Que cómo empecé. Pues mire usted,
yo desde chico quería ser periodista. No sé de dónde me pegó la idea, es más,
yo creo que al principio no sabía muy bien lo que es periodista. Más niño, como
a eso de los cinco años, creo que lo confundía con policía porque los dos andan
en eso de los muertos asesinados y accidentados. Y siempre he sido medio
morbosillo.
Total, que cuando salía de la
primaria llegaba a escribir mis notas sobre lo que había pasado en el salón.
Que Ruy se peleó con Ramiro, que si a Laura la maestra la felicitó, que si
Mireya se sacaba los mocos, pura cosa importantísima. En la secu lo dejé un
poco porque me pegó la pubertad y esa siempre lo pone a uno apático, pero ya pa
llegar a tercero me animé a meterme a un dizque periodiquillo escolar que era
más cosa de chavos que un proyecto en serio. En realidad lo que más pegaba allí
eran los chismes, y yo que me sentía el más chucho, escribía los más jugosos.
Me inventaba un chingo de cosas, a todo mundo le tiraba, que si eran gordos
porque al autobús los subían en diablito, que si eran flacas porque a nadie le
gusta chupar los huesitos, que quién se besaba con quién y luego le ponía el
cuerno.
Además me hice un asquerosillo
obseso del poder, todos querían que escribiera bien de ellos, o por lo menos
que no escribiera mal, o mejor, que le tirara alguna piedra a la que les bajó
al novio. Yo ponía mis cuotas, en dulces de la cooperativa, en hacerme tareas,
en hacerme la corte o a veces en un beso o una manita sudada, pero na más ¡eh!
Sí tenía ciertos códigos. No pedirle a una chica nada que ella no quisiera, no
escribir nada que fuera muy manchado, nunca hacer llorar a nadie más de una
vez, por ningún precio escribir para nadie que fuera un auténtico canalla y
algún otro por el estilo.
Claro, todo con sus ecepciones.
Una pa los cuates, que siempre hay que hacerles el paro. Otra pa los pinches
buscapleitos, nunca me gustaron, yo creo porque soy flaquito y debilucho.
Entonces a los buscapleitos siempre me los fregaba y los evidenciaba cuando los
había visto molestar a alguien en el recreo. ¡Uta! Na más que luego pa andarme
cuidando de que se las querían cobrar, pero también por eso siempre tenía a
alguien que me hiciera la corte.
Pasé a la prepa que como estaba
junto a la secu, pos todos pasábamos allí, todo era igualito y el periódico
seguía. Me llevé mi fama y mi suerte. Bueno, fíjese que allí empezó más en
forma el asunto. Una profa que nos daba orientación llevó a un primo suyo que
era periodista. No sé si bueno ni malo, ni me acuerdo de su nombre, pero lo
cierto es que luego el señor sí me llevo a la oficina del Cotidiano. Y es que
cuando preguntó al grupo que si alguien quería ser periodista, yo en chinga me
paré del asiento, pero como si tuviera cuetes en la cola. Y todos los del salón
luego luego dijeron «sí, sí, él es re bueno pa eso.» Yo creo que al señor le
convenció mi entusiasmo o el apoyo o las dos cosas y me invitó a un evento pa
jóvenes periodistas o algo así.
Y que llego al evento, a las
oficinas. Me hubiera visto, me fui bien formalito, hasta de corbata. No, no,
no. Los otros chavos y las chavas eran puro pandroso, de pantaloncito roto,
chaleco kaki bordado con colorcitos en las treinta bolsas y morral. Y yo,
disfrazado de ñoño; ahí medio me aflojé la corbata y me desfajé un lado de la
camisa y ponía un tonito ligeramente valemadres al final de las frases como pa
que dijeran «órale, este es tan valemadres que le vale madres lo valemadres
y se viste formal.»
Nos anduvieron paseando de arriba
pabajo, que las prensas, que la editorial, que todo el problemón que es sacar
un periódico. Al final nos llevaron a una salita de juntas con cafecito y
galletas. Yo era un imberbe que nunca había probado el café, pero como había
que apantallar, me serví y como no sabía nada, pos no le eché azúcar ni crema y
le di un sorbo que se sintió como el alma de satanás en viernes santo, pero
igual sonreí y dije «está suficientemente cargado.»
Llegó un periodista importantón y
se puso a platicar muy cuate, nos contó anécdotas de todo, chistosas, tristes,
tiernas, pa chillar, unas escalofriantes y unas cachondonas. Luego nos preguntó
que qué nos interesaba y que si ya teníamos algo de experiencia. Como nadie
decía nada, yo pensé «a güevo, ora es cuando.» Y dije «sí, pues yo ya tengo algo de
experiencia. Tenemos una gaceta escolar (es que así suenas más elegante) y
siempre tengo la primera plana (cosa que era cierta, de las dos planas del
periódico, lo mío salía en la primera).» «¿Y de qué tipo de tema escribes?» «Ah, pues,
cosas que son del interés (¿qué palabra sonaría más propia?) social.» «OK,
¿social como de reformas políticas y movimientos magisteriales o como de los
eventos de la gente bien de la escuela?» Y entonces chíflale, papá. Pues yo no
sabía ni qué imaginarme que es un movimiento magisterial, pero por el tono que
usó, sonaba más importante que mis chismes. «No, pues, así como de eso, de lo
primero que dijo, de los magistrales más o menos algo parecido.»
Lo bueno es que no hizo más preguntas
sobre mi experiencia periodística. Ya al final nos invitó a mandarle algún
escrito y dijo que si lo hacíamos bien, chance nos sacaban una nota allí en el
Cotidiano. Durante las siguientes tres semanas compré todos los días el Cotidiano
para leer la columna de este señor, que era de asuntos nacionales, además de
sus opiniones de libros y de futbol. Como que tantito le imitaba el estilo pa
no verme muy amateur y tantito le metía otras cosas propias pa no verme
lambiscón. A la cuarta semana redacté allí unos parrafitos escuetos escuetos
sobre la liga de voleibol de la ciudad, que a mí me gusta el voli. Es que nadie
conocía la liga, pero es muy buena, o por lo menos eso decía yo.
Le llevé el escrito y lo dejé ái con su
secretaria que también me pidió mi número y yo bien contento y bien pendejo se
lo dejé anotado con un corazoncito porque creí que me lo pedía ella y no supe
que era por si me quería contactar el reportero. Después, cuando sí le entré al
periódico, durante un año me hice el desentendido cada vez que pasaba frente a
la secretaria. El punto, mire usted, es que sí me llamó este reportero, que no
sé pa qué le digo “el reportero” si era don Pancho Milán. Me citó en su oficina
y me dijo que estaba bueno el escrito, que na más le iba a meter una manita de
gato que fue como un zarpazo de tigre, pero igual me publicaron mi notita.
De allí pal real, pos en esto ando. ¿Qué
dice, le respondí?
Vaya que sí me respondió, me tuvo diez minutos escuchándolo. Y eso que sólo le dije que era el nuevo enfermero, que si ya le habían mandado sus pastillas.