La vida nos presenta con toda clase de experiencias y placeres, ninguno de los cuales deben ser juzgados siempre que no dañen a alguien más. En mi caso, me presentó una experiencia derivada del placer de algún anónimo compañero de oficina. Este personaje que cruzó por mi vida revelándome que el cuerpo humano es capaz de muchas más cosas de las que yo había pensado, permanecerá siempre sin rostro en mi memoria. Sin rostro, pero con zapatos, que son casi lo único que atiné a ver, dos zapatos negros, mocasines formales de piel, de aquellos que se cierran con broche como de cinturón - por la calidad del calzado, probablemente los zapatos de alguien con un cargo directivo o alguien debajo de un cargo directivo, pero que se permite ciertos gastos. Sobre sus zapatos caía sin demasiada gracia, pero con naturalidad, un arremangado pantalón azul marino (¿o será más bien arrepiernado, ya que los pantalones no tienen mangas?) Todo lo demás se ocultaba - gracias a dios - detrás del cancel del cubículo del baño de la oficina. Una cosa más, junto al excusado, en el piso, descansaba una bolsa de la franquicia de hamburguesas Carl's Jr., una de esas bolsas grandes en las que te dan un paquete entero de comida para llevar.
Así lo vi al abrir la puerta del baño y me dirigí al cubículo de junto. Tome lugar en ese breve reducto de libertad godín, donde los oficinistas podemos usar el celular a placer, lejos de miradas indiscretas, y procedí a enterarme de los sucesos del mundo en el feisbuc. Desapareció el cuerpo de José José. Un vídeo de un gato vestido de pirata. La Guardia Nacional tuvo un enfrentamiento. Una imagen de Piolín con un corazón que subió alguna tía. El enfrentamiento de la Guardia Nacional fue con huachicoleros y tuvo dos heridos por un sonoro pedo del excusado de junto. Me detengo, corrijo, dos heridos por bala, pero con esas habilidades, el compañero del excusado de junto podría ser artillero de la Guardia. Bueno, ¿qué más me manda papá Zuckerberg? Otra queja porque Greta Thunberg es europea. Publicidad de un gimnasio. Maldito Zuckerberg, ayer hablaba de ese gimnasio con mis amigos y seguro me escuchaste por medio de mi propio celular. El carrito que salió volando de la Feria de Chapultepec. Publicidad de Coca Cola. Yo ni siquiera tomo Coca Cola ¿qué diablos, Zuckerberg? Un muy sonoro sorbido, como quien jala por un popote al beber de esos vasos de refresco que te dan en las franquicias de hamburguesas. Levanté la cabeza del celular. Otro sorbido. Sí, era mi vecino.
El sonido del líquido que el morador de los contiguos servicios sanitarios absorbía con entusiasmo, comenzó poco a poco a mezclarse con otro sonido de líquido, pero esta vez, no uno que es absorbido, sino uno que es expulsado. Un fluido que cae en libertad por unos pocos centímetros antes de incorporarse a la pequeña laguna que se forma en el cuenco de cerámica blanca debajo de las nalgas de oficinista desconocido. Vaya, pensé, es sabido que no se puede respirar mientras se sopla ni avanzar mientras se retrocede, los movimientos opuestos tienden a cancelarse, pero este hombre era capaz de ingerir líquidos al tiempo que los expulsa. Mi comprensión de la anatomía humana estaba siendo transformada.
Mis dedos volaron para buscar explicaciones en google, intenté buscando micción, músculos de la vejiga, cómo se absorbe por un popote, y cualquier otra cosa que me pudiera explicar si había una relación entre las partes del cuerpo que hacen una cosa y las que hacen otra. Pero antes de hallar respuesta, mis oídos convidaron más información sobre el territorio detrás de la frontera - ahí entendí la importancia de los radares en el espionaje - una mano removía en la bolsa que reposaba en el suelo con ese sonido seco de las bolsas de papel de estrasa. Después, un muy sutil crac, me reveló que la pesataña que mantenía cerrada una cajita de cartón acababa de desembonarse, luego vino el sonido de remover ese delgado papel plateado con el que cubren las hamburguesas para mantenerlas calientes y quedé expectante por unos segundos. El sonido de una mordida no es realmente perceptible detrás del cancel de un baño, así que no podría saber el momento en que el acto se concretara.
Teniendo en mente la regla de tres, donde dos parejas de números se comportan del mismo modo y una puede ser usada para predecir a la otra, decidí mover mis manos hacia mi regazo, como si yo también tuviera una cajita de Carl's Jr. abierta allí, tomar una ficticia hamburguesa y llevarla hasta mi boca: ejecutando el mismo comportamiento con una hamburguesa imaginaria, podía predecir el momento de la mordida. Claro que no sabía el ansia o el hambre que embargaran a mi vecino, llevándolo a un movimiento más lento o más ágil, pero no estuve tan perdido, pues a penas un segundo después de que yo mismo cerrara las mandíbulas sobre una buena bocanada de aire, escuché un fuerte, mmmmmmm. Así que la estaba disfrutando. Pero la cosa no terminó ahí. A penas un segundo después, escuché un sonido de los que no suelen describirse en las narraciones decentes, era el sonido de Willy al liberarse. De las distintas formas en las que nuestros intestinos pueden abrir compuertas y liberar su carga, hay algunas ocasionales maneras en las que la carga liberada es lo suficientemente pequeña para golpear la superficie del agua en lugar de deslizarse en ella con suavidad, pero lo suficientemente grande como para producir un sólido plop al ingresar. Eso fue lo que escuché.
Allí estaba, de nuevo, la paradoja, la singularidad, aquello que al ingresar expulsa, la correlación anatómica que yo creía imposible, expresada por segunda vez, ofreciendo confirmación a la evidencia empírica ya recolectada. El incógnito oficinista podía hacer ambas cosas a la vez. Entonces una revelación vino a mi mente, traída por los más inesperados arcángeles de la cognición: los aborígenes australianos y Michael Jackson. Quien haya presenciado a un miembro de aquella civilización australiana de edad incontable tocar ese instrumento de viento que se conoce como didgeridoo o yidaki, habrá notado que un solo músico lo puede soplar sin parar por muy largo tiempo, hasta entrar en trance y hacer lo mismo con sus oyentes. Puede soplar sin detenerse, no porque guarde mucho aire en sus pulmones, sino porque utiliza la técnica de la respiración circular, que le permite soplar mientras respira, creando un flujo ininterrumpido que lo acerca a la experiencia mística. ¿Y Jackson? Pues el moon walk, al hacerlo, podía retroceder mientras avanzaba. Algunos maestros de ciertas artes pueden lograr coordinar los movimientos aparentemente opuestos. Y allí, junto a mí, practicaba sus artes el aborigen de la deglución, el Michael Jackson del movimiento intestinal, la síntesis más extraña de una escena de Buñuel.
Naturalmente terminé antes que él. Pasé al lavamanos y eché una última ojeada a esos zapatos y a la discreta bolsa con una estrellita amarilla. Salí a la oficina con una nueva experiencia, abierto a cualquier posibilidad, a que la luz sea onda y partícula, a que las galaxias del Grupo Local colisionen a pesar de la expansión del espacio-tiempo, a que razón y emoción sean parte de un mismo proceso y quién sabe cuántas más cosas. Las entrañas de ese hombre eran el fin de las dicotomías.
martes, 1 de octubre de 2019
jueves, 5 de septiembre de 2019
El Pelaje Húmedo
Pasa de media noche cuando cabeceas. Caes en cuenta de que ya has visto más de quince videos de gente que deja pequeños objetos en los rieles del tren para que los aplasten las ruedas. Sabes que has llegado demasiado lejos, caído demasiado bajo, has entrado en ese ciclo en el que surfeas de contenido en contenido sin nunca sentir satisfacción ni completo aburrimiento. Además, durante los breves instantes del cabeceo tuviste alguna especie de sueño ¿o alucinación? Tu cuerpo se sentía cubierto de pelaje húmedo. Haces un esfuerzo y cierras la lap top, te pones la pijama y apagas la luz. Antes de volver a la cama te cercioras de que el seguro de la puerta esté puesto, no es que nadie fuera a entrar a tu habitación - tal vez tu hermana para despertarte por la mañana y convencerte de ir a desayunar gorditas - pero adquiriste la costumbre cuando vivías en los EUA y la aparición de un asesino serial parecía algo cercano. O el gato, piensas. Que cada madrugada rasca tu puerta y maúlla, maúlla tan fuerte que a veces parece que traspasó la puerta.
Vas a la cama, pero después de una hora, no logras dormir. Los mosquitos. Pero si te tapas hasta la cabeza para evitarlos, te da mucho calor. Si sacas un pie por debajo de la cobija, mejora un poco, pero después los mosquitos de nuevo. Tras las vigésima vuelta en la cama, se escucha un maullido lejano, ¿vendrá temprano el gato? Y se te mete a la cabeza la idea de salir por la ventana y dormir en la azotea, podrías traer tus cobijas, taparte por completo y el fresco de la noche compensaría el calor de estar completamente bajo la cobija. ¿Qué más da? Hola azotea.
Fue buena idea, logras dormir de inmediato. El sueño es bueno hasta unos minutos antes del amanecer, cuando se suelta una buena lluvia de temporada: sin avisar y como si vaciaran el mar sobre la ciudad.Te pones en pie cubriéndote con la cobija como si no estuvieras ya chorreando y caminas hacia la ventana de tu habitación. El trecho es corto, pero la cobija se hace más y más pesada, hasta que te impide caminar, piensas que es absurdo y la dejas caer, pero en ese momento resbalas.
Abres los ojos de nuevo y tu cuerpo yace de costado a unos centímetros del borde de la azotea, la cabeza te duele mucho, debiste golpear duro al caer. Te levantas a cuatro patas y así gateas hasta la ventana. Está cerrada. No es que la haya cerrado el viento y baste con que jales el borde con la punta de los dedos. Está cerrada, cerrada. Alguien le puso el pasador por dentro. Rascas el vidrio con tus patas delanteras y maúllas de un modo que más bien recuerda a una corneta desafinada, es un maullido de principiante.
Al interior de la habitación un cuerpo se agita en la cama, eres tú. Miras tu propio cuerpo asomar la cabeza por debajo de la cobija y mirar hacia la ventana con un par de ojos felinos que ignoran el chaparrón que moja el pelaje que cubre tu cuerpo, que ignoran tus maullidos que mejoran poco a poco con el uso, que ignoran que dejaste la puerta con seguro para que nadie entrara y que ignoran que esa es tu cama. Tras mirarte sin demasiado interés, los ojos felinos se cierran y continúan durmiendo. Brincas hasta el árbol y bajas por el tronco para refugiarte en la cochera.
Sabes que cuando amanezca, alguien saldrá a poner tu comida en un plato junto al del perro y tú irás a comerla. Unas horas después, tu hermana saldrá a desayunar gorditas, la verás pasar acompañada de ese cuerpo que solía ser tuyo y que ahora tiene ojos de gato. Pero no te importará, porque ya no entenderás de razones de humanos. Sólo maullarás y mirarás al perro con tedio.
Vas a la cama, pero después de una hora, no logras dormir. Los mosquitos. Pero si te tapas hasta la cabeza para evitarlos, te da mucho calor. Si sacas un pie por debajo de la cobija, mejora un poco, pero después los mosquitos de nuevo. Tras las vigésima vuelta en la cama, se escucha un maullido lejano, ¿vendrá temprano el gato? Y se te mete a la cabeza la idea de salir por la ventana y dormir en la azotea, podrías traer tus cobijas, taparte por completo y el fresco de la noche compensaría el calor de estar completamente bajo la cobija. ¿Qué más da? Hola azotea.
Fue buena idea, logras dormir de inmediato. El sueño es bueno hasta unos minutos antes del amanecer, cuando se suelta una buena lluvia de temporada: sin avisar y como si vaciaran el mar sobre la ciudad.Te pones en pie cubriéndote con la cobija como si no estuvieras ya chorreando y caminas hacia la ventana de tu habitación. El trecho es corto, pero la cobija se hace más y más pesada, hasta que te impide caminar, piensas que es absurdo y la dejas caer, pero en ese momento resbalas.
Abres los ojos de nuevo y tu cuerpo yace de costado a unos centímetros del borde de la azotea, la cabeza te duele mucho, debiste golpear duro al caer. Te levantas a cuatro patas y así gateas hasta la ventana. Está cerrada. No es que la haya cerrado el viento y baste con que jales el borde con la punta de los dedos. Está cerrada, cerrada. Alguien le puso el pasador por dentro. Rascas el vidrio con tus patas delanteras y maúllas de un modo que más bien recuerda a una corneta desafinada, es un maullido de principiante.
Al interior de la habitación un cuerpo se agita en la cama, eres tú. Miras tu propio cuerpo asomar la cabeza por debajo de la cobija y mirar hacia la ventana con un par de ojos felinos que ignoran el chaparrón que moja el pelaje que cubre tu cuerpo, que ignoran tus maullidos que mejoran poco a poco con el uso, que ignoran que dejaste la puerta con seguro para que nadie entrara y que ignoran que esa es tu cama. Tras mirarte sin demasiado interés, los ojos felinos se cierran y continúan durmiendo. Brincas hasta el árbol y bajas por el tronco para refugiarte en la cochera.
Sabes que cuando amanezca, alguien saldrá a poner tu comida en un plato junto al del perro y tú irás a comerla. Unas horas después, tu hermana saldrá a desayunar gorditas, la verás pasar acompañada de ese cuerpo que solía ser tuyo y que ahora tiene ojos de gato. Pero no te importará, porque ya no entenderás de razones de humanos. Sólo maullarás y mirarás al perro con tedio.
viernes, 12 de julio de 2019
I'd never stay here and I'd much rather not leaving
Just don't ask why I'll start this list in this particular way. I guess you would've liked something more grandiloquent (¿you like my latinized English?), I guess you would've liked me to start saying that I will miss the urban mightiness of the big apple. Well, I'll start by saying, I'll miss the five dollars a pint Ben and Jerry's from the deli downstairs. Every other place in the city sells'em for six dollars or more and I happened to rent upstairs from the only deli in the city - what do I say the city? In the whole country - that brings those crazy flavours for that prize. Now, each time I've told this to an American, they look at me like I have to give you more credit. Yes, there are other things, but this is not a small accomplishment. Did you know Pancho Villa used to cross the border, riding his horse all by himself, bandoliers crossed over the chest, at least one gun hanging at the belt, to stop by an American soda fountain and go into the place to buy... strawberry milkshake? Post-industrial foods are an art by themselves. Even though it is true, this is far from being mole, there's no shame.
Enough about sweet desserts. Wanna get into the deep shit? I'll miss how easy it is to hate you and how hard it is to love you. You filthy capital of the empire, epicenter of capitalism, lair of wall street, belly of the beast. You. You the one that ordered the landings on Grenada and the DR - just to name the one's with which I had a personal encounter - and you who imbued breath on the death corpse of a Condor that overflew the Andes ravaging it's own for so long, for way too long. But then also you, where some of my dearest friends found love, you who, by the art of the anonymity of the masses and your story of not complying to the power, allow for freedoms unseen where I come from. And, mostly, you who have nothing to do with the so goddamned wall street. ¡You at the margins of you! You that lived through the broken windows, you and your habit of opening hydrants when summer wants your kids to dance on the street. You, feeding both Guatemalans and Bangladeshis, one next door to each other. You, speaking more tongues in one square mile than the rest of the country. You, dancing on the top of Sunset Park while saluting Mictlampa, Tlahuiztlampa, Huitztlampa and Cihuatlampa and then rushing to your job to bake some Rosca de Reyes for seis de enero. I guess misunderstanding comes so easily and hope shines for the one who endures through distrust.
I'll miss tap beer, specially Guiness. The 24/7 subway. Damn! That's one of the nicest things you've got, public transportation that serves all of the city, that is true democracy (and keep your first world complaints, you don't even imagine what it is to ride a combi in la sierra). I'll miss the parks, I'll miss the public libraries (another one you just nailed - and now by you, I mean you, Brooklyn), I'll miss the rivers and the parks by the rivers. I'll miss standing at the Brooklyn Bridge at night and counting up to seventeen planes crossing the sky (first and last reference to any of your many overphotographed landmarks).
But now listen to this, 'cause this may be what I'll be missing the most. For the last three years I could go and sit at Teachers College's cafeteria, anytime, any day, and sooner or later a friend would walk by. We would sit and talk and more friends would keep coming until we were a group of eight who didn't even previously agree to meet, who bumped into each other and refused to pretend we were too busy for a chat, who could later go have Jordanian food, bring a platter of East African fish and rice or just sit there and be friends for the sake of it. Ginsberg. Before I came here, when I started doing some research on who you were, I came across Ginsberg. And when I finally started finding the pleasures you hide so delightfully, I realized that just like him I wanted
And I found them. Like my people within your borders, you stood and delivered. I found friends whose smiles and tears and endless conversation I will see and hear until I become the ground underneath a nopal. And that, to me, is the only New York that matters.
Enough about sweet desserts. Wanna get into the deep shit? I'll miss how easy it is to hate you and how hard it is to love you. You filthy capital of the empire, epicenter of capitalism, lair of wall street, belly of the beast. You. You the one that ordered the landings on Grenada and the DR - just to name the one's with which I had a personal encounter - and you who imbued breath on the death corpse of a Condor that overflew the Andes ravaging it's own for so long, for way too long. But then also you, where some of my dearest friends found love, you who, by the art of the anonymity of the masses and your story of not complying to the power, allow for freedoms unseen where I come from. And, mostly, you who have nothing to do with the so goddamned wall street. ¡You at the margins of you! You that lived through the broken windows, you and your habit of opening hydrants when summer wants your kids to dance on the street. You, feeding both Guatemalans and Bangladeshis, one next door to each other. You, speaking more tongues in one square mile than the rest of the country. You, dancing on the top of Sunset Park while saluting Mictlampa, Tlahuiztlampa, Huitztlampa and Cihuatlampa and then rushing to your job to bake some Rosca de Reyes for seis de enero. I guess misunderstanding comes so easily and hope shines for the one who endures through distrust.
I'll miss tap beer, specially Guiness. The 24/7 subway. Damn! That's one of the nicest things you've got, public transportation that serves all of the city, that is true democracy (and keep your first world complaints, you don't even imagine what it is to ride a combi in la sierra). I'll miss the parks, I'll miss the public libraries (another one you just nailed - and now by you, I mean you, Brooklyn), I'll miss the rivers and the parks by the rivers. I'll miss standing at the Brooklyn Bridge at night and counting up to seventeen planes crossing the sky (first and last reference to any of your many overphotographed landmarks).
But now listen to this, 'cause this may be what I'll be missing the most. For the last three years I could go and sit at Teachers College's cafeteria, anytime, any day, and sooner or later a friend would walk by. We would sit and talk and more friends would keep coming until we were a group of eight who didn't even previously agree to meet, who bumped into each other and refused to pretend we were too busy for a chat, who could later go have Jordanian food, bring a platter of East African fish and rice or just sit there and be friends for the sake of it. Ginsberg. Before I came here, when I started doing some research on who you were, I came across Ginsberg. And when I finally started finding the pleasures you hide so delightfully, I realized that just like him I wanted
a lost battalion of platonic conversationalists jumping down the stoops off fire escapes off windowsills off Empire State out of the moon,
yacketayakking screaming vomiting whispering facts and memories and anecdotes and eyeball kicks and shocks of hospitals and jails and wars,
whole intellects disgorged in total recall for seven days and nights with brilliant eyes, meat for the Synagogue cast on the pavement,
who talked continuously seventy hours from park to pad to bar to Bellevue to museum to the Brooklyn Bridge,
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