Y hoy la escuela existe tanto que tiene otras escuelas para formar docentes, tiene leyes que la respaldan, tiene industrias de producción de material didáctico, tiene edificios, etc.
Virtual viene del latín y se refiere a la voluntad, hoy lo usamos como antónimo de real. Nos fascinamos de la 'realidad virtual' que creamos en los ordenadores, ese mundo que no es tangible, pero existe en la pantalla frente a nosotros. Pero llevamos milenios tomando lo que sí existe tangiblemente frente a nosotros, lo real, y acoplándolo, por nuestra voluntad, a ciertas ideas que sólo existían en nuestra mente y nuestras palabras, a lo virtual. Nuestras virtualidades las tornamos reales, para bien y para mal; incluso la realidad virtual un día no existió y su mera mención a la gente de principios del siglo XX le habría parecido cosa de magia, una locura, pero la materializamos desde nuestras imaginaciones y por medio de nuestra capacidad técnica. La realidad virtual también es una virtualidad real.
Y Florence fue una víctima real del modo real en que creamos comunidades y normas y acuerdos sin ser conscientes del poder que esto tiene, como en nuestras democracias y capitalismo contemporáneos.

* Hablo aquí de unas cosas que en ciencias sociales se conocen como construcciones sociales o mundos figurados. Nomás no saqué el palabrerío académico para no espantar a nadie, pero tampoco es que a mí se me haya ocurrido nada de esto.

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